NIÑOS EN EL ‘COLE’
Alguien posiblemente colgó
de la bóveda azul con un hilo invisible de luz unas algodonosas nubes
blancas con las que se adornaban las palmeras de abanico, siempre ancladas en
la esperanza y sometidas unas veces al viento del este, otras al viento del
oeste. Un punto de luz blanca se había fijado en una de las cúpulas del cercano
hotel. Un rumor insistente de niños se dejaba oír permanente y lejano en un
horizonte de ilusiones pequeñas, hasta dejar sin voz el rugido del mar cercano que restallaba como un látigo azul en la orilla de la playa. Los cerros, entre luces y sombras, azules y
violetas cerraban a lo lejos el escenario semicircular. En el crepúsculo, estos
estériles cerros silenciosos apresurarán la noche con su sombra, que -
imperceptiblemente - siempre se advierte como un grato declinar.
Aún barquilleaba la luna menguante en el cielo iluminando el verde oscuro del campo cuando vi entrar en el cole al primer alumno. Eran las ocho menos veinte. Su padre lo deja aparcado en el cole, pues él tiene que incorporarse al trabajo. Luego lo recogerá a las 4'30 después de haberlo tenido en el comedor.
¡Demasiado sacrificio callado!
Al cole, situado a cien metros del mar y rodeado de un extenso campo de aguacates y de
chirimoyos, llegaron más tarde, al clarear el día, la mayoría de los chiquillos. Vienen en bicicletas, en motos, en patines, en
coches o en autobús. Muy pronto ha amanecido en todas las persianas que miran al oriente. Los
han recibido con una canción de Serrat, que se repetía machacona hasta que se
formaban las filas. ‘Hoy puede ser un gran día’ repetía la voz ronca del
catalán, para grabar en la memoria infantil un mensaje de esperanza para
siempre. Dio las nueve campanadas el reloj de
la torre de la iglesia que se alzaba sobre todos los ruidos del pueblo
blanco.
La inocencia del mundo se reflejaba en el frágil espejo de
los niños. Yo los amo dulcemente, mucho más desde que mi nieto vino para estar
entre nosotros. No saben, ¡pobres míos! que cada uno de ellos es un paréntesis
que se acaba de abrir. Y sin embargo una inmensa alegría desborda los patios, una dulce y suave alegría septembrina.
A las 11.30 la banda
sonora de Harry Potter abre misteriosa y agradablemente el recreo. El patio-recreo
es el declive por el cual se derrama el cielo en el espacioso cole. Gritos,
carreras, partidos de fútbol hasta que a las 12 de nuevo la agradable y
magistral banda sonora de John Williams cierra los juegos. En un trozo de bocadillo caído una paloma picoteaba su sombra.
Antes de la llegada puntual (14 horas)
Y siempre igual, encadenados a la rutina - la noria de los días - los enérgicos niños
y los explotados padres se someten al amanecer a una actividad de la mente sin
base ni propósito claro.
Almuñécar, 21 de septiembre del año 2022.
Jacinto S. Martín
Que te voy a contar , si yo acabo de venir.... precioso Jacinto como siempre , un abrazo.
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