miércoles, 21 de abril de 2021

Rafael Revelles, los ojos del pintor


Rafael Revelles, los ojos del pintor




 «La vida es una sala de tristes bodegones, que nos brindan un vino de espuma pasajera.» [Benítez Carrasco] 

Cada mañana llega Rafael, fresco como jurelito del alba, y una bocanada de alegría inunda la sala de profesores. Viene a cumplir su horario: recreo de toque a toque. ¡Cuídate! Si los puntos de luz de sus ojos se fijan en ti, te hace la radiografía espiritual, porque como excelente pintor tiene ingenio, pero —no te preocupes— una sabia prudencia le hace olvidar con rapidez el esqueleto de tu alma. 

Viene a vernos y a verse. Le hace falta mirarse río adentro. Tienen sus ojos la fuerza distinguida del artista, del genio, del hermano, de quien se sabe ya la trampa de la vida. Ha tenido que cruzar el pasillo, en donde los logsianos se arremolinan, corren, se atropellan. Como están sanos y bien criados, confunden la velocidad con el tocino. 

Rafael desembarca, como almirez en Navidad, en la amable orilla repetida, quebrando la nostalgia con su alegre presencia. Como una reolina va de grupo en grupo, vivo, activo; se menea, se pasea, no se está quieto jamás. El magnífico retrato de su amigo don Rafael Martínez Aguirre se sonríe desde la media altura en que quedó instalado.

 Luego... una mínima puñalada de tristeza se fija en sus ojos, solo un momento, y abre su cartera y te muestra el magnífico poema dedicado a su pintura por su amigo del alma Manuel Benítez Carrasco: Mi bodegón empieza donde el tuyo termina: 'Tomo de tu paleta luz para mis pinceles y, como tengo el alma derrotada y cansina, comienzo dando al cuadro un fondo gris de hieles. Pintaré amargo el vino de ese búcaro verde, y verde el amarillo de ese limón amargo; no tengo más objetos... y la rabia me muerde. Es que tengo, hace tiempo mi buhardilla en embargo. Pero con eso basta para plasmar, en huida, esta pena profunda y esta risa ligera con que cumplo el odioso destino de la vida La vida es una sala de grises bodegones, que nos brindan un vino de espuma pasajera, y así olvidar el agrio sabor de los limones'. 

Luego, Rafael —nostálgico de tangos y pasos de claqué— recuerda tiempos pasados en el Madrid amable de mediados del siglo XX. Madrid era más pequeño de lo que aparentaba, de modo que todo el mundo cabía en unos cuantos cafés y en cuatro o cinco teatros. Era el Madrid posterior a Valle-Inclán, que flaco hasta la momificación se rodeaba de perros como pre-hippie. Ya Azorín había dejado su paraguas rojo y su monóculo y se dedicaba a escribir la tercera de ABC y a ver cine. Baroja, recluido en su casa, se arropaba y soñaba aventuras desde una mesa camilla. Aún quedaba en los cafés la huella de Unamuno. A Giner de los Ríos, a Gumersindo de Azcárate, a Nicolás Salmerón y a Manuel Bartolomé Cossío le habían hundido el proyecto de la Institución Libre de Enseñanza. 

La guerra había roto todos los proyectos. Asesinado García Lorca, Buñuel y Emilio Prados abandonaron España. Se marchó Dalí y los relojes se ablandaron y resbaló el tiempo por un mármol blanco cuajado de hormigas... Se había impuesto un Madrid nuevo, el de La Colmena de Cela, un Madrid, frío, en donde el hambre te acompañaba a cada paso. En este Madrid, Rafael se enfrenta al mundo, al arte, a la tristeza y acaba venciendo,  y convenciendo a sus amigos de que, a pesar de todo, «La vita é bella». 

Era un Madrid cálido, no el de hoy «niuyorkizado», en donde el diablo escupe cada mañana y ahuyenta a la gente, arropada entre pacientes chapas. En el Madrid de hoy suda el gasoil para ganar el pan. En el hormiguero de Madrid, arde sin ascuas el horizonte: miles de pilotos rojos, retenidos por todos los caminos, le guiñan a la nada. En Madrid —hoy— no hay quien contemple el alba, pues cuando el alba llega un cielo de tubos fluorescentes alumbra desde un techo a quien trabaja.

 Superado el recuerdo de Madrid, «los mejores años de su vida», Rafael mezcla nostalgia e ingenio y da a conocer a un pequeño círculo de amigos la definición de casamiento de Pepa, la maracenera, que al ser preguntada por su padre cómo se encontraba después del viaje de novios, le dijo: «Paaaaapa, casarse es como echarse encima la puerta de la cuadra con la llave puesta». La risa, la sonrisa, l´amorosa visione; pero también el tacto, el gozo del tacto. 

Rafael como galán de cine no tendría precio: sería el agente 2007 con licencia para tocar. Rafael besa, abraza, toca —toca, toca, toca—. Toca, toca, toca lo que le provoca: mano, pelo, ropa. Toca, toca, toca: libro, cuadro, roca. Y si hubiera monjas (que aquí no tenemos) tocaría las tocas. Cuando el recreo acaba, se va cuando «tocan». Al sonar el timbre, nos manda a la clase. Luego, su ropa retoca, da una 'revolaina', un pase de pecho, unas banderillas que clava en el aire y escapa y se marcha porque ya le toca.

 * Escrito en Arahal, cuando enero pone en la cumbrera de los tejados a los gatos, «novios de caballete».

Granada, primavera del año 2021


Jacinto S. Martín





2 comentarios:

  1. Escrito en Arahal, cuando enero pone en la cumbrera de los tejados a los gatos, «novios de caballete».

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  2. Leer y volver a ver al compañero , todo uno ,un abrazo Jacinto.

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