lunes, 14 de septiembre de 2020

Los dinosaurios sintieron que algo andaba mal

 







LOS DINOSAURIOS SINTIERON QUE ALGO ANDABA MAL

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. (Augusto Monterroso)

Nunca sabremos en qué momento de hace millones de años los dinosaurios sintieron que algo andaba mal. Poco después de la terrible intuición, desaparecieron en una extinción masiva sin precedentes. Parte de la comunidad científica ha apostado, como causa de la hecatombe, por la gran actividad volcánica que se vivió en esa época. Sin embargo la teoría del vulcanismo no es cierta. En consecuencia, parece claro que el culpable fue un meteorito de 10 kilómetros de diámetro que impactó en la península de Yucatán (México) hace 66 millones de años.

La pesadilla de la extinción me despierta a las 5.45 a.m. Me asomo a la ventana de mi dormitorio. El espectáculo es grandioso: la luna menguante envuelta en un círculo de niebla preside la calle y se deja cortejar por Marte que ha sustituido a Júpiter y que, mucho más bajo, enrojece  débilmente el  verde campo de chirimoyos.

El tiempo corre con la precisión matemática del reloj de la iglesia que se empeña en dividir el día en repetidos y sonoros cuartos. A las doce gritan los niños del colegio vecino que aceptan las órdenes de distanciamiento y vuelven al aula después de media hora de recreo.

Veo  el  informativo de las tres que anuncia que el número de contagiados aumenta a pesar de la información del gobierno de la nación. Hay ya contagios en  más de 50 colegios de toda España. ¡Pobres niños! Ellos son la luz del mundo,  la sal de la tierra, y nada, ni nadie, debiera hacerles daño nunca. 

También me sorprende la noticia referida a la viróloga china Li-Meng Yan, que ha huido a EE.UU y que sostiene que el COVID-19 se concibió en el laboratorio de Wuhan controlado por el gobierno chino. Paradójicamente, los presuntos inventores de la pandemia afirman que el sistema comunista-consumista chino se ha librado ya de la mortal amenaza, sin decirnos cómo. Todo crea un profundo desasosiego.

El sol  de la tarde acorta en el suelo la sombra de las palmeras, que bailan al son que les marca el viento cálido de levante. Como cada fin de semana  los desconcertados desclasados de la clase media han aparcado sus coches a uno y otro lado de la calle ocupándola por entero. Al atardecer pasan hacia el hotel de enfrente las familias: padre, madre y dos niños, uno en la sillita, otro andando. Traen de la playa un poco de sol y sal, alguna arena y el viejo sinsabor de la felicidad nunca completa. La gente se conforma con poco, sólo quiere un poco de paz.

Necesitamos agua limpia que borre, aunque sólo sea por un momento, la lluvia torrencial de malas noticias que caen sobre los viejos dinosaurios, quiero decir sobre la pobre gente, desde la tele, las emisoras de radio, la prensa escrita o digital, y la atosigante información intencionada  de los antiortográficos whatsapps y de los facebooks. 

Casi nada, que dependa de los políticos, marcha bien: confina-miento, distancia-miento, aplaza-miento, endeuda-miento, procesa-miento… Mienten, aunque no engañan  Hay mucho terrorismo informativo: casos de corrupción, denuncias, mala gestión de la COVID-19, mientras hay gente - pobres dinosaurios – que se consume en las camas de hospital.

Desde hace casi un año, la pandemia ha causado en  el mundo 28.000.000 de contagiados y más de un millón de muertos. Todos nosotros, pobre gente, hemos sentido desde hace tiempo que algo no andaba bien.

Han caído inexorablemente las persianas del día y el mundo a oscuras se  pinta a carboncillo: árboles, casas, montañas…

El malestar es tanto, que me miro en el espejo del cuarto de baño y veo, horrorizado, que, después de millones de años,  el dinosaurio aún está aquí.

Almuñécar, 14 de septiembre del año 2020.

Jacinto S. Martín





 


4 comentarios:

  1. Han caído inexorablemente las persianas del día y el mundo a oscuras se pinta a carboncillo: árboles, casas, montañas…

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  2. Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. (Augusto Monterroso)

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  3. Al atardecer pasan hacia el hotel de enfrente las familias: padre, madre y dos niños, uno en la sillita, otro andando. Traen de la playa un poco de sol y sal, alguna arena y el viejo sinsabor de la felicidad nunca completa. La gente se conforma con poco, sólo quiere un poco de paz.

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  4. Todos nosotros, pobre gente, hemos sentido desde hace tiempo que algo no andaba bien.

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