MANIOBRAS EN MARTIL
Y amaneció porque así ocurre siempre: sale el sol, se pone el sol, vuelve a salir, vuelve a ocultarse, como si estuviera jugando al escondite con los pobres terrícolas.
- Martín López, te llama el brigada
- ¿Qué querrá este ahora?
- A sus órdenes, mi brigada.
- Recluta, llévale esto al capitán Álvarez Oriol y vuelve pronto con la contestación. ¡Es urgente!
Aproveché la ocasión para librarme del uno-dos, uno-dos, uno-dos de la instrucción de la mañana. Siempre pensé por qué los militares se limitan a dos números como si los demás no existieran y por qué gritan tanto: uno-dos, uno-dos, uno-dos, media vuelta, ar, media vuelta, ar, izquierda, izquierda, izquierda, derecha, izquierda, alto, ar, descanso, ar. Y a renglón seguido: uno-dos, uno-dos, uno-dos, y dale periquillo al torno, cubriendo la mañana de un extraño sinsentido, a menos que aquello les sirviera para cierta disciplina y para librar de malas hierbas el campo de instrucción que lo cubrían enteramente cuando llegué: cebada loca, amapolas, correhuela, diente de león, gramíneas de todo tipo ideales para no dejar respirar en un mes a un alérgico. En una semana el pisoteado campo de instrucción había quedado perfecto sin yerba alguna.
Llegué a la casa de mi capitán. Me abrió Ramírez, el asistente. Me dijo que el capitán hoy se había levantado pronto, a las 11 de la mañana, porque tenía que ir a las oficinas del Alto Comisariado en la Plaza de España, en pleno centro de Tetuán. La mañana estaba mecida por un suave viento de poniente.
En las oficinas del Alto Comisariado, después de atravesar tres controles del cuerpo de guardia que me impedían la entrada, encontré al capitán Álvarez Oriol en el pasillo de la planta superior. Lo saludé militarmente. Me pidió un cigarrillo “Caldo de Gallina”, se lo lié. Me pidió la caja de cerillas ‘que yo no lo voy a poner todo’, me dijo, y al estilo Oeste americano se encendió la cerilla en la rasposa barba que como un césped negro azulado poblaba una mandíbula poderosa.
- Mi capitán, que me entregó este sobre el brigada y me dijo que le contestara rápidamente, que era urgente.
- ¿Qué cojones se le habrá ocurrido ahora al coronel? No te dejan ni a sol, ni a sombra. El caso es joder al personal.
- Leyó el papel con cierta parsimonia. Le oí entre dientes la lectura de la orden… ‘que debo dirigir la compañía y llevarla hasta Martil, Cabo Negro y Rincón mañana. La expedición debe salir a las siete a.m., me han dado el día, joder, joder, joder, qué cruz.
- Mi capitán, me gustaría pedirle un favor, le dije cuando ya cerró el sobre.
- Usted dirá, recluta
- Me gustaría no dormir en el cuartel, allí no se descansa bien.
- ¡Si quieres, recluta, te pago una habitación en el hotel Continental!
Me había cambiado el tratamiento, del usted al tú, se estaba cabreando.
- ¡Ven, anda, todo sea por mi mujer!
Entramos a un despacho. Cogió un folio y escribió:
‘Desde mañana, el recluta Martín López, Jacinto quedará adscrito al Cuerpo de Defensa Química y se ocupará de la guardia y custodia del material que dicho cuerpo usa en sus ejercicios de protección y defensa. En consecuencia, ocupará permanentemente el edificio destinado a almacén, sin tener que pasar la lista de retreta cada noche y sin tener que dormir en el cuartel. Ordeno y mando que se le envíen al citado edificio cama, colchón, almohada y sábanas, para que se instale allí y se ocupe y preocupe del material almacenado y de su conservación en perfecto estado de revista. Así también te pido que le entregues todas las llaves que precise para su cometido.
Tetuán, 26 de julio de 1942.
Firmado: Capitán Carlos Álvarez Oriol
El 27 de julio a las siete, después del aseo personal, del desayuno y de pasar lista el teniente, subimos en diez camiones militares en dirección a la playa de Martil. Cerca de Cabo Negro, Martil, estaba sólo a diez kilómetros al noreste de Tetuán. En cada camión, un sargento. Delante en un jeep el capitán y dos tenientes dirigían la marcha. Brenes iba en el segundo camión. Yo iba en el séptimo con Quirós, que en voz baja me dijo
- Jacinto, he visto que el capitán está raro, parece que tiene 'sonmolencia'.
- Bueno, no tiene que conducir. Ahora que duerma en la playa
Antes de llegar a nuestro destino, la expedición paró hasta que dejamos paso al tren Tetuán - Ceuta que lentamente se desplazaba por un camino de hierro construido por los ingenieros españoles. Martil es el puerto pesquero y la playa de Tetuán. Es de arena rubia, fina, de mar azulado y en calma, un paraíso al norte de Marruecos, en la desembocadura del río del mismo nombre. Al llegar bajamos en el fuerte de Martil, construido para controlar la entrada al río, sin puertas, con acceso por las ventanas superiores por medio de escaleras. Fue tomado por el Ejército Español en la primera guerra de África en 1860. Hasta 1913 no se fundó la ciudad cuando Alemania nos obligó a aceptar el protectorado para que los franceses no se quedaran con el norte de Marruecos. El escritor Pedro Antonio de Alarcón, que sirvió como voluntario en la contienda, estuvo aquí en el fuerte y escribió como corresponsal de guerra, “Diario de un testigo de la guerra de África” elogiando el valor de sus defensores.
Después de unos rutinarios ejercicios de más de una hora, el capitán dio permiso para que nos pudiéramos bañar en el tranquilo mar azul. Yo hice lo que siempre acostumbraba cuando me bañaba en el mar, un raro cristo inverso: ponerme con los brazos en cruz, de espaldas al cielo, y flotar un poco. Mis conocimientos natatorios no daban para más. Luego alguien (hay gente para todo en todos los lugares del mundo) sacó una máquina fotográfica e inmortalizó el momento de la tropa en la playa. Yo se la mandé a mi novia junto con otra que me había hecho al llegar a Tetuán.
En esta última escribí: “Se la dedico a mi Anita con todo cariño."
Comimos unos filetes empanados, unos huevos duros y unos plátanos. Con la pachorra que se gastaba mi capitán y para no tener que volver al cuartel antes de tiempo, cayó la tarde sobre la remojada tropa.
Cuando volvimos a Tetuán, nos recibieron las temblorosas luces blancas y ambarinas del barrio alto, quebradas por el rojizo instantáneo de los pilotos de algún coche. Una brisa suave de poniente mecía las primeras horas de la noche.
Yo hice lo que siempre acostumbraba cuando me bañaba en el mar, un raro cristo inverso: ponerme con los brazos en cruz, de espaldas al cielo, y flotar un poco. Mis conocimientos natatorios no daban para más.
ResponderEliminarCuando volvimos a Tetuán, nos recibieron las temblorosas luces blancas, y ambarinas del barrio alto, quebradas por el rojizo instantáneo de los pilotos de algún coche. Una brisa suave de poniente mecía las primeras horas de la noche.
ResponderEliminarY amaneció porque así ocurre siempre: sale el sol, se pone el sol, vuelve a salir, vuelve a ocultarse, como si estuviera jugando al escondite con los pobres terrícolas.
ResponderEliminarHasta 1913 no se fundó la ciudad cuando Alemania nos obligó a aceptar el protectorado para que los franceses no se quedaran con el norte de Marruecos.
ResponderEliminarAl estilo Oeste americano se encendió la cerilla en la rasposa barba que como un césped negro azulado poblaba una mandíbula poderosa.
ResponderEliminarCerca de Cabo Negro, Martil, estaba sólo a diez kilómetros al noreste de Tetuán.
ResponderEliminar‘Desde mañana, el recluta Martín López, Jacinto quedará adscrito al Cuerpo de Defensa Química y se ocupará de la guardia y custodia del material que dicho cuerpo usa en sus ejercicios de protección y defensa.'
ResponderEliminarMi capitán, me gustaría pedirle un favor, le dije cuando ya cerró el sobre. - Usted dirá, recluta. - Me gustaría no dormir en el cuartel, allí no se descansa bien. - ¡Si quieres, recluta, te pago una habitación en el hotel Continental!
ResponderEliminarEl escritor Pedro Antonio de Alarcón, que sirvió como voluntario en la contienda, estuvo aquí en el fuerte y escribió como corresponsal de guerra, “Diario de un testigo de la guerra de África” elogiando el valor de sus defensores.
ResponderEliminarPutos militares. El patriotismo es el refugio de los canallas.
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