lunes, 5 de septiembre de 2022

La lluvia artificial de las celindas

 


LA LLUVIA ARTIFICIAL DE LAS CELINDAS





LA LLUVIA ARTIFICIAL DE LAS CELINDAS

No tiene pérdida. Sigues los raíles del tranvía y te llevan a la plaza de la Trinidad. Luego bajas por la calle Tablas y llegas a la Facultad de Filosofía y Letras. No olvides mirar el final de la calle Puentezuelas en donde se ve la gigantesca blancura de Sierra Nevada. En Granada, la sierra es poderosa y cercana.

Seguí las precisas instrucciones y entré en el Palacio de las Columnas, sede de la facultad. A la altura del aula 7 la vi la primera vez. Ella todavía no lo sabe, pero vamos a estar juntos toda la vida, pensé.

Pasé el año 1969 bajo una cadeneta de fiebres en el salón de baile de la gripe. A finales de año tuvieron que operarme de unas hernias en Sevilla Me acompañaba mi  madre. Era diciembre y llovía. 

Le escribí a la rubita de ojos color café, que se perfumaba con Dorée y se cubría con un vestido amarillo ylang-ylang. Desde Sevilla yo pensaba en los ojos color café, café que quitaba el sueño y que producía el desvelo de la cercanía del cielo. La rubita que se iba a casar conmigo, aunque ella todavía no lo sabía, se alegró cuando volví a Granada. Por las tardes bajábamos al sótano del palacete-facultad para repasar los apuntes de las clases de la mañana. La sala de estudios estaba junto a la cafetería. Si mirábamos hacia arriba veíamos un desfile de piernas de quienes pasaban por la calle Puentezuelas.

Al atardecer su risa era un golpe de sal contra mi  boca. Eran horas perdidas y ganadas en el mar de la tarde. Por cada nueva hora que llegaba había otra siguiente que marchaba a perderse en la nada de un tiempo consumido en la felicidad de las miradas. Mientras sus manos 'ajazminaban' los apuntes, contaba con un encanto infantil que, después de llover, ella y sus hermanos se ponían debajo de las celindas y las movían para mojarse de olor y de lluvia. Ardía sin arder la sombra. El tiempo se condensaba feliz… Sólo los relojes iban más lentos los domingos.

 

LA LLUVIA ARTIFICIAL DE  LAS CELINDAS

A la rubita que me acompaña siempre

 

Bajábamos alegres cada tarde

a repasar latín bajo el nivel

del suelo de la calle. Era de miel

el débil rojo occidental en que arde

 

el sol en el ocaso decadente…

Cuando el negro café era dulzura

sus ojos me miraban fijamente

mientras me recordaba con ternura

 

la lluvia artificial de las celindas

y el sabor de la flor atardecida

en la  naciente y fría oscuridad

 

de la noche. Ya la tarde en huída

y ella y yo en la sala adormecida…

Sólo dos era el mundo en la ciudad.

 

Almuñécar, 5 de septiembre del año 2022

Jacinto S. Martín










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