PALUDISMO
Encontré a Marín ocupado. Tenía sobre el mármol de la
primera sala de la farmacia un bote blanco de cerámica. En el bote habían
pegado con goma arábiga una etiqueta amarillenta en la que figuraba escrita con
perfecta caligrafía: Corteza de Quinina. Lo saludé. Marín siempre tuvo para mí
una autoridad moral indiscutible, el mejor ayudante de farmacia que hubo nunca.
Estaba a su lado y vi cómo molía la corteza seca del quino en un mortero con un
pistilo de mármol y cómo se convertía en un polvo blanco fino que después
mezcló con vino tinto en unas botellas previamente esterilizadas.
Era 9 de
agosto, justo el viernes del Eid al Adha, la fiesta del cordero. Después de
acabar el periodo de instrucción, sólo llevaba dos días en la Farmacia Militar
de Tetuán. Marín que venía de la Farmacia Municipal de Sevilla, me dijo que era
conveniente tomar un vaso de quinina cada día para así evitar un posible
contagio de malaria, que una epidemia se extendía por todo el norte de
Marruecos y que el hospital estaba lleno de enfermos con paludismo, una
enfermedad que cursa durante 10 o 15 días con fiebre, dolor de cabeza y
escalofríos.
Probé la sana
amargura de la quinina. Sonrió y me dijo que desde ese momento copiara un libro de fórmulas magistrales que nadie, excepto él, sabía hacer. Todavía
lamento que el libro de Marín que siempre me acompañó desapareciera muchos años
más tarde. Se perdió para siempre una joya con todas sus fórmulas.
Junto a las botellas negro-amargas, solitaria destacaba una de color
blanquecino. Esta lleva agua, polvo de quinina y una parte de ginebra que atenúa el
amargor, me dijo. Se la lleva el capitán Álvarez Oriol. Ya sabes que es muy
aficionado a la quinina, y sonrió.
Veo que tienes los brazos picoteados por los
mosquitos, ¡menudos ronchones!, me dijo y continuó sus consejos: “No abras mucho
las ventanas de tu casa. Los mosquitos Anopheles hembras, que ponen sus huevos
en el agua encharcada, buscan alimentarse de sangre para nutrir sus
huevos. Buscan las acumulaciones de agua
dulce superficial, como los charcos y las huellas dejadas por los cascos de los
animales, que se encuentran en abundancia si alguna vez llueve. Mira, vete al almacén y llévate a tu casa un
mosquitero tratado con insecticida de los que nos quedan varios, para que
puedas descansar bien y para que no vuelvas a Sevilla cuando acabes la mili con
un recuerdo imborrable, un paludismo que te acompañará siempre. Sólo conozco el
caso del Nobel Ramón y Cajal que estuvo
en la Guerra de Cuba y que logró
recuperarse totalmente del paludismo.”
Cogí el mosquitero y le di las gracias a Marín. Yo
desde ese momento juré fidelidad al sevillano y eficiente Marín, como antes la
había jurado a mi capitán., porque “donde está mi tesoro, allí está mi
corazón.” Cuando ya salía me dijo: “Ah, otra cosa, no estés mucho por la calle
hoy. Es el viernes del Eid al Adha, la fiesta del cordero. Se recuerda la
obediencia sin tacha de Abraham al Ser Supremo al que estuvo a punto de
sacrificar a su hijo al que salvó en el último momento, pues el Todopoderoso lo
cambió por un cordero. Es su fiesta, aunque los corderos los pague el Gobierno
español. Aquí en Tetuán, además de la ofrenda animal y los momentos de oración,
esta festividad incluye regalos para los niños y las niñas. El musulmán acude a
la oración tras haber realizado la ablución mayor y haberse vestido con su mejor ropa, limpia y perfumada.
Recitan unos versículos del Corán y glorifican a Dios hasta que el imán inicia
la oración recitando siete takbir (Allahu akbar) y haciendo dos prosternaciones
(rakaá). Después el imán pronuncia (una jutba) el sermón del viernes a los
miembros de la comunidad que se hallan presentes. Cuando se disuelve la reunión
los asistentes se besan en señal de hermanamiento y se felicitan por la
fiesta.”
Marín era un
sabio prudente, listo y juicioso. Estaban celebrando la fiesta en las afueras
de Tetuán, cerca de la casa en la que provisionalmente vivía. Vi que el que
parecía el jefe de cada familia sacrificaba al animal, dejando que su cuerpo
expulsara toda la sangre para que la carne se considerara halal, pura,
comestible. Curioseé un poco más desde mi vieja y nueva casa y vi que tras el
sacrificio se separaba la carne en tres partes. Luego supe que una parte era
para la persona que obsequiaba el cordero (aunque era el gobierno español el
que pagaba,en el cuartel no recibieron nada); otra, para repartir entre
parientes y vecinos; la última se reservaba a los necesitados (huérfanos y
pobres que se acercaban al lugar del sacrificio) con independencia de su
religión o nacionalidad.
Un mar rojo se extendía por la llanura de las afueras
de Tetuán. Puse el mosquitero con insecticida que me dio Marín y me bebí el
saludable y amargo vaso de quinina. Como no tenía que volver a la farmacia, me
tumbé y empecé a fumar uno de los últimos cigarrillos que me quedaban. Un día
de estos tendré que ir al estanco… Entre calada y calada del “Caldo de Gallina”
pensé, preso del mosquitero tratado con insecticida, que iría a ver al doctor
Mata, al que conocía de la farmacia, para que me ingresara en el Hospital Militar.
Allí pasaba consulta don José y creí que era el lugar más seguro para comer
mejor de lo que lo hacía (comía de puñillos desde que llegué a Tetuán hacía ya
más de un mes), para tener sábanas limpias, un buen colchón y la seguridad
plena de que el paludismo no iba a poder conmigo. Dicho y hecho. A pesar de las
advertencias de Marín, me limpié
perfectamente las botas, me lavé la cabeza y me afeité hasta quedar en un perfecto
estado de revista y fui al hospital a la consulta de don José Mata.
-
Don José,
¿se puede?
-
Pase, pase.
-
Hombre, tú
eres el de la farmacia, ¿qué te pasa?
- Mire, usted,
don José, tengo escalofríos, me duele la cabeza y me arde todo el cuerpo,
aunque me he tomado la temperatura y no tengo fiebre.
- ¡A ver! Después de un rato de reconocimiento me dijo que estaba sano como una
pera.
-
Pero,
insistí, a mí me gustaría quedar internado unos días en el hospital. Si usted
pudiera darme el ingreso, le quedaría eternamente agradecido.
- Bueno,
hagamos lo que usted pide, Martín. Y escribió el ingreso en el Hospital
Militar, en los siguientes términos:
“El soldado Jacinto Martín López
debe ser ingresado en el hospital en el que paso consulta como medida
profiláctica ante los síntomas que me comunica que podrían cursar como un
posible paludismo.” Tetuán, 12 de agosto de 1942. Firmado: Don José Mata Mata.
-
Martín,
toma, lleváselo a la enfermera jefe el próximo día 12. Es sor Andrea, una monja alta, huesuda,
con cara de pocos amigos.
El día 12, después de comunicarlo en
la farmacia y de prepararme una mochila con lo mínimo, fui al hospital. Me
dirigí a la monja jefe y me recibió fría, distante, incrédula (a pesar de ser
fervorosa creyente) y me dijo que ocupara la cama 22 de la sala 22 y que ya
veríamos…
Y los días pasaban lentos y felices
para mí. Comía bien, dormía bien, me encontraba bien. No tenía nada de nada. Estaba sano como una
pera, como dijo don José, excelente médico a pesar de sus apellidos. La monja, que no tenía un pelo de tonta, me dijo que
aquello se iba a acabar pronto. Yo que no tenía ganas de abandonar mi
terapéutico encierro, le mandé una nota a Marín con el mozo del almacén de la
botica que vino a verme. Toma, Antoun, dale esto a Marín y a ver si me lo
puedes traer mañana. Y Antoun Joussef cumplió lo mandado. El mismo 12, cuando
ya pardeaba el día, se presentó con una botella de 2 litros de una colonia que
Marín preparaba. El perfume era intenso: una mixtura de
dama de noche, jazmín, Datura
candida y madreselva. Me levanté y le
llevé a la agria sor Andrea el dulce regalo de las mil y una noches que me había
mandado Marín y volví a la cama. A la media hora, la monja paseaba sonriente por la sala 22 del Hospital Militar
de Tetuán. Iba feliz entre las camas, que se llenaban del perfume mágico de las noches de verano. Sonreía como
nunca la había visto. La oí decir en voz baja cuando pasó cerca de mi cama:
¡Uhmm, huele a mundo!
¡Uhmm, huelo a mundo!
ResponderEliminarEl perfume era intenso, una mixtura de dama de noche, jazmín, “datura candida" y madreselva.
ResponderEliminarComo no tenía que volver a la farmacia, me tumbé y empecé a fumar uno de los últimos cigarrillos que me quedaban. Un día de estos tendré que ir al estanco…
ResponderEliminarEstaba a su lado y vi cómo molía la corteza seca del quino en un mortero con un pistilo de mármol y cómo se convertía en un polvo blanco fino que después mezcló con vino tinto en unas botellas previamente esterilizadas.
ResponderEliminarMe dirigí a la monja jefe y me recibió fría, distante, incrédula (a pesar de ser fervorosa creyente) y me dijo que ocupara la cama 22 de la sala 22 y que ya veríamos…
ResponderEliminar.Sólo conozco el caso del Nobel Ramón y Cajal que estuvo en la Guerra de Cuba y que logró recuperarse totalmente del paludismo.”
ResponderEliminarMe dirigí a la monja jefe y me recibió fría, distante, incrédula (a pesar de ser fervorosa creyente) y me dijo que ocupara la cama 22 de la sala 22 y que ya veríamos…
ResponderEliminar“El soldado Jacinto Martín López debe ser ingresado en el hospital en el que paso consulta como medida profiláctica ante los síntomas que me comunica que podrían cursar como un posible paludismo.” Tetuán, 12 de agosto de 1942. Firmado: Don José Mata Mata.
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