Cuando
se le practicó la autopsia a John D. Rockefeller, rey del petróleo, dueño del
mundo, no se encontró ningún escrúpulo. (Eduardo Galeano)
A las siete se ha
aupado el sol sobre el caballete del corralón de enfrente, ha comenzado a
calentar la chapa de uralita y la luz ha dejado al descubierto las antenas de
televisión, afiladas y metálicas, que chupan de los satélites de comunicación
para engañarnos una y otra vez. Hay que mantener el sistema. También mostraron
sus cilíndricas figuras los depósitos que calientan el agua fría ante
el asfixiante soplo del sol. Los gallos, ante el primer latigazo rojo, ya
han dejado de cantar, misión cumplida. En el corto horizonte desde el que
contemplo el espectáculo, unos escasos sesenta metros, la estrella roja se impone orgullosa. Quema el sol, el aire abrasa.
El
héroe se había levantado a eso de las cuatro y media de la madrugada y había
respirado una limosna de aire fresco. No se encontraba bien. Sobre la pared de
la terraza había visto cómo el negro de la noche dejaba paso a un azulón que
luego pasó a celeste y que cerró en blanco con el color del amanecer. Se
preparó un té con limón y una tostada
con aceite. Bebió un poco de agua fría y después se duchó con agua caliente del
grifo del agua fría que le juraba en vano que el agua fría era fría. Se vistió
a duras penas, no se encontraba bien; pero la obligación es la obligación,
porque la empresa – ya sabemos – es la empresa, y hay que mantener el sistema
que nunca entiende ni de malestares ni de insomnios, cuando parece que la noche
no se acaba nunca. No somos más que utensilios animados, piezas laborativas, un
apero más, esclavos colgados del clavo del engaño.
Subió
a la furgoneta donde los demás trabajadores, enfundados en monos azules, lo
esperaban. No se encuentra bien. Quema el sol, el aire abrasa, aunque es muy
temprano. Hoy han dicho los medios de comunicación que soportaremos un fuego
infernal, 43ºC. a la sombra.
Llegan
al “tajo”. El héroe ha solicitado ampliación de jornada: 12 horas. El viento solano de julio quema, lo abrasa todo. En la carretera de la sierra, los camiones tolva están
preparados para pavimentar sobre la superficie seca. La temperatura de la
mezcla asfáltica supera los 120ºC.
Hasta
las palabras de los compañeros queman y se oyen lejanas como en los sueños.
Todo se ve medio borrado por la humazón que despide el asfalto. La vida está
tomando el color de la nada. El cuerpo se
deshace gota a gota por mucho que bebas. Son las diez de la mañana. El
héroe piensa que a las nueve de la noche “dará de mano”. No hay nada como poner
plazos largos a las dificultades. Ojalá llegue el día en que ninguno sea lo
bastante rico para comprar a otro, y ninguno sea lo bastante pobre para verse
obligado a venderse.
Sigue
arrastrando el negro de la capa asfáltica sobre el suelo rayado con un
rastrillo de hierro. El tiempo pasa lento, son las 11 de la mañana. Bebe un
sorbo del agua que poco a poco se va calentando. Mira de nuevo el reloj. Cuando
cree que ya es mediodía, se sorprende: sólo las 11:20 h. Los pocos árboles de
la carretera no dan sombra. Los pájaros han huido. La última urraca ha cruzado
la carretera. El calor y el ruido de las máquinas se mezclan en un insoportable
infierno en soledad. Quema el sol, el aire abrasa. Inquieta la luz domesticada
del silencio, sólo quebrado, de vez en cuando, por el prolongado trueno sordo de los eurofighters que rayan el cristal azul del cielo. Las voces de los
compañeros se oyen lejanas como en los sueños y todo se ve borrado por la
niebla caliente que despide el asfalto.
Es
el trabajo de un héroe. Los héroes clásicos han cambiado: ni Aquiles, ni
Briseida, ni Ulises, ni Penélope, ni el Cid, ni Doña Jimena, ni Arturo, ni Ginebra, ni Quijote, ni Dulcinea, ni Calisto, ni
Melibea, ni Tristán, ni Isolda... No, ahora los héroes clásicos se han disfrazado
de cajeras de supermercados, de camareros, de conductores de autobús, de
limpiadoras, de panaderos, de fruteras, de recepcionistas de hotel, de
azafatas, de obreros que asfaltan carreteras… Los héroes clásicos han sido comprados por poco dinero: un héroe sólo
vale ya 1.000 € al mes, más o menos, y un
minuto de silencio y un aplauso, luego. Y la vida sigue extraña tragando
mentiras como sables de faquir pronunciadas por “los padres y madres de la
patria”. ¡A tragar, que todo va bien! Un hemiciclo inútil, mentiroso, debate
idioteces mientras el pueblo sigue ortigado de tantas injusticias.
Llega la hora del almuerzo, pero no
tiene ganas de comer nada. Sólo bebe un poco y descansa entre unos matorrales. ¿Por
qué este día no se acaba nunca? Sólo siete horas para llegar a las nueve de la tarde y volver a casa y descansar algo para luego volver. ¿Por qué este día no
se acaba nunca? El sol y el asfalto se han puesto de acuerdo para abismarlos a
todos en el infierno.
Son
las cuatro de la tarde. Ve mal. No consigue dominar sus movimientos. Arranca
piedras y luego las vuelve a enterrar en el mismo sitio del que las arrancó.
Los compañeros no dicen nada, la empresa es la empresa y el trabajo no puede
detenerse para ayudar a un hombre que se tambalea. ¿Por qué a nadie le importa el hueco del olvido?
Las
seis de la tarde. No hay agua. Se le agrietan los labios. Los árboles, los
cerros, los arbustos, todo carlea agotado. Pide ayuda, pero no lo oyen.
Posiblemente esté hablando muy bajo. Luego un largo silencio humeante en la
carretera de la sierra. Todas las esperanzas se interrumpen. Cuando la tarde se desmayó sobre la soledad del horizonte, se impuso la nada.
Cuando la tarde se desmayó sobre la soledad del horizonte se impuso la nada.
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