Relato corto
Me di cuenta de que para verte como yo quería era necesario cerrar los ojos. (Julio Cortázar)
La salida del sol es un espectáculo único, gratis, amable; aunque repetido. La noche anterior al previsto acontecimiento dúchate durante algo más de treinta minutos, sal luego a la terraza y oxigénate durante otra media hora sentado en una silla de playa blanca con un cojín también blanco como protección de los riñones, nunca se sabe. Tenemos la certeza de que no somos más que un esqueleto relleno de vísceras, órganos blandos que a la menor ocasión se rebelan y causan graves trastornos, a veces irreparables.
Después bebe un poco de agua mineral. Debe estar a
unos cinco grados, fría. Tómala poco a poco: un sorbo rápido, inconsciente, te
puede congelar las neuronas. A continuación acuéstate ya, que se está haciendo
tarde.
Son ya las dos y media de la madrugada y el grillo del
parquecillo cercano se apagó, harto ya de su trabajo de músico mal pagado, por
consideración a sus vecinas las golondrinas que dormían desde las diez en las
ramas de los higuitos[1] en
donde él también se oculta.
Cuando ya estás en la cama pídele a las ánimas
benditas que te despierten a la hora adecuada, las siete de la mañana, por
ejemplo. Esto va muy bien si no tienes despertador a mano, no falla nunca. Agosto, que va dejando ya mordiscos de nada
entre las palmeras, te acaricia con sus manos húmedas a través de la ventana.
A la hora exacta las benditas te despiertan. La hacen
coincidir con unas ganas irresistibles de visitar el cuarto de baño. La Naturaleza te refriega
por las narices tu débil condición humana, te recuerda que no eres un ángel e
insiste cada día en que conozcas las debilidades de la materia de que estás
hecho, sobre todo las relacionadas con los chacras uno y dos (muladara y
svadhistana).
Inmediatamente debes descorrer las cortinas y el
visillo blanco. Sin duda alguna, un magnífico espectáculo se anuncia en la
colina cercana. Todavía la oscuridad
permite ver el número tres que forman las estrellas de Casiopea que ya giró la W echada en el cielo oscuro, una uve doble mágica marcando sin
duda la inicial de un nombre extraño: Wifredo, por ejemplo. Debajo de Casiopea, las estrellas de la constelación de
la Jirafa
mantienen el perfecto dibujo de un trapecio irregular. En la pizarra negra del
cielo, la Polar ,
faro permanente, marca el norte. Las dos osas se
distinguen precisas.
Ya en el horizonte ha comenzado a insinuarse un leve
amarillo. Se destaca el perfil a carboncillo de las colinas que en semicírculo
cercan el campo verde, el barrio blanco de los marineros y el mar que gruñe
azotado por el látigo del viento de poniente.
El amarillo crece en intensidad y casi enrojece
débilmente. El rojo sube unos grados y el borrador del sol- previo a su salida-
acaba limpiando las estrellas para que, una vez ocultas, el Organizador pinte poco a poco de
celeste la alta bóveda. Ya se marca el punto exacto de la salida. Apenas la
punta de un alfiler señala precisa el lugar del nacimiento. Son las montañas
las que van a dar a luz al animador rojo
de las cosas. Posiblemente, su utilidad más importante es que las mujeres y los hombres puedan verse.
Ya está a punto de salir. Ya casi sale. ¡Ahora, ahora, ahora! En ese momento, en ese preciso momento, tienes que cerrar
rápidamente los visillos blancos y las tupidas cortinas y volver a la noche
artificial buscada.
Después de todo, el sol no te debe interesar lo más mínimo.
A quién le va a importar ese ser extraño que recorre el cielo lanzando
llamaradas en un trabajo impuesto, de canto de gallo a canto de grillo, hasta caer estúpido y monótono en el mismo
lugar de la montaña o del mar mientras los turistas lo fotografían en su despedida.
Al sol no se le puede mirar a los ojos, porque es un funcionario sin libertad, molesto y orgulloso. El sol no tiene tiempo,
sólo horario. No se merece que lo veas nacer entre las colinas. Así que
acuéstate y remolonea por la cama para soñar
de nuevo con tu amor, aunque esté a tu lado.
Almuñécar, un día de agosto del año 2015.
Jacinto S. Martín
Me di cuenta de que para verte como yo quería era necesario cerrar los ojos. (Julio Cortázar)
ResponderEliminarAl sol no se le puede mirar a los ojos, porque es un funcionario sin libertad, molesto y orgulloso. El sol no tiene tiempo, sólo horario.
ResponderEliminarDespués de todo, el sol no te debe interesar lo más mínimo. A quién le va a importar ese ser extraño que recorre el cielo lanzando llamaradas en un trabajo impuesto, de canto de gallo a canto de grillo.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho
ResponderEliminarMuchas gracias, desconocido amigo.
EliminarYa está a punto de salir. Ya casi sale. ¡Ahora, ahora, ahora! En ese momento, en ese preciso momento, tienes que cerrar rápidamente los visillos blancos y las tupidas cortinas y volver a la noche artificial buscada.
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