viernes, 10 de septiembre de 2021

Los consejos del sabio José

 


INSTRUCCIONES DEL SABIO JOSÉ

A mi padre, que repetía la historia oída en el Casino Universal de Arahal mientras reía pateando  el suelo.

En un pueblo de la Campiña de Sevilla, ‘no ha mucho tiempo’ que vivía un campesino de razonable sabiduría llamado José. Decía José que él dominaba la razón pura y la razón práctica mucho mejor que Kant, y que la suya era una lógica 'impepinable', pues no admitía duda ni discusión. Nunca nadie supo sus apellidos, que suplía con su apodo: “El Sabio”. Otros que lo conocían menos le llamaban “El Flaco”. Vivía al final de la única calle - la vida es una calle de sentido único - que conformaba el pueblo, o al principio según se mire dependiendo del pueblo vecino del que procediera el viajero, alfa y omega de la calle real  al mismo tiempo.

Habitaba una casa con las puertas abiertas día y noche, pues José confiaba en la bondad natural de  la gente. Leía sólo dos libros: la Biblia y El Quijote, pues decía que todos los demás estaban en ellos. La escasísima, pero importante biblioteca la tenía encima de la chimenea junto a un  mudo almirez. La casa tenía el espíritu de la golosina: no había nada. En la cocina, un anafre de barro, una olla, un cuchillo, un tenedor y una cuchara y cuatro vasos de loza. En la alcoba, al fondo, una cama con  un colchón de lana nadaban en el vacío. Decía en su inmensa sabiduría que una persona sólo necesita una cuchara para comer algo y un colchón para descansar. Todo lo demás sobraba: vanidad de vanidades, todo vanidad, afirmaba. Detrás de la casa cultivaba un pequeño huerto con lo necesario para echar el año. Arriba, en el sobrado de la casa, los carozos esperaban para que el corazón de la espiga del maíz desgranado calentara el brasero durante el invierno.

En la blanca alcoba, en dos sillas colgaban las dos camisas blancas y las dos mudas de color gris de “El Sabio: un terno de diario y otro, para los domingos y festivos. Si el calor apretaba, se quitaba la chaqueta y el chaleco cubría la camisa blanca. José, El Sabio, parecía un retrato, una ‘autoescultura’ hecha con la conciencia clara de la escasez.

Los vecinos de José acudían a su casa con frecuencia, pues con su razonable y lógica sabiduría buscaba la justa solución de todos los problemas. Mientras la gente esperaba fuera, acudían en representación del pueblo tres hombres que se sentaban alrededor de la mesa de madera situada en el centro de la sala, pasado el zaguán. Entonces José sacaba los cuatro vasos de loza y bebían un poco de vino tinto que los visitantes se ocupaban de traer. A palo seco, comenzaba la consulta-charla.

Como todavía era verano, la consulta se refería a un problema trascendente para la mayoría de los vecinos: ¿Qué había que hacer para evitar que el pepino que se le echaba al gazpacho no se repitiera?

Y José “El sabio” habló con falta de entusiasmo, pero con inmensa sabiduría, y dijo:

1.     Tenéis que descortezar con  un cuchillo patatero la cáscara verde del pepino. ¿Me seguís? Un silencio de aprobación llenó la sala.

2.     Luego tenéis que dividir el descortezado pepino en cinco partes. ¿Me seguís? Mmmm…

3.     A continuación, inmediatamente, tenéis que dividir las cinco partes en cinco perfectos cubos blancos. Veinticinco cubos… ¿Me seguís? Un silencio de aprobación llenó la sala, rebotó en el bajo techo y salió a la calle por la ventanuca abierta.

4.     Después tenéis que apartar en un platillo los recortes imperfectos que os queden sobre la mesa de la cocina. ¿Me seguís? Mmmm…

5.     Inmediatamente tapáis los cinco platillos con los correspondientes cinco cubos perfectamente blancos y esperáis a que anochezca. ¿De acuerdo? Un silencio perfecto de aprobación llenó la mínima sala.

6.     Entonces hay que irse a la cama y darle cuerda al despertador para que suene exactamente a las 3.45 horas. ¿Me  seguís? Mmmm…

7.     Os levantáis de repente, nada de remoloneos en la cama. ¿Entendido? Volvió a repetirse el blanco silencio comprensivo.

8.     Entonces, tenéis que salir rápidamente al corral y contemplar la luna durante quince minutos. En este tiempo, ya tendréis los platillos en las manos con los 25 dados blancos y el platillo con los restos que quedaron apartados. ¿De acuerdo? Mmmm.

9.     Luego, ya en el conticinio de la noche, tenéis que despertar a  las gallinas para que bajen de los palos del gallinero y correteen por el corral con plena libertad. ¿Entendido? Un comprensivo silencio inundó la ‘requetestrecha’ salita.

       10. Y ahora, sólo ahora, les echáis a las gallinas las sobras  del platillo que se apartó y los veinticinco cubitos blancos. Silencio de aprobación…

11        Naturalmente, en pocos segundos, las gallinas liquidarán los cubitos blancos del pepino y los restos que se apartaron. ¿Está claro, no? Un mmmm de aprobación general llenó la sala.

12.  Así, dijo José “El Sabio”, será imposible que a nadie se le repita el pepino en el gazpacho.

Todos se despidieron agradecidos del ‘archipobre’ y razonable José y se marcharon reconfortados a sus casas, admirados de la razonable inteligencia de “El Sabio”, que se sentó a leer un capítulo de “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”.

 

Granada, 10 de septiembre de 2021

Jacinto S. Martín


No hay comentarios:

Publicar un comentario