lunes, 12 de agosto de 2019

Los mejores años de mi vida (5) - Paludismo





PALUDISMO

Encontré a Marín ocupado. Tenía sobre el mármol de la primera sala de la farmacia un bote blanco de cerámica. En el bote habían pegado con goma arábiga una etiqueta amarillenta en la que figuraba escrita con perfecta caligrafía: Corteza de Quinina. Lo saludé. Marín siempre tuvo para mí una autoridad moral indiscutible, el mejor ayudante de farmacia que hubo nunca. Estaba a su lado y vi cómo molía la corteza seca del quino en un mortero con un pistilo de mármol y cómo se convertía en un polvo blanco fino que después mezcló con vino tinto en unas botellas previamente esterilizadas.

 Era 9 de agosto, justo el viernes del Eid al Adha, la fiesta del cordero. Después de acabar el periodo de instrucción, sólo llevaba dos días en la Farmacia Militar de Tetuán. Marín que venía de la Farmacia Municipal de Sevilla, me dijo que era conveniente tomar un vaso de quinina cada día para así evitar un posible contagio de malaria, que una epidemia se extendía por todo el norte de Marruecos y que el hospital estaba lleno de enfermos con paludismo, una enfermedad que cursa durante 10 o 15 días con fiebre, dolor de cabeza y escalofríos.

 Probé la sana amargura de la quinina. Sonrió y me dijo que desde ese momento copiara  un libro de fórmulas magistrales que nadie, excepto él, sabía hacer. Todavía lamento que el libro de Marín que siempre me acompañó desapareciera muchos años más tarde. Se perdió para siempre una joya con todas sus fórmulas. Junto a las botellas negro-amargas, solitaria destacaba una de color blanquecino. Esta lleva agua, polvo de quinina y una parte de ginebra que atenúa el amargor, me dijo. Se la lleva el capitán Álvarez Oriol. Ya sabes que es muy aficionado a la quinina, y sonrió.

Veo que tienes los brazos picoteados por los mosquitos, ¡menudos ronchones!, me dijo y continuó sus consejos: “No abras mucho las ventanas de tu casa. Los mosquitos Anopheles hembras, que ponen sus huevos en el agua encharcada, buscan alimentarse de sangre para nutrir sus huevos.  Buscan las acumulaciones de agua dulce superficial, como los charcos y las huellas dejadas por los cascos de los animales, que se encuentran en abundancia si alguna vez llueve.  Mira, vete al almacén y llévate a tu casa un mosquitero tratado con insecticida de los que nos quedan varios, para que puedas descansar bien y para que no vuelvas a Sevilla cuando acabes la mili con un recuerdo imborrable, un paludismo que te acompañará siempre. Sólo conozco el caso del Nobel  Ramón y Cajal que estuvo en  la Guerra de Cuba y que logró recuperarse totalmente del paludismo.”

Cogí el mosquitero y le di las gracias a Marín. Yo desde ese momento juré fidelidad al sevillano y eficiente Marín, como antes la había jurado a mi capitán., porque “donde está mi tesoro, allí está mi corazón.” Cuando ya salía me dijo: “Ah, otra cosa, no estés mucho por la calle hoy. Es el viernes del Eid al Adha, la fiesta del cordero. Se recuerda la obediencia sin tacha de Abraham al Ser Supremo al que estuvo a punto de sacrificar a su hijo al que salvó en el último momento, pues el Todopoderoso lo cambió por un cordero. Es su fiesta, aunque los corderos los pague el Gobierno español. Aquí en Tetuán, además de la ofrenda animal y los momentos de oración, esta festividad incluye regalos para los niños y las niñas. El musulmán acude a la oración tras haber realizado la ablución mayor y haberse vestido  con su mejor ropa, limpia y perfumada. Recitan unos versículos del Corán y glorifican a Dios hasta que el imán inicia la oración recitando siete takbir (Allahu akbar) y haciendo dos prosternaciones (rakaá). Después el imán pronuncia (una jutba) el sermón del viernes a los miembros de la comunidad que se hallan presentes. Cuando se disuelve la reunión los asistentes se besan en señal de hermanamiento y se felicitan por la fiesta.”

 Marín era un sabio prudente, listo y juicioso. Estaban celebrando la fiesta en las afueras de Tetuán, cerca de la casa en la que provisionalmente vivía. Vi que el que parecía el jefe de cada familia sacrificaba al animal, dejando que su cuerpo expulsara toda la sangre para que la carne se considerara halal, pura, comestible. Curioseé un poco más desde mi vieja y nueva casa y vi que tras el sacrificio se separaba la carne en tres partes. Luego supe que una parte era para la persona que obsequiaba el cordero (aunque era el gobierno español el que pagaba,en el cuartel no recibieron nada); otra, para repartir entre parientes y vecinos; la última se reservaba a los necesitados (huérfanos y pobres que se acercaban al lugar del sacrificio) con independencia de su religión o nacionalidad.

Un mar rojo se extendía por la llanura de las afueras de Tetuán. Puse el mosquitero con insecticida que me dio Marín y me bebí el saludable y amargo vaso de quinina. Como no tenía que volver a la farmacia, me tumbé y empecé a fumar uno de los últimos cigarrillos que me quedaban. Un día de estos tendré que ir al estanco… Entre calada y calada del “Caldo de Gallina” pensé, preso del mosquitero tratado con insecticida, que iría a ver al doctor Mata, al que conocía de la farmacia, para que me ingresara en el Hospital Militar. Allí pasaba consulta don José y creí que era el lugar más seguro para comer mejor de lo que lo hacía (comía de puñillos desde que llegué a Tetuán hacía ya más de un mes), para tener sábanas limpias, un buen colchón y la seguridad plena de que el paludismo no iba a poder conmigo. Dicho y hecho. A pesar de las advertencias de Marín, me  limpié perfectamente las botas, me lavé la cabeza y me afeité hasta quedar en un perfecto estado de revista y fui al hospital a la consulta de don José Mata.

-       Don José, ¿se puede?
-       Pase, pase.
-       Hombre, tú eres el de la farmacia, ¿qué te pasa?
-    Mire, usted, don José, tengo escalofríos, me duele la cabeza y me arde todo el cuerpo, aunque me he tomado la temperatura y no tengo fiebre.
-       ¡A ver! Después de un rato de reconocimiento me dijo que estaba sano como una pera.
-       Pero, insistí, a mí me gustaría quedar internado unos días en el hospital. Si usted pudiera darme el ingreso, le quedaría eternamente agradecido.
-       Bueno, hagamos lo que usted pide, Martín. Y escribió el ingreso en el Hospital Militar, en los siguientes términos:

“El soldado Jacinto Martín López debe ser ingresado en el hospital en el que paso consulta como medida profiláctica ante los síntomas que me comunica que podrían cursar como un posible paludismo.” Tetuán, 12 de agosto de 1942. Firmado: Don José Mata Mata.

-       Martín, toma, lleváselo a la enfermera jefe el próximo día 12. Es sor Andrea, una monja alta, huesuda, con cara de pocos amigos.

El día 12, después de comunicarlo en la farmacia y de prepararme una mochila con lo mínimo, fui al hospital. Me dirigí a la monja jefe y me recibió fría, distante, incrédula (a pesar de ser fervorosa creyente) y me dijo que ocupara la cama 22 de la sala 22 y que ya veríamos…

Y los días pasaban lentos y felices para mí. Comía bien, dormía bien, me encontraba bien. No tenía nada de nada. Estaba sano como una pera, como dijo don José, excelente médico a pesar de sus apellidos. La monja, que no tenía un pelo de tonta, me dijo que aquello se iba a acabar pronto. Yo que no tenía ganas de abandonar mi terapéutico encierro, le mandé una nota a Marín con el mozo del almacén de la botica que vino a verme. Toma, Antoun, dale esto a Marín y a ver si me lo puedes traer mañana. Y Antoun Joussef cumplió lo mandado. El mismo 12, cuando ya pardeaba el día, se presentó con una botella de 2 litros de una colonia que Marín preparaba. El perfume era intenso: una mixtura  de  dama de noche,  jazmín, Datura candida y madreselva. Me levanté y le llevé a la agria sor Andrea el dulce regalo de las mil y una noches que me había mandado Marín y volví a la cama. A la media hora, la monja paseaba  sonriente por la sala 22 del Hospital Militar de Tetuán. Iba feliz entre las camas, que se llenaban del perfume  mágico de las noches de verano. Sonreía como nunca la había visto. La oí decir en voz baja cuando pasó cerca de mi cama:

¡Uhmm, huele a mundo!







8 comentarios:

  1. El perfume era intenso, una mixtura de dama de noche, jazmín, “datura candida" y madreselva.

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  2. Como no tenía que volver a la farmacia, me tumbé y empecé a fumar uno de los últimos cigarrillos que me quedaban. Un día de estos tendré que ir al estanco…

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  3. Estaba a su lado y vi cómo molía la corteza seca del quino en un mortero con un pistilo de mármol y cómo se convertía en un polvo blanco fino que después mezcló con vino tinto en unas botellas previamente esterilizadas.

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  4. Me dirigí a la monja jefe y me recibió fría, distante, incrédula (a pesar de ser fervorosa creyente) y me dijo que ocupara la cama 22 de la sala 22 y que ya veríamos…

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  5. .Sólo conozco el caso del Nobel Ramón y Cajal que estuvo en la Guerra de Cuba y que logró recuperarse totalmente del paludismo.”

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  6. Me dirigí a la monja jefe y me recibió fría, distante, incrédula (a pesar de ser fervorosa creyente) y me dijo que ocupara la cama 22 de la sala 22 y que ya veríamos…

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  7. “El soldado Jacinto Martín López debe ser ingresado en el hospital en el que paso consulta como medida profiláctica ante los síntomas que me comunica que podrían cursar como un posible paludismo.” Tetuán, 12 de agosto de 1942. Firmado: Don José Mata Mata.

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