La vida es un juego de oportunidades, la
elección de un camino que te impide volver atrás hasta llegar a cumplir tu
voluntad, acertada o no. La vida en el tablero del mundo es una terrible o
afortunada partida de ajedrez de la que tú eres el único responsable.
En la vida se aprende o se gana como en el juego que vino de Oriente. Ajedrez es la palabra del terrible juego. Procede del persa katuranga, cuyo significado es ‘el juego de los cuatro cuerpos: infantería, alfiles, torres de asalto, caballos’ más una poderosa reina, que introdujo la reina Isabel I de Castilla durante un torneo en la ciudad de Valencia. El rey sometido a un permanente jaque mate (la expresión procede de la lengua persa) alude a que el rey se encuentra atrapado o no tiene escapatoria.
Así estamos aquí sobre el aparentemente pacífico planeta azul hasta que perdemos el juego, es decir, la vida, aunque posiblemente nunca se pierda nada, ni en el ajedrez ni en la vida, porque hay poco que perder; sólo se aprende.
Y aunque pensamos, como vanidosos jugadores, que nuestra voluntad decide, ignoramos que a nuestra mano la dirige un desconocido dios. ¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza de polvo y tiempo y sueño y agonía?
La metáfora del ajedrez-vida ha sido cultivada en la literatura desde Omar Khajan, pasando por Kavafis, Pessoa y Borges, que dedican poemas al ajedrez, hasta novelas como A través del espejo de Lewis Carroll, Don Sandalio, jugador de ajedrez de Unamuno, Una partida de ajedrez de Stefan Zweig. Las menciones al ajedrez son numerosísimas, entre ellas La Regenta de Clarín, Rayuela de Julio Cortázar o El corazón es un cazador solitario de Carson McCullers...
También a Cervantes le gustaba el ajedrez y su anunciada democracia de ultratumba donde la igualdad se impone. Decía don Miguel en su obra inmortal: ‘Pues lo mismo -dijo don Quijote- acontece en la comedia y trato de este mundo, donde unos hacen los emperadores, otros los pontífices, y finalmente todas cuantas figuras se pueden introducir en una comedia; pero en llegando al fin, que es cuando se acaba la vida, a todos les quita la muerte las ropas que los diferenciaban, y quedan iguales en la sepultura. -Brava comparación -dijo Sancho-, aunque no tan nueva, que yo no la haya oído muchas y diversas veces, como aquella del juego del ajedrez, que mientras dura el juego, cada pieza tiene su particular oficio; y en acabándose el juego, todas se mezclan, juntan y barajan, y dan con ellas en una bolsa, que es como dar con la vida en la sepultura.
En el mismo sentido se manifestaba el poeta Omar Jayán que afirmaba: “Para hablar en un lenguaje sencillo, y no con parábolas,/nosotros somos las piezas y el cielo juega el juego,/jugamos juntos un juego desde bebés sobre el tablero de ajedrez de la existencia,/y uno a uno volvemos a la caja de la no-existencia".
Borges, el gran poeta argentino, cierra el símbolo del juego-vida en este famoso soneto:
" En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.
Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.
Cuando los jugadores se hayan ido.
Cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.
En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito".
Gerardo Diego resume todo lo dicho en un poema creacionista de su libro 'Limbo', en donde la imagen dibujada en el texto adquiere todo su valor. Así se expresó el gran poeta de la generación del 27 en "La vida es una partida de ajedrez": Alguna vez ha de ser. La muerte y la vida me están jugando al ajedrez.
Granada, 27 de julio del año 2021.
Jacinto S. Martín.
Maravilloso este relatoo. Me ha hecho reflexionar muchísimo.
ResponderEliminarY desde luego alguna vez ha de ser.
Yo también creo que la vida y la muerte me están jugando al ajedrez