INSTRUCCIONES DEL SABIO
JOSÉ
A mi padre, que repetía la historia
oída en el Casino Universal de Arahal mientras reía pateando el suelo.
En un pueblo de la Campiña de Sevilla, ‘no ha mucho tiempo’
que vivía un campesino de razonable sabiduría llamado José. Decía José que él
dominaba la razón pura y la razón práctica mucho mejor que Kant, y que la suya era una lógica 'impepinable', pues no admitía duda ni discusión. Nunca nadie
supo sus apellidos, que suplía con su apodo: “El Sabio”. Otros que lo conocían
menos le llamaban “El Flaco”. Vivía al final de la única calle - la vida es una calle de sentido único - que conformaba
el pueblo, o al principio según se mire dependiendo del pueblo vecino del que procediera el viajero, alfa y omega de
la calle real al mismo tiempo.
Habitaba una casa con las puertas abiertas día y noche, pues
José confiaba en la bondad natural de la
gente. Leía sólo dos libros: la Biblia y El Quijote, pues decía que todos los
demás estaban en ellos. La escasísima, pero importante biblioteca la tenía
encima de la chimenea junto a un mudo
almirez. La casa tenía el espíritu de la golosina: no había nada. En la cocina, un anafre de barro, una olla, un cuchillo, un tenedor y una cuchara y cuatro vasos de loza. En la
alcoba, al fondo, una cama con un
colchón de lana nadaban en el vacío. Decía en su inmensa sabiduría que una
persona sólo necesita una cuchara para comer algo y un colchón para descansar.
Todo lo demás sobraba: vanidad de vanidades, todo vanidad, afirmaba. Detrás de
la casa cultivaba un pequeño huerto con lo necesario para echar el año. Arriba,
en el sobrado de la casa, los carozos esperaban para que el corazón de la
espiga del maíz desgranado calentara el brasero durante el invierno.
En la blanca alcoba, en dos sillas colgaban las dos camisas
blancas y las dos mudas de color gris de “El Sabio: un terno de diario y otro,
para los domingos y festivos. Si el calor apretaba, se quitaba la chaqueta y el
chaleco cubría la camisa blanca. José, El Sabio, parecía un retrato, una ‘autoescultura’
hecha con la conciencia clara de la escasez.
Los vecinos de José acudían a su casa con frecuencia, pues
con su razonable y lógica sabiduría buscaba la justa solución de todos los
problemas. Mientras la gente esperaba fuera, acudían en representación del
pueblo tres hombres que se sentaban alrededor de la mesa de madera situada en el centro
de la sala, pasado el zaguán. Entonces José sacaba los cuatro vasos de loza y
bebían un poco de vino tinto que los visitantes se ocupaban de traer. A palo
seco, comenzaba la consulta-charla.
Como todavía era verano, la consulta se refería a un problema
trascendente para la mayoría de los vecinos: ¿Qué había que hacer para evitar
que el pepino que se le echaba al gazpacho no se repitiera?
Y José “El sabio” habló con falta de entusiasmo, pero con
inmensa sabiduría, y dijo:
1.
Tenéis
que descortezar con un cuchillo patatero
la cáscara verde del pepino. ¿Me seguís? Un silencio de aprobación llenó la
sala.
2.
Luego
tenéis que dividir el descortezado pepino en cinco partes. ¿Me seguís? Mmmm…
3.
A
continuación, inmediatamente, tenéis que dividir las cinco partes en cinco
perfectos cubos blancos. Veinticinco cubos… ¿Me seguís? Un silencio de
aprobación llenó la sala, rebotó en el bajo techo y salió a la calle por la
ventanuca abierta.
4.
Después
tenéis que apartar en un platillo los recortes imperfectos que os queden sobre
la mesa de la cocina. ¿Me seguís? Mmmm…
5.
Inmediatamente
tapáis los cinco platillos con los correspondientes cinco cubos perfectamente
blancos y esperáis a que anochezca. ¿De acuerdo? Un silencio perfecto de
aprobación llenó la mínima sala.
6.
Entonces
hay que irse a la cama y darle cuerda al despertador para que suene exactamente a las 3.45
horas. ¿Me seguís? Mmmm…
7.
Os
levantáis de repente, nada de remoloneos en la cama. ¿Entendido? Volvió a
repetirse el blanco silencio comprensivo.
8.
Entonces,
tenéis que salir rápidamente al corral y contemplar la luna durante quince
minutos. En este tiempo, ya tendréis los platillos en las manos con los 25
dados blancos y el platillo con los restos que quedaron apartados. ¿De acuerdo?
Mmmm.
9.
Luego,
ya en el conticinio de la noche, tenéis que despertar a las gallinas para que bajen de los palos del
gallinero y correteen por el corral con plena libertad. ¿Entendido? Un
comprensivo silencio inundó la ‘requetestrecha’ salita.
10. Y ahora, sólo ahora, les echáis a las gallinas las sobras del platillo que se apartó y los veinticinco
cubitos blancos. Silencio de aprobación…
11 Naturalmente,
en pocos segundos, las gallinas liquidarán los cubitos blancos del pepino y los
restos que se apartaron. ¿Está claro, no? Un mmmm de aprobación general llenó
la sala.
12. Así, dijo José “El Sabio”, será imposible que a nadie se le repita el pepino en el gazpacho.
Todos se despidieron agradecidos del
‘archipobre’ y razonable José y se marcharon reconfortados a sus casas,
admirados de la razonable inteligencia de “El Sabio”, que se sentó a leer un capítulo de “El
Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”.
Granada, 10 de septiembre de 2021
Jacinto S. Martín
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