Relato corto
LA RAGAZZA
DEL ELEVATORE[1]
La vida es un cuento contado por un
idiota, lleno de ruido y de furia, que no tiene ningún sentido. (W. Shakespeare)
Ignoraba que las fuerzas vivas habían contratado a un
cantante de rock para que actuara, pensando o sin pensar que al personal le
gustaba el rock. Así se podía distraer a la gente aquella noche de verano y al
mismo tiempo se justificaban unos gastillos.
Yo pasaba por allí y vi a mi hermano Servando que sentado en uno de los bancos de la plaza me invitó a sentarme junto a él para
oír las canciones que desgranaba el rockero-semanasantero[2].
Me senté un rato. Vi que eran pocos los que escuchaban a un desgarbado cantante
que se movía con el mismo lento baile, que luego imitó Sabina. Tenía un vaso en la mano que apuraba
entre canción y canción. Por lo visto, el motor del artista necesitaba gasolina
continuamente. En el suelo del tablado, junto al micro destacaba soberbia una
botella de coñac. Con cada vaso el cantante, ajeno al tiempo del reloj,
prorrogaba brillante la actuación.
Mi hermano, sonriendo, me dijo: ´Es
Silvio, canta bien´. Caían al albero las doce campanadas del lento reloj del
ayuntamiento y se mezclaban con la voz de Silvio Fernández que ajeno al tiempo
cantaba Margherita Marguerot, un mensaje incomprendido por una docena de
malletes[3]
que con las manos atrás miraban aquello con la misma indiferencia con la que
los grillos miran a la luna mientras rascan el violín. Cuando Silvio dejaba de
cantar y se apagaba, los grillos se encendían un poco más y brillaban con su
negro frac en la noche de verano.
A Silvio - sevillista de corazón, de
los del “si jugaras en el cielo, moriría para verte”- no le importaba cantarle
al Betis en lo que pudo haber sido el mejor himno del equipo verde: Cuando el rey Don San Fernando conquistó
Sevilla lo primero que se preguntó fue: ¿dónde está mi Betis? Betis, Betis, Betis… Aunque seguía cantando, la indiferencia
seguía siendo general. Mi hermano sonreía sentado en el banco de espaldas al
ayuntamiento. El cielo azul cobalto de las noches de verano cobijaba al pobre
rockero sevillano que afirmaba que en una persona el código postal es más
importante que el código genético. A pesar de la vida desatenta, Silvio
desgranaba lo mejor de su repertorio.
Comido de soledades, el cantante
comprendía enfundado en la niebla del alcohol que el momento más solitario en
la vida de alguien es cuando está viendo cómo su mundo se desmorona y lo único
que puede hacer es mirar fijamente a lo lejos, como él hace ahora en mitad de
la actuación. Mirar lejos descansa. Ha pasado toda la semana en la cama,
tiritando de frío. Ayer sábado se levantó, bebió toda la mañana. Hoy, el día de
la actuación, ha seguido bebiendo para distraer a un público casi inexistente.
Con los movimientos de un muñeco de guiñol, lacio, canta “Rezaré” y aparece el
catálogo de todas las vírgenes sevillanas. Capillita-rockero se emociona con la
canción. También lo hizo cuando cantó “La Pura Concepción” (swing María) en el
Solemne Quinario del rock sevillano.
Descansa un poco y bebe, se desanuda
la corbata y bebe, se agarra al micro y bebe, mientras prepara una canción de
San Juan de la Cruz. El poema del carmelita se titula “Con arrimo y sin
arrimo”. Él lo tituló “Criaturas”. Cuando
suena, yo advierto que se retrata en la letra: Con
arrimo y sin arrimo, todo me voy consumiendo, mas por ser de amor el lance di
un ciego y oscuro salto y fui tan alto, tan alto, que le di a la caza alcance.
Y así toda criatura enajenada se ve y
gusta de un no sé qué que se halla por ventura, que estando la voluntad de
divinidad tocada no puede quedar pagada sino con divinidad.
Cuentan que hay un lance de amor con
una rica dama inglesa y una caída de tan alto y un enajenamiento cuando tuvo
que dejar a su hijo, que llegó a ser futbolista inglés en la Premier League, y
un asomo de divinidad en la creación poética… Sin embargo el recuerdo lo tiñe
de humor cuando preguntado qué era lo más grande que había hecho por amor
contestó que tomarse un tinto en vez de una copa de coñac, o cuando confesó ingenioso que todo el mundo era egoísta, que todos iban a lo suyo, menos yo - dijo - que voy a lo mío, o en una
composición country a lo Javier Krahe en la canción “Sureños”: Al sur de la Gran Bretaña yo me siento
acomodado. La vida se me pasa, pero yo aquí me he quedado. Como tonto, como
sabio, yo no dono, no lo cambio, aunque sólo de milagro me mantenga. Somos
víctimas propicias de una antigua maldición, hemos de ganar el pan con el
propio sudor, menos mal que aquí en Sevilla la vida tengo ganada porque con
tanto calor sudo aunque no haga nada.
Sigue avanzando sin descanso la
noche. Desde el cielo, Deneb, Vega y Altair coronan al cantautor con un
triángulo de estrellas. Silvio sabe que no importa en cuántos pedazos se haya
roto tu corazón, que el mundo no se detiene para que lo arregles. El cantante andaluz - austero, individualista, melancólico, dueño de su secreto - anuncia el continuo debilitamiento de una vejez progresiva. Es también el dueño de su
error, porque sólo el error es el comienzo de la creación. Silvio sabe que su
debilidad, su soledad y su secreto lo hacen fuerte y que ´la vida es un cuento
contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no tiene ningún sentido´. Por
eso se permite el lujo de cantar lo que se le ocurre mechándolo[4]
con lo que inventa en ese momento.
Alguien a lo lejos quema rastrojos,
la miserable ofrenda de Caín. El olor a quemado, el canto de los grillos, la
cúpula azul cobalto del cielo, el sabor a coñac productor de emociones, el
asterismo astronómico[5]
del verano, los idiomas confusos mezclados en la noche y un hombre olvidado en
el centro de un tablado de madera, esto es todo. En ese momento no entendí que
estaba ante un trozo de literatura viva tan grande como los malditos
conservados en alcohol de la literatura universal: Verlaine, Rimbaud, Poe, Faulkner, Dostoyevski, Baudelaire, Truman
Capote, Hemingway, Rubén Darío o Sawa, el extraño escritor nacido en Carmona,
negro[6]
de Rubén. Cuando me fui sonaba LA RAGAZZA DEL ELEVATORE, genial mix de italiano
macarrónico con español castizo a ritmo de mandolina: La ragazza del elevatore es la prima aureola de la mía resaca. No me
mira e incluso no la miro yo, pero siento sua presencia in torno di me. La sua
mamma no mi ascolta perque la ragazza e piú bambina per
un tío como yo…
Hoy he oído las canciones de Silvio
como desagravio a la desatención que tuve con él una noche de verano y he
analizado toda su gloria incomprendida. Oídlas, pues es el mejor homenaje a la
grandeza y a la pequeñez del ser humano.
Almuñécar, 6
de julio del año 2016
Jacinto S. Martín
[1] La chica
del ascensor
[2] Persona
a la que le gusta la Semana Santa. SIN.: capillita.
[3] Mallete:
´pequeño propietario agrícola´.
[4] Mechar:
Intercalar una cosa en medio de otras.
[5]
Asterismo astronómico: Grupo de estrellas que forma una figura geométrica,
aunque pertenezcan a diferentes constelaciones.
[6] Negro:
El escritor que hace trabajos anónimamente en provecho y lucimiento de otro,
que pone la firma.
La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia.
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