MAÑANAS DE CAPITÁN TRUENO Y CROMOS DE
VERANO
El Capitán Trueno es la serie más exitosa de la historia del cómic español.
Fue creada en 1956 por el guionista Víctor Mora Pujadas y el dibujante Miguel
Ambrosio Zaragoza (Ambrós). Yo recuerdo las mañanas de lectura del Capitán
Trueno en la casa de un vecino, Antonio Ruiz, al que nunca he vuelto a ver, que
tenía el buen gusto de comprar todas las semanas el número nuevo de la serie.
Aquellas mañanas de lecturas nos deben
ser descontadas de la estancia en el paraíso de los sueños, pues durante una
hora, hora y media, se condensaba el tiempo entre las ‘pilistras’ de un fresco
patio recién regado. Estábamos en el bosque domesticado de las plantas de la
casa, pero nuestras cabezas viajaban por todo el mundo mientras aprendíamos
Historia y Geografía, y a sortear todos
los peligros. Le debo a Víctor Mora mi amor por la literatura.
El protagonista era un caballero español de la Edad Media en tiempos de la
Tercera Cruzada a finales del siglo XII. Recorría el mundo como nuevo Quijote
en busca de aventuras en las que ejercía como defensor de la justicia y
liberador de todos los oprimidos del mundo. Las miles de aventuras los llevaban
por todos los lugares de la tierra envueltos en continuos peligros: puentes levadizos que se
abrían mientras intentaban cruzar el foso de un castillo, muros que los hacían prisioneros
mientras se acercaban lentamente para ensartarlos en puntiagudas lanzas de
acero, centenares de enemigos rodeándolos a él, a Goliath y a Crispín,
cocodrilos de fauces abiertas esperándolos en un río, por si caían de un puente
colgante... A veces aparecía la amada rubia de ojos azules, Sigrid de Thule, un
viejo tópico de la mujer nórdica que Víctor Mora había tomado del movimiento
romántico español (Bécquer fundamentalmente). La novedad del genial Mora fue no
reducir a dos los personajes de la trama. Ya no eran Don Quijote y Sancho, ni
Sherlock Holmes y Watson, ni Phileas Fogg y Passepartout, ni Batman y Robin, ni Bernardo y el Zorro. Ahora eran tres, se había
incorporado un niño, Crispín, astuto, ágil y aprendiz inteligente de cualquier
estratagema. Eran inmutables, eso sí, los viejos ideales quijotescos de
justicia y defensa de los oprimidos, y la presencia ideal de la dama, nórdica
Dulcinea.
A los tebeos les deberemos siempre el aprendizaje de la lectura y mucho más
de la ortografía que a las lecciones de la escuela. Los tebeos estaban muy bien
escritos, y aunque tenían expresiones que nunca acababan de gustarnos,
¡cáspita!, ¡albricias!, ¡por las barbas de Senaquerib!, ¡por el gran batracio verde!, nos dejaron un buen
vocabulario en los largos ratos de sus lecturas en el fresco patio, o en el zaguán, por la siesta, o en el umbral de la
puerta. Los tebeos, pues, fueron primordiales; pasivos maestros que siempre
estaban dispuestos a enseñarte, en cuanto solicitabas su ayuda. Más tarde,
algunos de los personajes más conocidos se transformaron en cromos coleccionables,
aunque tú seguías prefiriéndolos metidos en las apasionantes historias en las
que tus primeros gustos infantiles se movían por Sigrid de Thule, el Capitán
Trueno, Crispín y Goliath. Un poco más tarde, el Jabato fue el sucedáneo del
Capitán Trueno.
Los cromos de los quijotescos héroes desaparecieron y dieron paso a los de
fútbol. Tenías un álbum y empezabas a juntar estampas, a cambiar las repetidas
y a buscar desesperadamente aquellas que no tenía nadie –recuerdas que Puskas
te costó un mundo conseguirlo-; a completar equipos, a coleccionar los escudos
de los equipos, los estadios más importantes y a ir haciéndote a los nombres
hasta mantenerlos en la memoria.
Recuerdo que un avispado comerciante de Novelda creó un cuadernillo de cromos
para rellenar con escudos de fútbol. Después de meses y de continuos cambios
obligando a las madres a comprar “Condimentos El Niño”, el escudo del Madrid se
hizo imposible. Posiblemente nunca fue creado. Un buen día apareció por la
Farmacia Municipal un vivales con el álbum completo. Venía el escudo del Real
Madrid ocupando el hueco que nuca se cubría. Mi padre como representante de “El
Niño” llamó a Novelda y simplemente dijeron que era imposible y que la
importante cantidad de dinero que teóricamente debía entregarse no se le diera
al vivo, que sencillamente se había limitado a dibujar muy bien, es justo
decirlo, el ansiado y nunca editado escudo. Conservaste durante mucho tiempo
aquellos álbumes, nunca completados, unas veces por la mala suerte al comprar
los sobrecitos y otras por tu impaciencia. Haces memoria y todos los personajes
de ficción de los tebeos y todos los futbolistas de tus álbumes te despiertan,
como poco, simpatía. Y comparas con la actualidad, y ves colocados en el álbum
de la prensa o de la televisión los cromos de muchos personajes que, según
dicen, son importantísimos. Y por más que quieras estos cromos de muchos de los
personajes actuales sólo te causan desasosiego, desconfianza, preocupación, y
aun miedo, algunos de ellos. Cromos de verano que te niegas a colocar en el
álbum de tus preferencias; personajes a
los que te niegas a darles protagonismo en las historias que siempre te fueron
atractivas: aventuras, acción, salvación, lucha por la justicia…
Qué diferencia de cromos, qué diferencia de personajes. Aquellos, que
estaban tan lejos de tu realidad, qué cerca estaban de tu afecto y de tus
preferencias; y estos, que están tan cerca de tu día a día, qué lejos de cuanto
sueñas y deseas. Tristes cromos que pelean de verdad, que mienten continuamente, que de verdad insultan, que no
luchan por los valores por los que luchaban aquellos, y, en fin, personajes que
no van a quedar en lo mejor de la desgraciada historia de España. Qué pena que tu niñez creyera que
los personajes valientes, honrados y generosos de los tebeos serían los que
verías más tarde en carne y huesos. ¡Por el gran batracio verde!
Almuñécar,
12 de agosto del año 2021
Jacinto S.
Martín
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