SONETO
MATEMÁTICO
Encuentro a Maribel en la niebla fugaz de la mañana envuelta en gritos. Sube las escaleras con la potencia del nueve. Viene rodeada por una nube de números primos. Al verme se detiene en el peldaño siete del segundo tramo. Mi amiga no lo sabe, pero una matemática detenida en el mármol más de cinco minutos echa raíces cuadradas que la fijan al suelo para siempre. Ya fijada, se convierte -ante la indiferencia de los demás- en un extraño árbol, enmarañado de binomios, tangentes, cotangentes, círculos y segmentos. Si así ocurre, ni siquiera el agua del espíritu del cubo puede calmar su insatisfecha sed de siglos.
Es su última clase. Por eso la acompaño hasta el
aula 25 y la dejo -blanca de tiza, alta como una estrella- en el oscuro cielo
de la pizarra. En la puerta del aula- vigilante- bosteza un polinomio.
SONETO-TANGO A
MARIBEL
Sostiene a
Maribel en la escalera
el cuerpo de los números reales,
enjambres de funciones potenciales
y una callada división entera.
Si la raíz
cuadrada es compañera,
desaconseja detenerse Tales.
También Ruffini sabe de los males
que suele acarrear la corta espera.
Newton le
ordena huir de allí con él,
y mi amiga, mecida por el viento,
abandona el trabajo ceniciento
para
volverse libremente estrella.
Un polinomio como perro fiel
dócilmente serpentea tras ella.
Granada,
jubilación de mis amigos Maribel y Julián.
Jacinto S.
Martín
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