miércoles, 11 de abril de 2018

Un beso de amor para construir un sueño






UN BESO DE AMOR PARA CONSTRUIR UN SUEÑO
Hay amores tan bellos que justifican todas las locuras que hacen cometer (Plutarco, 45 d.C - 127 d.C.)

 A V3, mi sabia profesora de Farmacología y de Inglés.




Lo nuestro fue un amor a primera lista. Después de entrar en clase el primer día y gritar muy fuerte los nombres de los presuntos educandos para evitar el ‘callaros’, miré los ojos de Jarifa Aguilera Arráez. A partir del primer minuto observé a través de sus ojos los millones de neuronas conectándose con una electricidad inteligente que hacía saltar chispas, que provocaba una tormenta de millones de rayos conectados iluminando  el oscuro cielo de la ignorancia, y quedé estaqueado en mitad del aula. Nunca lo  comenté con nadie, pero tengo una rara habilidad para ver neuronas ajenas como si llevara un microscopio en cada uno de mis ojos. Los somas de sus neuronas resplandecían proyectando sus dendritas como las ramas del árbol de la inteligencia, el axón brillaba en sus botones terminales en donde los neurotransmisores -navegando por el espacio sináptico- elegían los receptores adecuados para la comprensión perfecta de la realidad.

Jarifa fue desde entonces mi alumna preferida. Aguilera, salga usted; Jarifa, ¿usted qué piensa de las rimas de Bécquer? Y Jarifa: “Son copiadas de un alemán estrafalario, son falsas. Gustavo Adolfo nunca quiso a nadie”. Arráez, salga usted a la pizarra, y Jarifa salía y resolvía todo siempre con la rapidez de un rayo y afirmaba que el subjuntivo era sólo el tiempo del deseo. Y el horario de clase discurría como un arroyo claro en la montaña, placentero, feliz, caudaloso, pleno de sabiduría. Y lamentablemente pasaba el tiempo, ese engaño de los dioses. Y yo sabía que no somos más que tiempo, un depósito de tiempo derramándose segundo a segundo, minuto a minuto, hora a hora, hasta el segundo final. Y llegaba junio, el mes de la diosa romana, y yo sentía la profunda tristeza de pensar que el curso acababa y que inevitablemente se iba a producir una terrible estampida de desamor. La vida me robaba a todos mis alumnos a los que  durante nueve meses  había alimentado con los conocimientos que generosamente les repartía , y sufría por eso como si mis hijos abandonaran la casa. Pero, ¿qué hacer con Jarifa?, ¿cómo dejar de verla?, ¿cómo permitir que se la tragara el torbellino sin sentido del mundo?

Y en la sala de profesores cantábamos las notas como creciditos niños de San Ildefonso. Cuando llegaba Aguilera Arráez, el diez brillaba en todas las asignaturas, pero ¿cómo perder a Jarifa? Entonces yo alzaba la voz para darme ánimos y gritaba: tres, sí he dicho tres (3) y mis compañeros volvían de derecha a izquierda y de izquierda a derecha sus  cabezas como las miradas giratorias de los búhos y alzaban sus hombros y me examinaban con una suerte de perfecto desprecio. Comprendedme, ella había encadenado mi corazón y nunca podía decirle adiós. Yo no podía perder su mirada y sus millones de inteligentes neuronas, conectadas, brillantes siempre, aun con las luces no encendidas del aula. Y venía a verme y no se quejaba y no se lamentaba, ni pedía explicaciones, ni lloraba sobre el negro cielo de la pizarra, ni siquiera dejaba caer una lágrima-perla en la oscuridad del tablero negro en donde aún latía una perfecta demostración matemática fabricada primorosamente con tizas de colores, lo excelso de lo efímero. Y yo le deseaba un feliz verano y ella me lo agradecía y yo miraba por última vez sus grandes ojos fijos y adivinaba una rara conjunción de extrañas neuronas levemente irritadas. Sólo una vez se volvió y en un perfecto inglés me dijo: Will you still love me tomorrow? Life is waiting. Y recordé siempre sus palabras: 'La vida es esperar'

Luego al salir iba tras ella y en voz baja le susurraba: “Dile al verano que corra que quiero volverte a ver”. Y así pasaron diez años, 3.652 días (si contamos los dos años bisiestos). Y nunca dijo nada. Hasta que un septiembre, después de un terrible dolor de muelas y un finísimo, agudo y espantoso crujido del cóndilo de la rodilla izquierda que me hacía cojear, en ese momento, en ese preciso momento de debilidad, dicté: Jarifa Aguilera Arráez tiene, por fin, dije cínicamente, un cinco y mis compañeros resoplaron barriendo la mesa de la sala de evaluación de los restos de las minas de los lápices y de las gomas de borrar.

Y Jarifa vino a verme para desearme suerte y luego se perdió por el pasillo silenciosamente, almohadillando sus pasos como una sagrada gata egipcia.

Me atormentaba no ver a Aguilera Arráez y pregunté por ella ("por saber de su vida no creo que vulnere ningún mandamiento") y me dijeron que en dos años había cursado todas las asignaturas de la Licenciatura de Derecho como en su momento hizo Dámaso Alonso y que inmediatamente sacó el número uno en las oposiciones de Judicatura y que luego acumulando interminables viajes y largas noches de insomnio llegó a terminar másteres auténticos en las más diversas materias: Victimología en Friburgo, Derecho Penal en Hannover, Criminología en Cambridge, Derecho Procesal en Alcalá de Henares, Derecho Político en Oxford, Derecho Romano en Bolonia, Historia del Derecho en Salamanca, Derecho Internacional en La Sorbona de París, Filosofía del Derecho en Berlín, Derecho Natural en Copenhague, Derecho Mercantil en Londres, Derecho del Trabajo en Ginebra, Derecho Comunitario en Bruselas… Nadie superaba a Jarifa en nada, de manera que llegó a ser tan sabia dirigente, que fue nombrada Presidente del Tribunal Supremo.

Entonces temí por mi integridad “física y química”, y pedí continuos traslados por toda América, África y Europa, comenzando por España. Se trataba de huir de Jarifa. Llegué a falsificar mi DNI, de manera que ahora era Don Ciriaco Oriol Menguillán.  Ejercí en Lucainena de las Torres y pedí rápidamente traslado a Alcañiz, luego estuve en La Rúa-Petín, más tarde en Sada, después en Lisboa. Desesperado pedí Roma en calidad de 'mercenario didáctico' y me lo concedieron. Pasaba los domingos y festivos encerrado en las catacumbas confundido con los turistas, pero mi inseguridad me llevó a trasladarme a Grazalema al año siguiente. Estuve en Pájara, Monesterio, Aracena, Tánger, Tetuán, Managua, Rosario, Bucaramanga, Bogotá… ¡Un raro expediente de huida el de Don Ciriaco Oriol! Tan llamativos eran mis huidizos traslados que Jarifa que ya había cursado orden de busca y captura, logró encontrarme en Madrigal de las Altas Torres. Cuando los dos guardias civiles aparecieron en la puerta del aula 11, no dije nada, incliné la cabeza, ofrecí mis muñecas para ser esposado y en un mareante viaje, dentro de una vieja furgona azul, me llevaron ante el tribunal. Allí estaba ella, radiante, más bella que nunca, extendiendo sus brazos terminados en “puntillosas” puñetas y martilleando el silencio con un mallete de nogal en una sala de vistas en la que no había nadie.

 Póngase de pie el acusado, y yo como un resorte oí de pie: Don Carlos Galgani de Urbino se le acusa de falsedad documental, abuso de autoridad sobre una menor, crueldad intelectual, acoso, violencia de género, prevaricación, lucro cesante y daño emergente, dijo ella mientras repasaba unos diabólicos librillos rojos. Ítem más: “Le quedan embargadas sus cuentas hasta cubrir los ingresos de sus últimos diez años”. Yo intentaba justificarme desde el banquillo de los acusados, enanificado ante la poderosa mesa que se levantaba ante mí, gigantesca como un Empire State en el que se hubiera esculpido en madera el ' libripens '.

¿Tiene algo que alegar? Sólo acerté a decir en voz muy baja: “Sólo sé que he sentido su ausencia, Señoría, Señora”. ¡Señora, no; Señoría!, interrumpió. "Llevo deshojadas las 3.652 margaritas de los diez cursos de silenciado amor, sí-no, no-sí, sí-no, no-sí, sí-no, no-sí, mientras sentía la voz oscura de Louis Armstrong como en un susurro: A kiss to build a dream on. Señora, perdón Señoría, y en voz muy baja, Jarifa, yo sólo necesitaba un beso para construirme un sueño".

Y ella: “Debemos condenar y condenamos a don Carlos Galgani de Urbino a 3.652 días de prisión de amor revisable”. Pueden llevárselo. Y salí fríamente acompañado de dos guardias que me enfurgonaron para pasar la noche en Alcalá-Meco. Al llegar me comunicaron que al día siguiente me enviarían a Mahón. Yo sólo me atreví a decir: “Procure usted que sea más cerquita”. Nadie dijo nada. Cuando ya se iban, rogué de nuevo: “con ojo de buey en mi camarote, para poder ver el mar, si puede ser”. Nada. Nada de nada. Nadie dijo nada.

Y pasó el tiempo, porque “todo pasa, hasta las procesiones de Semana Santa”. Yo hice amistad con políticos corruptos y con traficantes de droga- todos buenos chicos con malos momentos. En los ratos libres, que eran todos, me dedicaba a escribir con tizas de colores la palabra amor por toda la celda. A veces, después de tomar el café que me ponía muy nervioso, saltaba hasta el techo con la agilidad de una mosca y escribía ROMA, ROMA, ROMA, por si venían los bomberos a sofocar el incendio que flameaba en el Kilauea de mi corazón. Ya sabéis que los bomberos tienen la rara habilidad de la lectura inversa, ellos sabrán por qué. Y llegó sorpresivamente el último día de los 3.652. Entonces me llamaron: “Galgani, tiene visita, pase por la sala de visita”. Y yo esperaba una gran sorpresa, porque las grandes sorpresas nos esperan cuando hemos aprendido por fin a no sorprendernos de nada. Y apareció ella vestida con la elegante toga negra como traje de autoridad con un cuello de piel de armiño y con las puñetas afiligranadas de crochet en las mangas. En su pecho lucía la Cruz Distinguida de primera clase de la Orden de San Raimundo de Peñafort. En sus ojos brillaban los neurotransmisores navegantes del espacio sináptico. Ya tenía 48 años; yo, diez más.

-       Vengo para acompañarte en tu salida, me dijo sonriente. Por un momento pensé que no era Jarifa, sino su 'deep fake' fabricado en Japón.
-         ¿Te acompaño al puerto?, le dije temeroso.

Nos acompañamos, me dijo, y unimos las manos y nos miramos en todos los escaparates de todas las calles. Dios creó los espejos para que nos sintiéramos reales. Y fuimos al puerto y sentados en el muelle de la bahía oímos, mientras se ocultaba el sol en el horizonte aún azul, una vieja canción de Armstrong que interpretaba un músico ciego, como dicen que es el amor. En la soledad del puerto la música de saxo y una voz oscura nos recordaban que a veces es necesario un beso de amor para construir un sueño.

Granada, 11 de abril del año 2018

Jacinto S. Martín





                    Louis Armstrong ' A kiss to build a dream on'


9 comentarios:

  1. A veces es necesario un beso de amor para construir un sueño.

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  2. Dios creó los espejos para que nos sintiéramos reales.

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  3. "Todo pasa, hasta las procesiones de Semana Santa"

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  4. Las grandes sorpresas nos esperan cuando hemos aprendido por fin a no sorprendernos de nada.

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  5. Yo intentaba justificarme desde el banquillo de los acusados, enanificado ante la poderosa mesa que se levantaba ante mí, gigantesca como un Empire State en el que se hubiera esculpido en madera el ' libripens '.

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  6. Nos acompañamos, me dijo, y unimos las manos y nos miramos en todos los escaparates de todas las calles. Dios creó los espejos para que nos sintiéramos reales.

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  7. Y fuimos al puerto y sentados en el muelle de la bahía oímos, mientras se ocultaba el sol en el horizonte aún azul, una vieja canción de Armstrong que interpretaba un músico ciego, como dicen que es el amor.

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  8. Jarifa salía y resolvía todo siempre con la rapidez de un rayo y afirmaba que el subjuntivo era sólo el tiempo del deseo

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  9. Al llegar me comunicaron que al día siguiente me enviarían a Mahón. Yo sólo me atreví a decir: “Procure usted que sea más cerquita”. Nadie dijo nada. Cuando ya se iban, rogué de nuevo: “con ojo de buey en mi camarote, para poder ver el mar, si puede ser”. Nada. Nada de nada. Nadie dijo nada.

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