sábado, 30 de diciembre de 2017

Mil euros y un minuto de silencio

Mil  euros y un minuto de silencio 



Cuando se le practicó la autopsia a John D. Rockefeller, rey del petróleo, dueño del mundo, no se encontró ningún escrúpulo. (Eduardo Galeano)

A las siete se ha aupado el sol sobre el caballete del corralón de enfrente, ha comenzado a calentar la chapa de uralita y la luz ha dejado al descubierto las antenas de televisión, afiladas y metálicas, que chupan de los satélites de comunicación para engañarnos una y otra vez. Hay que mantener el sistema. También mostraron sus cilíndricas figuras los depósitos que calientan el agua fría ante el asfixiante soplo del sol. Los gallos, ante el primer latigazo rojo, ya han dejado de cantar, misión cumplida. En el corto horizonte desde el que contemplo el espectáculo, unos escasos sesenta metros, la estrella roja se impone orgullosa. Quema el sol, el aire abrasa.

El héroe se había levantado a eso de las cuatro y media de la madrugada y había respirado una limosna de aire fresco. No se encontraba bien. Sobre la pared de la terraza había visto cómo el negro de la noche dejaba paso a un azulón que luego pasó a celeste y que cerró en blanco con el color del amanecer. Se preparó un té con limón  y una tostada con aceite. Bebió un poco de agua fría y después se duchó con agua caliente del grifo del agua fría que le juraba en vano que el agua fría era fría. Se vistió a duras penas, no se encontraba bien; pero la obligación es la obligación, porque la empresa – ya sabemos – es la empresa, y hay que mantener el sistema que nunca entiende ni de malestares ni de insomnios, cuando parece que la noche no se acaba nunca. No somos más que utensilios animados, piezas laborativas, un apero más, esclavos colgados del clavo del engaño.

Subió a la furgoneta donde los demás trabajadores, enfundados en monos azules, lo esperaban. No se encuentra bien. Quema el sol, el aire abrasa, aunque es muy temprano. Hoy han dicho los medios de comunicación que soportaremos un fuego infernal, 43ºC. a la sombra.

Llegan al “tajo”. El héroe ha solicitado ampliación de jornada: 12 horas. El viento solano de julio quema, lo abrasa todo. En la carretera de la sierra, los camiones tolva están preparados para pavimentar sobre la superficie seca. La temperatura de la mezcla asfáltica supera los 120ºC.

Hasta las palabras de los compañeros queman y se oyen lejanas como en los sueños. Todo se ve medio borrado por la humazón que despide el asfalto. La vida está tomando el color de la nada. El cuerpo se  deshace gota a gota por mucho que bebas. Son las diez de la mañana. El héroe piensa que a las nueve de la noche “dará de mano”. No hay nada como poner plazos largos a las dificultades. Ojalá llegue el día en que ninguno sea lo bastante rico para comprar a otro, y ninguno sea lo bastante pobre para verse obligado a venderse.

Sigue arrastrando el negro de la capa asfáltica sobre el suelo rayado con un rastrillo de hierro. El tiempo pasa lento, son las 11 de la mañana. Bebe un sorbo del agua que poco a poco se va calentando. Mira de nuevo el reloj. Cuando cree que ya es mediodía, se sorprende: sólo las 11:20 h. Los pocos árboles de la carretera no dan sombra. Los pájaros han huido. La última urraca ha cruzado la carretera. El calor y el ruido de las máquinas se mezclan en un insoportable infierno en soledad. Quema el sol, el aire abrasa. Inquieta la luz domesticada del silencio, sólo quebrado, de vez en cuando, por el prolongado trueno sordo de los eurofighters que rayan el cristal azul del cielo. Las voces de los compañeros se oyen lejanas como en los sueños y todo se ve borrado por la niebla caliente que despide el asfalto.

Es el trabajo de un héroe. Los héroes clásicos han cambiado: ni Aquiles, ni Briseida, ni Ulises, ni Penélope, ni el Cid, ni Doña Jimena, ni Arturo, ni Ginebra, ni  Quijote, ni Dulcinea, ni Calisto, ni Melibea, ni Tristán, ni Isolda... No, ahora los héroes clásicos se han disfrazado de cajeras de supermercados, de camareros, de conductores de autobús, de limpiadoras, de panaderos, de fruteras, de recepcionistas de hotel, de azafatas, de obreros que asfaltan carreteras… Los héroes clásicos han sido comprados por poco dinero: un héroe sólo vale ya 1.000 €  al mes, más o menos, y un minuto de silencio y un aplauso, luego. Y la vida sigue extraña tragando mentiras como sables de faquir pronunciadas por “los padres y madres de la patria”. ¡A tragar, que todo va bien! Un hemiciclo inútil, mentiroso, debate idioteces mientras el pueblo sigue ortigado de tantas injusticias.

        Llega la hora del almuerzo, pero no tiene ganas de comer nada. Sólo bebe un poco y descansa entre unos matorrales. ¿Por qué este día no se acaba nunca? Sólo siete horas para llegar a las nueve de la tarde y volver a casa y descansar algo para luego volver. ¿Por qué este día no se acaba nunca? El sol y el asfalto se han puesto de acuerdo para abismarlos a todos en el infierno.

Son las cuatro de la tarde. Ve mal. No consigue dominar sus movimientos. Arranca piedras y luego las vuelve a enterrar en el mismo sitio del que las arrancó. Los compañeros no dicen nada, la empresa es la empresa y el trabajo no puede detenerse para ayudar a un hombre que se tambalea. ¿Por qué a nadie le importa el hueco del olvido?

Las seis de la tarde. No hay agua. Se le agrietan los labios. Los árboles, los cerros, los arbustos, todo carlea agotado. Pide ayuda, pero no lo oyen. Posiblemente esté hablando muy bajo.  Luego un largo silencio humeante en la carretera de la sierra. Todas las esperanzas se interrumpen. Cuando la tarde se desmayó sobre la soledad del horizonte, se impuso la nada. 

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