miércoles, 31 de julio de 2019

Los mejores años de mi vida (4) - Defensa Química









DEFENSA QUÍMICA

Hoy, treinta de julio de 1942, me han dado las llaves para ocupar el almacén de Defensa Química. No llevaba ni media hora en mi nueva y vieja casa cuando llamaron a la puerta. Golpeaban con fuerza. Abrí y vi que era Quirós que venía del cercano cuartel. Lo mandaba el brigada con una carta del capitán Álvarez Oriol. Quirós entró en la vieja y nueva casa y me la entregó en mano tal y como le habían ordenado.

Leí la extraña carta sorprendido:

“Martín, prepare usted para el día 7 de agosto 50 máscaras antigás de las que están en el almacén. Debe limpiar a conciencia los filtros,  los cristales de las mismas que protegen los ojos y asearlas de manera que luzcan como nuevas. También debe mandar a la lavandería del cuartel las camisas y los pantalones protectores que encontrará amontonados junto a las máscaras. Tiene que limpiar bien las botas especiales. Y sobre todo no olvide traer para el día siete 50 tarros de cristal con cinco babosas en cada uno de ellos

 ‘NOTA IMPORTANTE: ¡Ojo con los filtros! Debe comprobar que a través de ellos llega bien el aire. Martín, compruébelo usted mismo una por una. ¡No quiero que se me quede tieso nadie durante el ejercicio!

Leí la carta delante de Quirós que se había sentado en un viejo sillón al que le limpió el polvo, sin pretenderlo, con los pantalones y las mangas de la camisa

-         ¿Evaristo, tú has oído lo mismo que yo?

-         ¿Para qué querrá este hombre 250 babosas? ¿Y dónde las busco yo?  ¡Este hombre no está bueno, Quirós! De pasar las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio, creo que ha perdido el juicio. ¿Dónde encuentro yo 250 babosas? ¡Jesús, Jesús, Jesús!

Espera que sigue, y Evaristo Quirós, apretando los labios, movía la cabeza como muñequito de feria.

“En una estantería del primer piso hay dos libros que debes utilizar para el discurso que tiene que leer a la tropa el teniente Quintín España, que ahora está muy ocupado, antes de los ejercicios de supervivencia: El libro de René Pita titulado “Armas químicas: la ciencia en manos del mal” y el de Martín Gilbert “La Primera Guerra Mundial”. En el sótano están los bidones de iperita, el famoso gas mostaza que utilizaremos ese día en la llanura que se extiende a los pies de Cabo Negro. ¡Ahí ni se te ocurra tocar!

Quirós, lo que te he dicho: “Este hombre no está bueno, parece que le han sentado mal las prietas” “¡Doscientas cincuenta babosas! ¡Jesús, Jesús, Jesús!

Y Quirós: “Jacinto, eso es lo que hay, el que manda manda y cartuchos al cañón."

Mira, vete a ver al brigada y le dices de mi parte que Brenes y tú os tenéis que venir esta semana conmigo por orden del capitán (¡él que sabe!) y que tenéis que ayudarme a la limpieza de las máscaras. Así que de instrucción, nada de nada. Os venís aquí conmigo y ya tronará. Mira, dile también que mande a los de la lavandería a recoger los pantalones y las camisas que hay que lavar, que es urgente.

Ah, otra cosa, si yo no sé ni cómo son, ¿cómo consigo yo 250 babosas?

Jacinto, no te preocupes, me dijo Quirós agradecido por librarle de la instrucción una semana. Mira, una babosa es como un caracol sin concha, como si le hubieran quitado la casa, como si la hubieran desahuciado y la hubieran echado a la calle con lo puesto.

No te preocupes, me dijo de nuevo Quirós. Yo te las busco en la huerta del cuartel. Le pido el favor al encargado y busco entre las lechugas, las coles, las berzas…, acostumbran a pegarse a las hojas. Dame un bote grande de los que tienes aquí, agujereamos la tapa para que puedan respirar y las voy echando dentro. ¡Desde luego es bastante raro lo de este hombre!

Mañana os quiero a los dos aquí a las ocho de la mañana. Luego, a la una, una  y media, dos, dos y media, tres (a Martín se le había pegado inconscientemente la medida del tiempo de Tetuán, los moros llevan otro ritmo con los horarios)  os invito a comer en la Casa de España salmorejo y atún encebollado. Lo regamos con dos o tres botellas de Rioja y que sea lo que Dios quiera.

Y amaneció el día 31 y Brenes y Quirós estuvieron conmigo toda la mañana. Ellos limpiando con la mayor diligencia los filtros de las máscaras antigás; yo, preparando el discurso. Cuando las limpiaban me las iban pasando y yo respiraba a través de los filtros. Si podía hacerlo, les daba el visto bueno y las apartábamos en una vieja mesa que ocupaba el fondo del almacén.

Mientras limpiaban, yo leía en los libros recomendados por el capitán y escribía en un viejo cuaderno con la caligrafía que me enseñó don Ramiro Lindado, un perfecto ejemplo de maestro republicano.

"Durante la I Guerra Mundial los científicos aliados aconsejaron a los soldados llevar unas babosas para defenderse de los gases neurotóxicos. La poca tolerancia de estos seres vivos a los agentes tóxicos presentes en el aire avisaban a los soldados de la presencia de la nube mortal. El descubrimiento se debe a un científico polaco llamado Paul Bartsch. El naturalista averiguó que los seres humanos son capaces de detectar una parte de gas mostaza en cuatro millones de partes de aire;  las babosas, por el contrario, podían percibir una parte de gas entre doce millones de partes de aire. Dicha característica hacía que estos animales pudieran ’oler’ el peligro mucho antes que los militares y avisarles con sus reacciones de que la muerte se acercaba a ellos transportada por el aire."

Conque era esto, pensé. ¡Lo que sabe mi capitán! ¡No hay nada mejor que un libro!

Continué leyendo:

"Fue Francia la que inició la guerra química, un año después de comenzar la I Guerra Mundial, para acabar con la guerra de trincheras, un tipo de combate estático que consistía en pasar meses enteros en una fortificación excavada en el suelo desde la que se defendía la posición y que impedía el avance de las tropas. Sólo la falta de higiene y la humedad ocasionaban la muerte de miles de soldados sin haber combatido con el enemigo."

Me interesó la lectura, mientras Brenes y Quirós limpiaban las máscaras antigás que llevaban en la parte inferior la procedencia de las mismas: Deutschland -1915.

"Francia fue la primera en 1914 en utilizar sustancias químicas en la I Guerra Mundial, el bromoacetato de etilo con actividad lacrimógena usado anteriormente como agente antidisturbios en el campo civil. Así lograron expulsar a los alemanes de sus búnkeres. Al principio los franceses se contentaron con sacar al enemigo de las trincheras."

"El siguiente gran paso se dio en 1915 en que se empezó a utilizar el cloro como principal agente en la guerra con gas. Una vez liberado, si era respirado, los pulmones de los soldados se llenaban de líquido y algunos fallecían."

"Sin embargo, la revolución de los gases de la muerte llegó dos años después, en 1917. Alemania creó el mortífero gas mostaza, que causaba quemaduras graves en los ojos, daños oculares permanentes, quemaduras graves en la piel o ampollas. Si se inhalaba irritaba las mucosas causando tos, falta de aire y acumulación de líquido en los pulmones."

Conforme iba leyendo, pensaba: “¡Menudo enchufe me ha buscado a mí este hombre! En cuanto pueda lo dejo y me voy a otro sitio. Si algo no te viene bien, lo dejas y en paz. Esta intranquilidad no se paga con nada. ¡Jesús, Jesús, Jesús!

Seguí leyendo:

"El primer gran ataque químico de la cruel historia de la humanidad se produjo en 1915 en las cercanías de la ciudad belga de Ypres. La noche del 22 de abril de 1915, cuando el viento sopló en dirección a las posiciones francesas, los alemanes descargaron 168 toneladas, procedentes de 4.000 cilindros. Murieron más de 5.000 soldados franceses."

Los cabrones del mundo juegan una mortal partida de ajedrez con los pobres de la tierra que, humillados y ofendidos, callan, obedecen y mueren sin saber bien por qué. En el tablero del mundo los pobres peones no tienen defensa alguna. En este terrible planeta azul, unos pocos (muy pocos) tienen suficiente poder para destruir a muchos con la demagogia de la patria y de la paz. No les importa nada el afecto, ni ningún sentimiento, ni la familia, ni el amor, ni la bondad, ni la paz, ni la generosidad, ni la caridad, ni la misericordia… Los llevan al frente de guerra sin que los poderosos acepten una mínima queja: el silencio de los corderos. Las religiones y las supersticiones cubren el hueco de la diabólica realidad canalla. ¿Hasta cuándo va a seguir siendo esto asi?


Me sacó de mis negras cavilaciones la voz de Brenes: ¿Nos vamos? Ya hemos limpiado 30 máscaras.

Y nos fuimos a la Casa de España a comer lo prometido en amor y compaña: salmorejo, atún encebollado y tres botellas de tinto. También nos trajeron seis bollos de pan. Quirós se dirigió al camarero ‘¿dónde vas con tanto pan?’ y pidió otra botella. Conforme avanzaba el almuerzo cada vez veíamos menos y nos queríamos más.

Y llegó el día 7 de agosto y a las 7 de la mañana, cuando las colinas mellaban al sol y le impedían su salida por el horizonte, ya estábamos instalados en los camiones militares. En el penúltimo camión se habían colocado las cajas con los pantalones especiales, las camisas protectoras, las botas. En el último, los sargentos Galisteo, Honrubia, Montalbán y Requena custodiaban los cilindros con el gas mostaza. Delante en el jeep el capitán Álvarez Oriol y los tenientes España y Aldecoa marcaban el camino, el mismo por el que fuimos a Martil.

Llegamos en poco más de una hora al lugar elegido, cerca de Cabo Negro. Hacía un poniente frío que encogía el espíritu. El capitán, el teniente Aldecoa y tres de los sargentos se situaron a unos trescientos metros a favor del viento. Los soldados quedamos con el viento contrario y fuimos adiestrados por el teniente legionario España que leyó los dos folios que yo le preparé y algo más de su propia cosecha. Cuando terminó se acercó a mí y me dijo; ‘Qué buen discurso he escrito’. Sí, mi teniente, dije.

Y se marchó a favor del viento. Por lo visto, el novio de la muerte nos quiere prestar la novia, le dije a Quirós. Los sargentos prepararon los cilindros y el capitán dio la orden, advirtiendo a la tropa de que siguieran el movimiento de las babosas y cuando las notaran inquietas que se pusieran las máscaras. ¡Hasta entonces, no!, gritó. Los soldados, juguetes del miedo y de la incertidumbre, se pusieron rápidamente las máscaras sin esperar la inquietud de los caracoles desahuciados. Quirós, Brenes y yo, los primeros. Una neblina húmeda se extendió por el terreno, amplio como tres campos de fútbol. Nos hicieron pasar por la niebla asesina a paso lento. Entre la niebla húmeda los soldados ‘enmascarados’, extraños extraterrestres, superábamos la prueba a ritmo lento, nos ardían los pies al pisar el terreno y respirábamos inquietos, pero bien. Por fin llegamos al lugar en donde estaban los mandos. Eran las doce del mediodía y la nube de humo se perdió cielo arriba

Me quité la máscara, cerca del mar, y resoplé aliviado: ¡Buf!










12 comentarios:

  1. Eran las doce del mediodía y la nube de humo se perdió cielo arriba

    Me quité la máscara, cerca del mar, y resoplé aliviado: ¡Buf!

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  2. Mira, una babosa es como un caracol sin concha, como si le hubieran quitado la casa, como si la hubieran desahuciado y la hubieran echado a la calle con lo puesto.

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  3. Hacía un poniente frío que encogía el espíritu.

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  4. ¿Para qué querrá este hombre 250 babosas? ¿Y dónde las busco yo? ¡Este hombre no está bueno, Quirós! De pasar las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio, creo que ha perdido el juicio. ¿Dónde encuentro yo 250 babosas? ¡Jesús, Jesús, Jesús!

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  5. Mientras limpiaban, yo leía en los libros recomendados por el capitán y escribía en un viejo cuaderno con la caligrafía que me enseñó don Ramiro Lindado, un perfecto ejemplo de maestro republicano.

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  6. Luego, a la una, una y media, dos, dos y media, tres (a Martín se le había pegado inconscientemente la medida del tiempo de Tetuán, los moros llevan otro ritmo con los horarios) os invito a comer en la Casa de España salmorejo y atún encebollado.

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  7. Los llevan al frente de guerra sin que los poderosos acepten una mínima queja: el silencio de los corderos.

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  8. Conforme avanzaba el almuerzo cada vez veíamos menos y nos queríamos más.

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  9. Y llegó el día 7 de agosto y a las 7 de la mañana, cuando las colinas mellaban al sol y le impedían su salida por el horizonte, ya estábamos instalados en los camiones militares.

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  10. Me quité la máscara, cerca del mar, y resoplé aliviado: ¡Buf!

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  11. Luego, a la una, una y media, dos, dos y media, tres (a Martín se le había pegado inconscientemente la medida del tiempo de Tetuán, los moros llevan otro ritmo con los horarios) os invito a comer en la Casa de España salmorejo y atún encebollado.

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  12. Espera que sigue, y Evaristo Quirós, apretando los labios, movía la cabeza como muñequito de feria.

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