MANOS
EN EL ANDÉN
Mi hermana siempre me recuerda subiéndome a un tren. En el andén muchas manos, precipitadamente, me decían adiós. Bajo la chapa protectora de la vieja estación, una chillería de murciélagos rompía el silencio verde que venía de los campos de trigo.
Las manos que te dicen adiós
te empujan sin
quererlo.
¡Bajad las manos, estrechad las manos,
apretad las manos!
No levantéis las manos
para lanzar adioses,
semillas de nostalgia.
El tiempo es comunión y
en la distancia
una mano en el aire es
desunión y olvido.
Unid todas las manos,
las cosas no merecen
prematuros adioses ni
resoplantes máquinas
de trenes que se
alejan.
¡La
vida es un quedarse, nunca un irse!
No levantéis las manos,
sino para aplaudir la
vuelta.
No levantéis las manos
más que para abrazar a
quien llega de nuevo
o para palmear la
espalda
de la felicidad de los
regresos.
En el cálido amor de
los bolsillos,
dejad las manos
quietas.
No levantéis las manos
en el andén frío de los adioses.
Un horizonte no debe
ser
un puñado de manos que
se elevan.
No agitéis la blancura
del pañuelo.
No levantéis las manos,
pues quien se va,
dolorido,
ni siquiera sabe por
qué lo hace.
Arahal, octubre del año
1964.
Jacinto S. Martín
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