miércoles, 31 de agosto de 2016

El día de la ira




Relato corto


Indicaciones previas al lector

    Querido lector: El siguiente relato tiene cinco finales posibles. El primero cierra el texto como se hace siempre. Pero, como no todo gusta  a todo el mundo, se han añadido cuatro finales más, numerados del 2 al 5, para que cada uno elija el que prefiera. Así se puede contabilizar esta concesión democrática y apreciar el grado de misericordia, justicia estricta, ternura, indiferencia o venganza que hay en nuestro poco analizado espíritu colectivo.


EL DÍA DE LA IRA

¡Dies irae, (…) Quantus tremor est futurus, quando iudex est venturus, cuncta stricte discursurus! (Tomás da Celano, siglo XIII)

¡Día de la ira, (…)¡Cuánto terror habrá en el futuro cuando el juez haya de venir a juzgar todo estrictamente! (Tomás da Celano, siglo XIII)

    Fue una boda extraña. Yo trabajaba como criada en casa de los Núñez de Balboa Cabeza de Vaca, una noble familia gaditana. La casa típica gaditana con tres pisos tenía el suelo del patio de mármol blanco y una casapuerta  rectangular desde la que se accedía al caserón. Don Alejandro Núñez de Balboa Cabeza de Vaca se enamoró de mí, él sabrá por qué. Yo era gorda como un pollo de gaviota y tenía una voz especial, cantarina, mezcla de cristal, de neblina y de sal. Sería por eso. Yo siempre lo llamé don Alejandro, aun después de la extraña boda, sin música, sin invitados, sin alegría, sin nada. Bueno, no tan así, aquel día también hubo un menú exquisito que serví yo como siempre.

Sólo un cura amigo de la familia se prestó a la ceremonia que celebramos en el piso segundo ante un improvisado altar. Don Alejandro dijo que sí cuando don Anselmo el cura le preguntó; yo, también. Aún recuerdo las sorprendentes palabras de don Anselmo: ´Marina del Valle García, ¿quieres a don Alejandro Núñez de Balboa y Cabeza de Vaca como legítimo esposo en la riqueza y en la riqueza, en la enfermedad y en la enfermedad hasta que la muerte os separe?´ Pensé que seríamos ricos siempre y que cuidaría a un enfermo siempre. Eso deduje de las palabras del cura. Y yo dije que sí que quería a semejante batracio, un pescado en blanco que había ejercido como perito aparejador un tiempo, que tocaba el piano en sus ratos libres (que eran las veinticuatro horas del día), que encerrado en una amplia habitación vestía un pijama gris y que palmeaba como si llamara con desprecio a una camarera. El eco multiplicaba las palmadas de don Alejandro por toda la casa. Cuando tardaba en llegar a su cárcel-habitación, una voz potente me llamaba: Marina, Marinaaaa, Marinaaaaa.

Llegaba lo más rápida que podía. ¿Don Alejandro, qué quiere? Y él: ¡Ya es la una!, ¡la comida! Yo estaba con el niño, decía. Sí, tuve un niño nueve meses después de un día en que se entretuvo conmigo. Creo que fue el único día en cuarenta años bajo la aceptada, extraña y fría dictadura. Recuerdo que me levanté y le dije: ´¿necesita algo más, don Alejandro?´ Y él: ´puedes retirarte´. Aquel día tocó en el piano “Eine kleine Nachtmusic” de Mozart, “Para Elisa”  de Beethoven, el “Preludio de la gota de agua” de Chopin, el “Concierto número 21 para piano” de Mozart  y  “El claro de luna” de Beethoven. Terminó con el “Réquiem” de Mozart, que repetía siempre. Ya os he dicho que a pesar de la engañosa alegría inicial, don Alejandro era de natural triste.

Y así cuarenta años, entre palmas y música de piano y exigencias y tanta  escasez, que tuve que abrir una pensión en el primer piso y arrendar el último a una extraña pareja que se empeñó en tener una niña y cuando Germana, la mujer, dio a luz a un niño lo vistió de niña durante toda su infancia. Unos hermosos bucles rubios adornaban la cabecita de la niña-niño, ahora perdida en el tiempo con un vestidito rosa.

Dos semanas después de la total destrucción del barrio de San Severiano, al explotar  un polvorín  militar[1], lo convencí para llevarlo a la playa. De joven acostumbraba a ir allí  y a jugar vigilado por las tres criadas de la casa mientras su señora madre leía el Diario de Cádiz, evitando así al marido oculta detrás de la sábana del periódico que el levante movía rebelde.

Don Alejandro, creo que le vendría bien salir un poco, le dije. Cada cuarenta años no es mucho pedir y el mar de Cádiz es inmensamente alegre y benéfico, el mar de Cádiz es la felicidad y la alegría. Don Alejandro, mire usted, yo llamo Cádiz a todo lo hermoso, yo llamo Cádiz a todo lo bueno que me sucede, yo llamo Cádiz  a la risa, a la brisa de una noche de verano con luna llena y al cabecear de las barcas en el mar azul, yo llamo Cádiz a la blancura del jazmín, un proyecto pequeño de espuma de mar, yo llamo Cádiz a la misericordia…, yo llamo Cádiz a la justicia y a la libertad.

Eso creo que dije, y don Alejandro haciendo un esfuerzo inmenso aceptó. Fuimos a donde él me indicó, un tranquilo oasis de silencio en Cortadura.  Estaba en bañador, un viejo meyba[2], una calamidad estética y social. No había nadie. Íngrimamente[3] solos, comimos tortilla de camarones, una docena de galeritas, rosquitos en forma de ocho, gambas y cañaíllas y bebimos cerveza Cruz Blanca y una botellita de tío Pepe. Estuve mano a mano con el dictador, que como no estaba hecho al vino se quedó adormilado. Antes de la dormición,  le dije que me pidiera algo que recordara de su ya lejana estancia en la dorada playa. Y él me contestó, ¡nunca lo hubiera hecho!, que se refrescaba mucho cuando las criadas lo enterraban en la arena húmeda hasta dejarle fuera la cabeza que protegían con un sombrero de fibras vegetales, muy elegante, que le habían traído de Cuba.

Don Alejandro quedó profundamente dormido. Roncaba y con cada ronquido un vientecillo suave levantaba la arena cercana a su boca. En ese momento saltó el levante y los perdigonazos de la arena acribillaron mis piernas. Gruñía el mar como animal acosado por el insoportable silbido del viento, espantoso estornudo del diablo.¡¡Él, el infeliz, estaba tan a gusto mirando al mar, que daba pena despertarlo!! Era sólo una triste cabeza resoplante. El levante me estaba trastornando, recorría violento todo el inmenso laberinto de mis neuronas, me dolía la cabeza, tenía ganas de gritar y ganarle al zumbido del viento. Comprendí que los malos vientos casi siempre vienen del sol. Entonces, ¡nunca lo hubiera hecho!, un empujón brutal, un “volunto”[4], me llevó a cometer un acto del que no estoy orgullosa, pero del que tampoco me arrepiento, pues creo que no lo maté; simplemente  lo ejecuté. Oculté la cara del dictador, demacrada y amarillenta, con el tapete-mantel. No dijo nada. Los brazos, inmóviles, estaban anclados en la arena, las piernas también. Estaba ya sin fuerzas. El hoyo era muy profundo… Me sentí Cádiz mientras miraba al mar. Luego, lentamente, puñadito a puñadito, recubrí el mantel hasta que una dunita de arena marcó el antiguo lugar de la cabeza.

Almuñécar,  diez menos cuarto del día 18 de agosto del año 2016.

Jacinto S. Martín

SEGUNDO FINAL
Comprendí que los malos vientos casi siempre vienen del sol. Entonces, ¡nunca lo hubiera hecho!, un empujón brutal, un “volunto”, me llevó a cometer un acto del que no estoy orgullosa, pero del que tampoco me arrepiento, pues creo que no lo maté; simplemente lo ejecuté. Lo abandoné cuando ya la tarde se desmayaba sobre las dunas de arena. No podía moverse. Estaba ya sin fuerzas y el hoyo era muy profundo… Me sentí Cádiz mientras contemplaba el mar. Desde lejos miré hacia atrás con la curiosidad de la mujer de Lot… Vi que decenas de gaviotas se acercaban amenazantes a su desvalida cabeza con risotadas de brujas.


TERCER FINAL
Comprendí que los malos vientos  casi siempre vienen del sol. Entonces, ¡nunca lo hubiera hecho!, un empujón brutal, un “volunto”, me llevó a cometer un acto del que no estoy orgullosa, pero del que tampoco me arrepiento, pues creo que no lo maté; simplemente lo ejecuté. Lo abandoné cuando ya la tarde se desmayaba sobre las dunas de arena. No podía moverse. Estaba ya sin fuerzas y el hoyo era muy profundo…Me sentí Cádiz mientras miraba al mar.

Llegué a la casa sin dejar de pensar en el pobre infeliz. Al pasar por el patio vi en el suelo un rastro de arena. Subí al segundo piso. Entré en la habitación en penumbra… Estaba allí. No dijo nada. Sacó un pequeño revólver que escondía en el cajón derecho de la mesa del despacho.  No supe nada más hasta que desperté en el hospital. ¿Y él?, pregunté. La enfermera movió la cabeza sin decir nada más.


CUARTO FINAL
Comprendí que los malos vientos casi siempre vienen del sol. Entonces, ¡nunca lo hubiera hecho!, un empujón brutal, un “volunto”, casi me lleva a cometer un acto del que me habría arrepentido siempre. Cuando ya la tarde se desmayaba sobre las dunas de arena volví. Dormía aún. No podía moverse. Estaba ya sin fuerzas y el hoyo era muy profundo… Me sentí Cádiz mientras miraba al mar. Lo saqué de la trampa mortal y lo llevé a casa. Nunca le confesé que había pensado dejarlo enterrado. Nunca lo supo. El pensamiento no delinque.


QUINTO FINAL
Diario de Cádiz. 18 de agosto de 2016. Últimas noticias.
Ha sido hallada en la playa de Cortadura (Cádiz) una momia que según los arqueólogos de la UCA, especialistas de reconocido prestigio internacional, debe  de tener más de 3.000 años. El hallazgo ha sorprendido a la comunidad científica por su buen estado de conservación.

Comenta el relato y elige tu final.



[1] A las diez menos cuarto del lunes 18 de agosto del año 1947 se produjo la explosión de un polvorín de la Armada en Cádiz. La onda expansiva arrasó el barrio de San Severiano.
[2] Meyba: ´marca comercial de traje de baño´.
[3] Íngrimamente ´con la mente en la más completa soledad´.
[4] Tener un volunto: Andalucismo que significa ´hacer algo de forma espontánea y sin pensar´.




Relato corto

1 comentario:

  1. Conociendo la marea alta en la Cortadura, lo veo ahogándose poquito a poco. Está muy bien. Me ha gustado

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