Lewis Carrol, Borges, Poe, Chesterton, Papini, Schwob, Hoffmanm, Lovecraft y otros grandes escritores de la Literatura Universal se sintieron atraídos por el misterio de la muerte y los espejos. Algunos de manera recurrente les dedicaron parte de sus mejores páginas e indagaron “a través del espejo”, como si más allá del reflejo pudiera encontrarse la espalda de la suerte de un hombre que mira de frente.
Borges, que siempre sintió el horror de los espejos, declaró su terror “ante el agua especular que imita el otro azul en su profundo cielo que a veces raya el ilusorio vuelo del ave inversa o que un temblor agita”. Y el escritor argentino insistía en su valor mágico cuando afirmaba que todo acontece y nada se recuerda en esos gabinetes cristalinos donde, como fantásticos rabinos, leemos los libros de derecha a izquierda.
Así de extrañas, sorprendentes, absurdas o
surrealistas se tornaron las páginas de maestros como Bioy Casares, Lewis
Carrol, Virginia Woolf o Ángela Carter después de mirarse detenidamente en un
espejo o de escribir reflejados en uno de ellos.
El espejo es quizás el único objeto verdaderamente
metafísico, verdaderamente mágico, pues duplica el mundo de manera
inderterminada con la máxima exactitud posible. Crea un mundo paralelo como el
arte, como nuestra mente, que dispone durante el sueño de un mecanismo
liberador, excretor de la realidad. Todas las culturas humanas han
sentido la atracción liberadora del espejo. Del espejo surgen religiones,
filosofías, leyendas, sentencias morales, teorías mágicas o científicas, todo
flotando en la indeterminación.
Pero también lo indeterminado es un valor literario importante, la literatura se mueve entre lo exacto y lo totalmente inexacto, intentando definir lo inexacto con exactitud y revelando la fabulosa inexactitud de todo lo exacto. El “nonsense”, el sinsentido, tiene todo el sentido pleno del mundo exterior, es el captador del misterio mágico de las cosas.
Borges, el argentino genial, insiste en el misterio: “¿Por qué persistes, incesante espejo? / ¿Por qué duplicas, misterioso hermano, /el menor movimiento de mi mano?/ ¿Por qué en la sombra el súbito reflejo? / Eres el otro yo de que habla el griego /y acechas desde siempre. En la tersura/del agua incierta o del cristal que dura/me buscas y es inútil estar ciego. / El hecho de no verte y de saberte/ te agrega horror, cosa de magia que osas/multiplicar la cifra de las cosas/ que somos y que abarcan nuestra suerte. / Cuando esté muerto, copiarás a otro/y luego a otro, a otro, a otro, a otro…”
Somos solo un frágil espejo de obsidiana,
un débil cristal negro - pues lo marca la muerte - nacido de las entrañas de la
tierra, de los volcanes que crean miles de puertas de entrada al otro
mundo, misterioso, extraño. Millones de ignorantes espejos negros de cristal
nacidos de la debilidad de la obsidiana copiando a otro y luego a otro, a otro,
a otro, a otro... que acaso sólo salva momentáneamente el espíritu de la música
que late balsámica cada amanecer.
Granada, 3 de enero del año 2021
Jacinto S. Martín
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