martes, 12 de mayo de 2020

Bendito sea Dios que nos trae la lluvia












JANDULIL-LÁ ATANA CHITÁ
(Bendito sea Dios que nos trae la lluvia)

El tiempo sancochado, malcomido, apenas digerido, me oculta el cuándo exacto. Recuerdo sólo que bajábamos del instituto, al acabar las clases. Llovía… Marina y yo gozábamos del agua velazqueña, perfecta de cristales, sin el cielo protector y artificial de los paraguas.
Ella llevaba una prenda con capucha franciscana y se purificaba con la hermana lluvia, yo mojaba mi frente en el río deshilachado de las nubes. La adelanté y sentí que caminaba alegre, perfumada por el ozono azul de la tormenta.

A Marina González, perfumada de lluvia, y a mi hermano Servando, que me advirtió del peligro de las gárgolas.

Bajábamos al ritmo que marcaba
la música del agua anochecida,
plata oscura, dulce cristal de vida,
que al asfalto en espejo transformaba.

El alma-duro erial-necesitaba
encharcarse hasta cerrar la herida
que dejaron las cosas en su huida…
Una lluvia menuda embalsamaba

el secarral de la monotonía,
el castigo terrible -anestesiado-
de ver que un día ha sido el mismo día.

Perfumado maná siempre añorado,
un jersey gris de lluvia protegía
la dulzura de sentirse olvidado.

Granada, otoño del año 2012

Jacinto S. Martín











3 comentarios:

  1. Un jersey gris de lluvia protegía
    la dulzura de sentirse olvidado.

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  2. Ella llevaba una prenda con capucha franciscana y se purificaba con la hermana lluvia, yo mojaba mi frente en el río deshilachado de las nubes. La adelanté y sentí que caminaba alegre, perfumada por el ozono azul de la tormenta.

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  3. Marina y yo gozábamos del agua velazqueña, perfecta de cristales, sin el cielo protector y artificial de los paraguas.

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