A mi amigo Nemesio
García del Carril, magister maximus , autor de la música de la serie de
televisión “Los Gozos y Las Sombras” realizada sobre la novela de Torrente
Ballester.
«La música es una revelación mayor que toda la sabiduría y
la filosofía.» [Beethoven]
Aquella mañana tuvimos que
evaluar a Barbeito. ¡Qué gran tipo Barbeito! Jonás Barbeito, natural de
Jabalcuz, era irresponsable y feliz. A todos nos pareció siempre un personaje
cordial, tan cordial que muchos pensábamos que acabaría sufriendo un infarto.
No era así. Cuando la gente lo conocía bien, deducía que su cordialidad era
sólo un paripé.
Nemesio y yo bajamos, pues, a los
infiernos donde se ubica el aula de Música. Cuando algunas veces, muy pocas,
subíamos al cielo de los laboratorios, lo hacíamos lentamente en ascensor: «el
cielo puede esperar». A las mazmorras didácticas, sin embargo, bajábamos
deprisa, pues eran frecuentes los «alumnizajes» sobre los hombros d´os
cadeireiros. Alguien había hecho desaparecer del frontispicio del búnker que te
llevaba «ad inferos» el dantesco «abandonad toda esperanza»... de enseñar nada
a nadie.
Los maleducados educandos habían
aprendido que estaban en una institución de grito largo, y chillaban escaleras
abajo, cangureando el trayecto en donde una luz ardía con los papeles de los
chicles. Olía a cuerno quemado como si el padre del infractor se estuviera
consumiendo en la lámpara.
Aquella enciclopédica mañana, sólo se
embalsamó con el recuerdo de unos tordos que en los árboles cercanos silbaban
largamente. Unas «logsianas», yogurtizadas, bailaban como cabra de gitano en el
corredor que llevaba al patio. ¿Qué hacéis? – «Ignasia». El chinchimpún de un
transistor enorme, como de emigrante español en Alemania, hacía temblar el
estrecho pasillo.
Pacientemente, el panel del fondo
a la izquierda, abajo, se había quebrado a puñetazo limpio, y punching inmóvil
anunciaba ya una muerte segura en el combate interminable de nueve meses. El
parto era inminente: un puñetazo más y saldrían a la luz los cachivaches allí
arrumbados.
Aquella mañana, creo que lo dije, tuvimos que
evaluar a Barbeito. Zumbaba el infierno del sótano. Un vaho de «alumnina»
—fuerte como el oleón— subía escaleras arriba. Ya olía a tigre en el desdichado
circo y aún no era primavera. Sonaba la música, se instalaba la música, se
imponía la música. Entonces «o demo» huía por momentos del búnker de cemento.
Se transformaba así «a cadeira» y «o neno da gaita», así llamaban al maestro
García del Carril cuando era niño, hablaba a otros desde la circunvolución
frontal izquierda del cerebro, donde a veces —dicen— se instala el alma.
Una dulce sensación de agua
menuda humedecía las almas no plastificadas; incluso, algunas quedaban
ensartadas en las finas agujas de la lluvia. Silencio... Alguien había
expulsado al «diaño» de la ignorancia y había instalado en el alma de los
alumnos a los mensajeros de los dioses. La palabra, la música, el silencio,
sofocaban la inmensa llamarada de la indiferencia. Allí alguien que aún no
distinguía las dos realidades —la de fora y la de dentro— se esforzaba por dar
luz al espíritu. La luz que hay que sacar como agua de pozo, siempre con la
ayuda de una mujer, no importa si es de Samaria. La luz real, la del espíritu
está hecha de música y de palabras. Por eso es preciso cazar sonidos nuevos y
nuevas palabras, porque de lengua y de música está hecho lo imaginario.
«Yo era pequeño y me llamaban para tocar la
gaita en los pueblos cercanos al mío. En los caminos, en los bosques, en los
ribazos de los ríos, no centro do silencio siempre tenía miedo. Volvía de noche
y me cruzaba cos homes que viñan de mocear nas aldeas do monte, Sobrado arriba
ou Muruxosa abaixo, cando a noite encirraba os cans do medo. O río da memoria é
un regato, pero aún siento cómo los árboles se agigantaban y me amenazaban. Yo
buscaba otros caminos, pero siempre palpaba la existencia de seres invisibles.
En el bosquecillo de buxos, el roncón del viento me acechaba, la gaita grileira
de los pájaros me hacía temblar.
En mi interior sonaba, no
obstante, la melodía callada, llena de silencios, lenta, acompasada, maxestosa,
de una dulce gaita siempre ausente.» Así habló o algo parecido dijo, o neno da
gaita que vino del norte, de la lluvia, de los castaños, de los bosques de
helechos, para apagar el incendio ignorante de los niños del sur —locos
inimputables perdidos en el tiempo— como tú y como yo —porque el tiempo es un
engaño de los dioses.
Aquella mañana tuvimos que
evaluar a Jonás Barbeito —¡gran chico Barbeito!—. En toda la mañana, mendigo de
mí mismo, sólo recibí dos monedas con que alumbrarme el alma: el largo silbido
del tordo y la ilusión con la que una cabeza botticcelianamente rubia me decía
que sí, que me entendía. Quise creerla y le pordioseé con los ojos el «le
sigo»
.
El otoño se filtraba por el ventilador del
aula de Música. Si en algo aprecias tu olfato, nunca se te ocurra ponerlo en
marcha. Desde el tragaluz una lluvia amarilla caía dulce al patio. Crujía el
color impregnado de niebla bajo la música del viento de noviembre. Una melancólica
música galega recorrió el desalmado búnker. O neno venido desde casi el «fin de
la tierra» había amansado al monstruo de treinta y tres cabezas del primero A.
Luego, por fin, cuando sonó el timbre, evaluamos al memorioso Barbeito, que
—dando pancadas por las escaleras— se marchó del centro.
GRANADA, noviembre del año 2000
Jacinto S. Martín
" Volvía de noche y me cruzaba cos homes que viñan de mocear nas aldeas do monte, Sobrado arriba ou Muruxosa abaixo, cando a noite encirraba os cans do medo".
ResponderEliminar"Volvía de noche y me cruzaba con los hombres que venían de galantear en las aldeas del monte, Sobrado arriba o Muruxosa abajo, cuando la noche azuzaba a los perros del miedo".
no centro de si
...los «alumnizajes» sobre los hombros d´os cadeireiros.
ResponderEliminar... la caída de los alumnos sobre los hombros de los catedráticos.
O neno da gaita, 'El niño de la gaita'
ResponderEliminarFantástico relato Jacinto, me ha encantado, enhorabuena!
ResponderEliminarMuchas gracias, José Luis. Ayer estuve hablando con Nemesio y hoy quise rendirle un sencillo homenaje de amistad con uno de los relatos incluidos en el libro ' Una imprecisa línea de luz'.
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