Relato corto
Indicaciones previas al lector
Querido lector: El
siguiente relato tiene cinco finales posibles. El primero cierra el texto como se hace
siempre. Pero, como no todo gusta a todo
el mundo, se han añadido cuatro finales más, numerados del 2 al 5, para que
cada uno elija el que prefiera. Así se puede contabilizar esta concesión
democrática y apreciar el grado de misericordia, justicia estricta, ternura,
indiferencia o venganza que hay en nuestro poco analizado espíritu colectivo.
EL
DÍA DE LA IRA
¡Dies
irae, (…) Quantus tremor est futurus, quando iudex est venturus, cuncta stricte
discursurus! (Tomás da Celano, siglo XIII)
¡Día
de la ira, (…)¡Cuánto terror habrá en el futuro cuando el juez haya de venir a
juzgar todo estrictamente! (Tomás da Celano, siglo XIII)
Fue una boda extraña.
Yo trabajaba como criada en casa de los Núñez de Balboa Cabeza de Vaca, una
noble familia gaditana. La casa típica gaditana con tres pisos tenía el suelo
del patio de mármol blanco y una casapuerta
rectangular desde la que se accedía al caserón. Don Alejandro Núñez de
Balboa Cabeza de Vaca se enamoró de mí, él sabrá por qué. Yo era gorda como un
pollo de gaviota y tenía una voz especial, cantarina, mezcla de cristal, de
neblina y de sal. Sería por eso. Yo siempre lo llamé don Alejandro, aun después
de la extraña boda, sin música, sin invitados, sin alegría, sin nada. Bueno, no
tan así, aquel día también hubo un menú exquisito que serví yo como siempre.
Sólo
un cura amigo de la familia se prestó a la ceremonia que celebramos en el piso
segundo ante un improvisado altar. Don Alejandro dijo que sí cuando don Anselmo
el cura le preguntó; yo, también. Aún recuerdo las sorprendentes palabras de
don Anselmo: ´Marina del Valle García, ¿quieres a don Alejandro Núñez de
Balboa y Cabeza de Vaca como legítimo esposo en la riqueza y en la riqueza, en
la enfermedad y en la enfermedad hasta que la muerte os separe?´ Pensé que
seríamos ricos siempre y que cuidaría a un enfermo siempre. Eso deduje de las
palabras del cura. Y yo dije que sí que quería a semejante batracio, un pescado en blanco que había
ejercido como perito aparejador un tiempo, que tocaba el piano en sus ratos libres (que eran las veinticuatro horas
del día), que encerrado en una amplia habitación vestía un pijama gris y que
palmeaba como si llamara con desprecio a una camarera. El eco multiplicaba las palmadas de
don Alejandro por toda la casa. Cuando tardaba en llegar a su cárcel-habitación,
una voz potente me llamaba: Marina, Marinaaaa, Marinaaaaa.
Llegaba
lo más rápida que podía. ¿Don Alejandro, qué quiere? Y él: ¡Ya es la una!, ¡la
comida! Yo estaba con el niño, decía. Sí, tuve un niño nueve meses después de un día en
que se entretuvo conmigo. Creo que fue el único día en cuarenta años bajo la aceptada, extraña y fría dictadura. Recuerdo que me levanté y le
dije: ´¿necesita algo más, don Alejandro?´ Y él: ´puedes retirarte´. Aquel día tocó
en el piano “Eine kleine Nachtmusic” de Mozart, “Para Elisa”
de Beethoven, el “Preludio de la gota de agua” de Chopin, el “Concierto
número 21 para piano” de Mozart y “El claro de luna” de Beethoven. Terminó con
el “Réquiem” de Mozart, que repetía siempre. Ya os he dicho que a pesar de la
engañosa alegría inicial, don Alejandro era de natural triste.
Y
así cuarenta años, entre palmas y música de piano y exigencias y tanta escasez, que tuve que abrir una pensión en el
primer piso y arrendar el último a una extraña pareja que se empeñó en tener una
niña y cuando Germana, la mujer, dio a luz a un niño lo vistió de niña durante
toda su infancia. Unos hermosos bucles rubios adornaban la cabecita de la niña-niño,
ahora perdida en el tiempo con un vestidito rosa.
Dos
semanas después de la total destrucción del barrio de San Severiano, al
explotar un polvorín militar[1],
lo convencí para llevarlo a la playa. De joven acostumbraba a ir allí y a jugar vigilado por las tres criadas de la
casa mientras su señora madre leía el Diario de Cádiz, evitando así al marido
oculta detrás de la sábana del periódico que el levante movía rebelde.
Don
Alejandro, creo que le vendría bien salir un poco, le dije. Cada cuarenta años
no es mucho pedir y el mar de Cádiz es inmensamente alegre y benéfico, el mar
de Cádiz es la felicidad y la alegría. Don Alejandro, mire usted, yo llamo
Cádiz a todo lo hermoso, yo llamo Cádiz a todo lo bueno que me sucede, yo llamo
Cádiz a la risa, a la brisa de una noche
de verano con luna llena y al cabecear de las barcas en el mar azul, yo llamo Cádiz a la blancura del
jazmín, un proyecto pequeño de espuma de mar, yo llamo Cádiz a la misericordia…,
yo llamo Cádiz a la justicia y a la libertad.
Eso
creo que dije, y don Alejandro haciendo un esfuerzo inmenso aceptó. Fuimos a
donde él me indicó, un tranquilo oasis de silencio en Cortadura. Estaba en bañador, un viejo meyba[2],
una calamidad estética y social. No había nadie. Íngrimamente[3]
solos, comimos tortilla de camarones, una docena de galeritas, rosquitos en forma de ocho, gambas y cañaíllas y bebimos cerveza Cruz Blanca y una botellita de tío Pepe. Estuve mano
a mano con el dictador, que como no estaba hecho al vino se quedó adormilado.
Antes de la dormición, le dije que me
pidiera algo que recordara de su ya lejana estancia en la dorada playa. Y él me
contestó, ¡nunca lo hubiera hecho!, que se refrescaba mucho cuando las criadas
lo enterraban en la arena húmeda hasta dejarle fuera la cabeza que protegían
con un sombrero de fibras vegetales, muy elegante, que le habían traído de
Cuba.
Don
Alejandro quedó profundamente dormido. Roncaba y con cada ronquido un vientecillo
suave levantaba la arena cercana a su boca. En ese momento saltó el levante y
los perdigonazos de la arena acribillaron mis piernas. Gruñía el mar como
animal acosado por el insoportable silbido del viento, espantoso estornudo del
diablo.¡¡Él, el infeliz, estaba tan a gusto mirando al mar, que daba pena
despertarlo!! Era sólo una triste cabeza resoplante. El levante me estaba trastornando,
recorría violento todo el inmenso laberinto de mis neuronas, me dolía la
cabeza, tenía ganas de gritar y ganarle al zumbido del viento. Comprendí que los malos vientos casi
siempre vienen del sol. Entonces, ¡nunca lo hubiera hecho!, un empujón brutal,
un “volunto”[4], me llevó a cometer un
acto del que no estoy orgullosa, pero del que tampoco me arrepiento, pues creo
que no lo maté; simplemente lo ejecuté. Oculté la cara del dictador, demacrada y amarillenta, con el tapete-mantel. No
dijo nada. Los brazos, inmóviles, estaban anclados en la arena, las piernas
también. Estaba ya sin fuerzas. El hoyo era muy profundo… Me sentí Cádiz
mientras miraba al mar. Luego, lentamente, puñadito a puñadito, recubrí el
mantel hasta que una dunita de arena marcó el antiguo lugar de la cabeza.
Almuñécar, diez menos cuarto del día 18 de agosto del
año 2016.
Jacinto
S. Martín
SEGUNDO FINAL
Comprendí que
los malos vientos casi siempre vienen del sol. Entonces, ¡nunca lo hubiera
hecho!, un empujón brutal, un “volunto”, me llevó a cometer un acto del
que no estoy orgullosa, pero del que tampoco me arrepiento, pues creo que no lo
maté; simplemente lo ejecuté. Lo abandoné cuando ya la tarde se desmayaba sobre
las dunas de arena. No podía moverse. Estaba ya sin fuerzas y el hoyo era muy
profundo… Me sentí Cádiz mientras contemplaba el mar. Desde lejos miré hacia
atrás con la curiosidad de la mujer de Lot… Vi que decenas de gaviotas se
acercaban amenazantes a su desvalida cabeza con risotadas de brujas.
TERCER FINAL
Comprendí
que los malos vientos casi siempre
vienen del sol. Entonces, ¡nunca lo hubiera hecho!, un empujón brutal, un
“volunto”, me llevó a
cometer un acto del que no estoy orgullosa, pero del que tampoco me arrepiento,
pues creo que no lo maté; simplemente lo ejecuté. Lo abandoné cuando ya la
tarde se desmayaba sobre las dunas de arena. No podía moverse. Estaba ya sin
fuerzas y el hoyo era muy profundo…Me sentí Cádiz mientras miraba al mar.
Llegué
a la casa sin dejar de pensar en el pobre infeliz. Al pasar por el patio vi en
el suelo un rastro de arena. Subí al segundo piso. Entré en la habitación en
penumbra… Estaba allí. No dijo nada. Sacó un pequeño revólver que escondía en
el cajón derecho de la mesa del despacho. No supe
nada más hasta que desperté en el hospital. ¿Y él?, pregunté. La enfermera
movió la cabeza sin decir nada más.
CUARTO FINAL
Comprendí que
los malos vientos casi siempre vienen del sol. Entonces, ¡nunca lo hubiera
hecho!, un empujón brutal, un “volunto”, casi me lleva a cometer
un acto del que me habría arrepentido siempre. Cuando ya la tarde se desmayaba
sobre las dunas de arena volví. Dormía aún. No podía moverse. Estaba ya sin
fuerzas y el hoyo era muy profundo… Me sentí Cádiz mientras miraba al mar. Lo
saqué de la trampa mortal y lo llevé a casa. Nunca le confesé que había pensado
dejarlo enterrado. Nunca lo supo. El pensamiento no delinque.
QUINTO FINAL
Diario de Cádiz. 18 de agosto de
2016. Últimas noticias.
Ha
sido hallada en la playa de Cortadura (Cádiz) una momia que según los
arqueólogos de la UCA, especialistas de reconocido prestigio internacional,
debe de tener más de 3.000 años. El
hallazgo ha sorprendido a la comunidad científica por su buen estado de
conservación.
Comenta el relato y elige tu final.
[1] A las
diez menos cuarto del lunes 18 de agosto del año 1947 se produjo la explosión
de un polvorín de la Armada en Cádiz. La onda expansiva arrasó el barrio de San
Severiano.
[2] Meyba:
´marca comercial de traje de baño´.
[3]
Íngrimamente ´con la mente en la más completa soledad´.
[4] Tener un
volunto: Andalucismo que significa ´hacer algo de forma espontánea y sin
pensar´.
Conociendo la marea alta en la Cortadura, lo veo ahogándose poquito a poco. Está muy bien. Me ha gustado
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