El Día de la Marmota es
un método folclórico usado por los granjeros de Estados Unidos y Canadá
para predecir el fin del invierno, basado en el comportamiento del animal
cuando sale de hibernar el 2 de febrero.
Según la creencia, si al salir de su madriguera la marmota no ve
su sombra por ser un día nublado, dejará la madriguera, lo cual significa que
el invierno terminará pronto. Por el contrario, si la marmota «ve su sombra»
por ser un día soleado y se mete de nuevo en la madriguera, ello significa que
el invierno durará seis semanas más.
Es tan fuerte la tradición que en 1993 la anécdota anual se llevó al cine con el título ‘Groundhog Day’. A Phil Connors (Bill Murray) que trabaja como meteorólogo en una estación de televisión de Pittsburgh, lo envía la cadena, con motivo del reportaje anual del "Día de la Marmota", a una pequeña población de Pennsylvania acompañado de su nueva redactora Rita (Andie MacDowell) para realizar la grabación. Incapaz de volver a su casa en Pittsburgh debido al mal tiempo, se ve obligado a pasar otra noche en el pueblo perdido. Al día siguiente muy temprano, constata que todo sucede exactamente igual que el día anterior. Pronto, al ver que no pasan los días, queda atrapado en el tiempo y comprende que está condenado a revivir eternamente el día 2 de febrero.
También nosotros, ‘que somos más viejos que los días que hemos vivido y las veces que hemos respirado, pues la eternidad nos precede con el ritmo de las mareas y de las estaciones’, vivimos atrapados en el tiempo en un largo día de la marmota. El tiempo nublado presenta sin color el cercano horizonte de tu calle: unos pisos sin nada especial que los distinga, unas antenas de televisión - esqueletos de alambre en los tejados – y alguna persona en pijama apurando un cigarrillo en la terraza.
Los medios de comunicación te atrapan en la contabilidad terrorífica
de muertos por covid-19, y se pone al descubierto el ejército de insolventes que nos dirige. No se
cuentan, ya no interesa diferenciar los muertos y las muertas en un ejercicio
contable que, por ahora, no le gusta al poder. Y cada uno maneja las ausencias
como mejor puede. Nunca una persona del pueblo, que tan alegremente manejan en
beneficio propio los padres de la patria y quienes hablan de ellos o los alaban,
hubiera podido imaginar que una ausencia
ocupara un espacio mucho mayor que cualquier presencia. Para los políticos que
nos organizan con la desfachatez del zamacuco y para la mayoría de los que
representan el cuarto poder, la prensa, el espacio de la misericordia es
mínimo.
Y preguntamos, después de una noche de insomnio, estragados por la vigilia, qué día es hoy y puede que nos contesten que es martes y eso mismo pensábamos hasta que nos damos cuenta de que sigue siendo lunes. Y al día siguiente, miércoles, sabemos que sigue siendo lunes y que ocurren las mismas cosas y que los miles de muertos y muertas se han roto como el cristal (el destino del cristal es romperse).
Y el jueves de nuevo preguntamos qué día
es hoy y nos responden que ya es jueves, pero todos sabemos que sigue siendo
lunes. Y así ocurre el viernes y el sábado y el domingo hasta
llegar de nuevo al lunes que marca el tiempo detenido y el horizonte detenido,
el mismo sol, el mismo aire, el mismo
cielo, los mismos árboles, el mismo viejo rastro de la acera de enfrente que
ofrece su desventurada mercancía, igual que ayer y antier, la misma estupidez
de creérnoslo todo mientras los incapaces directores del teatro del pánico
declaran que no hay sistema democrático… ¡si lo sabrán ellos!, y se
entretienen jugando en la política menor del engaño, en donde el elogio de la
locura sigue siendo el factor común del matemático ejercicio del cinismo.
Y toda la vida está detenida porque siempre sigue siendo lunes,
aunque aquí en Granada más de mil terremotos nos remueven el miedo y los
sentimientos. Los expertos manifiestan que la placa euroasiática y la africana
se acercan cada año dos milímetros más o menos, es decir, que en poco tiempo
podremos pasar a Marruecos en bicicleta… Con
la vida detenida y terremoteada, los viejos, que se apañan con la delicadeza de
lo mínimo, lloran con la mirada perdida y un llantito corto por todos los que
se han ido: por su papá, por su mamá, por sus amigos y por todos los que podían recordar (punzadas de un instante en cualquier momento del día o de la noche) y
que estaban solos en la muerte.
Y los más pequeños, por muy pequeños que sean, se dan cuenta del
juego del eterno retorno. Víctor, a quien tanto quiero, desde la altura de los cuatro años
confesó hace unos días a su padre, mi hijo:
- No
quiero ser papá, ni tito, ni abuelo. Yo quiero ser siempre niño y cuando crezca
me encojo y me hago niño de nuevo, que no quiero trabajar porque en los
trabajos los mayores no salen al patio durante el recreo.
Se ha hecho muy largo el día de la marmota…Llevamos un año gris bajo la alargada sombra del ciprés entre la desesperación cotidiana. Quienes, al margen del juego político,
intentamos saber de qué va todo esto, seguimos esperando contra toda esperanza.
Granada, 9 de febrero del año 2021
Jacinto S. Martín
Quienes, al margen del juego político, intentamos saber de qué va todo esto, seguimos esperando contra toda esperanza.
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