A los dos días de
llegar al cuartel, pedí permiso para llevarle al capitán Carlos Álvarez Oriol
el aceite y las prietas. Conseguí que vinieran Brenes y Quirós como
porteadores. Así les hacía el favor de ausentarse toda la mañana del cuartel en
el que se estrenaron no del todo bien. A Quirós que era más bajo de lo normal
lo metieron en una antigua lavadora de carga superior la noche de su llegada y
lo lavaron un poco con centrifugado y todo. Lo tuvieron dentro un tiempo prudencial para no
acabar con sus días disuelto con el detergente. Quirós era pequeño, más pequeño aún
después de partirse la pierna derecha jugando al fútbol. Desde aquel funesto día
Quirós había decrecido, había dado de no. A Brenes no lo molestaron tanto, sólo
le pidieron el dinero y el tabaco que llevaba encima. Yo repartí con los dos el poco dinero que llevaba. Todo el mundo sabe que un hombre sin dinero es un muerto en pie.
La crueldad anónima de la plebe no tiene límites. Desde aquella noche Quirós y Brenes dejaron de creer en la humanidad. Esta vida, Brenes, es un saco de caracoles y cada uno saca los cuernos por donde puede, dijo el pobre y agobiado Quirós.
La crueldad anónima de la plebe no tiene límites. Desde aquella noche Quirós y Brenes dejaron de creer en la humanidad. Esta vida, Brenes, es un saco de caracoles y cada uno saca los cuernos por donde puede, dijo el pobre y agobiado Quirós.
Al salir le pregunté al
brigada la dirección de mi capitán. “¡Búscate la vida!”, y siguió escribiendo.
La calima desfiguraba
las mágicas calles de Tetuán, un trampantojo húmedo, pegajoso, sin brizna de aire, como sin vida. Era grande el calor, la sombra poca. De algunas casas abiertas de par en par salía un fuerte olor a especias.
En la mezquita cercana un almuédano ‘echaba un cante’ sonoro, metálico,
cansino. La caravana la dirigía yo, manco
de estanco, cigarrillo en mano. Detrás, con la garrafa y la orza, me seguían
los dos artistas un poco agobiados por la carga que casi se había hecho ya
carne de su carne. Yo les iba hablando: 'Mirad, la vida se divide entre lo horrible y lo miserable. En lo horrible están los enfermos incurables, los ciegos, los lisiados...; nosotros estamos en el lado de los miserables. Deberíamos dar las gracias, no sabemos a quién, por ser miserables. Por tener la suerte de ser miserables" Si tú lo dices, me dijo Quirós con escasa convicción. Como iba ligero de equipaje y me oriento bien, llegué el
primero a la Calle de la Marina número 15. Toqué y abrió el asistente. Eran las
doce y media de la mañana.
-
Mi capitán hay en la puerta tres
reclutas que le traen regalos del pueblo de su señora.
-
¡Que pasen!
Entramos a un salón
amplio, apenas decorado. Una foto de Franco presidía la estancia. Dos canarios
cantaban desde la esclavitud de una lujosa jaula. En el tablero de la mesa, el
vaso de ginebra de la pasada madrugada había dejado un círculo perfecto. El
capitán Carlos Álvarez llevaba puesto un batín rojo sobre el pijama. El asistente
le trajo el desayuno de todas las mañanas: dos huevos fritos y una Pepsi-Cola.
Un hombre que bebe
ginebra de madrugada, que desayuna de esa manera, que viste batín rojo y que se
levanta sobre las doce y media de la mañana, sea de día o no sea, no puede ser
malo; si acaso, raro, agresivo, solitario, amigo del ‘alpiste’ y nocherniego.
-
A ver, ¿Usted cómo se llama?
-
Brenes, para servir a Dios y a usted.
-
¡Qué cojones es eso de servir a Dios y a
usted!
-
Se dice: ‘Sí, mi capitán’ ‘A la orden de
usted, mi capitán’
-
Sí, mi capitán, dijo el recluta Brenes.
-
¿Y usted?
Quirós
que estaba nervioso y apuntalado sobre sus cortas
piernas :
Evaristo, yo me llamo Evaristo Quirós para servir a Dios y a Usted.
-
¡Quirós, usted es tonto o se lo hace!
-
Sí, mi capitán.
-
Sí, mi capitán, qué.
-
¿Y usted?
- Soy Martín López, mi capitán y desde hoy
estoy a sus órdenes en la 7ª compañía.
- Menos mal. Por lo visto dos tercios de
los españoles no acaban de ser normales. Con razón dicen que España es la
deformación grotesca de la civilización europea. Quirós y Brenes se miraron
confusos.Mi
capitán, dije, esta carta es de su mujer. La cogió y la dejó sobre la mesa.
Entró Ramírez, el asistente, y como vio que había terminado el desayuno, se
atrevió a decirle:
Mi capitán, ¿le traigo otros dos huevos y otra Pepsi-Cola?
Mi capitán, ¿le traigo otros dos huevos y otra Pepsi-Cola?
-
¡Otro que mejor baila!
-
¿Yo he dicho algo, Ramírez? ¿Yo he dicho
algo, Ramírez?
-
Es que pensé que quería repetir.
-
Don Penseque y don Creyeque, amigos de don
Tonteque.
-
Me pareció que usted lo había pedido…
-
¿Yo he dicho eso? ¡Mi prima hermana!
Luego
se dirigió a los tres y nos dijo que fuéramos a verlo cuando terminara el
periodo de instrucción.
-
Usted, Brenes, ¿qué sabe hacer?
-
Soy carpintero, mi capitán.
-
Bien, dentro de un mes no tendrá que ir
al cuartel hasta la hora de retreta; se quedará en mi casa, comerá aquí y me
hará una estantería para colocar los libros que tengo perdidos por todas partes. La madera la pongo yo,
bueno... es un decir.
-
¿Y usted, Quirós?
-
Yo soy albañil, mi capitán.
- Bien, dentro de un mes no tendrá que ir
al cuartel hasta la hora de retreta; se quedará en mi casa, comerá aquí y me
reparará todos los desperfectos de las paredes y del tejado. No se preocupe que el material ya lo pongo yo si eso, bueno... es un decir.
-
¡Hay que servir a España, cada uno con
su trabajo! ¡Viva España!
Y los tres, con poca convicción: ¡Viva!
Me acerqué a los dos y en voz baja: ¡Ya os dije que os ibais a pasar una mili de lujo! Una media sonrisa se dibujó en las cansadas caras de los pobres reclutas para quienes el mundo era ancho, cruel y ajeno.
Y los tres, con poca convicción: ¡Viva!
Me acerqué a los dos y en voz baja: ¡Ya os dije que os ibais a pasar una mili de lujo! Una media sonrisa se dibujó en las cansadas caras de los pobres reclutas para quienes el mundo era ancho, cruel y ajeno.
-
¿Y usted, Martín?
-
Estuve trabajando en el Hospital de Sangre
de la Misericordia en Arahal y luego entré como auxiliar en la Farmacia
Municipal.
- Bien, dentro de un mes no tendrá que ir
al cuartel; trabajará en la farmacia militar de Tetuán, y ya se buscará la vida
como pueda.
- Ya os podéis marchar. Nos
acompañó hasta la puerta Ramírez, el asistente, que quedó allí enmarcado como
un pasmarote. Al
salir oímos la voz de trueno del capitán Álvarez, que se inyectaba patriotismo en sus venas con la marcha "Los voluntarios":
- Ramírez, tráeme unas aceitunas prietas,
un plato con aceite del que han traído los reclutas, una barra de pan, dos huevos fritos y una
Pepsi-Cola.
-
A sus órdenes, mi capitán.
Una media sonrisa se dibujó en las cansadas caras de los pobres reclutas para quienes el mundo era ancho, cruel y ajeno.
ResponderEliminarRamírez, tráeme unas aceitunas prietas, un plato con aceite del que han traído los reclutas, una barra de pan, dos huevos fritos y una Pepsi-Cola.
ResponderEliminarYo les iba hablando: ‘La vida está divida en lo horrible y lo miserable. Lo horrible son los enfermos incurables, los ciegos, los lisiados… Deberíamos dar gracias por ser miserables. Por tener la suerte de ser miserables’.
ResponderEliminarUn hombre que bebe ginebra de madrugada, que desayuna de esa manera, que viste batín rojo y que se levanta sobre las doce y media de la mañana, sea de día o no sea, no puede ser malo; si acaso, raro, agresivo, solitario, amigo del ‘alpiste’ y nocherniego.
ResponderEliminarLa calima desfiguraba las mágicas calles de Tetuán. Hacía un calor húmedo, pegajoso. Era grande el calor, la sombra poca. De algunas casas abiertas de par en par salía un fuerte olor a especias.
ResponderEliminarEra grande el calor, la sombra poca.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarLa calima desfiguraba las mágicas calles de Tetuán, un trampantojo húmedo, pegajoso, sin brizna de aire, como sin vida. Era grande el calor, la sombra poca.
ResponderEliminar¡Hay que servir a España, cada uno con su trabajo! ¡Viva España!
ResponderEliminarY los tres, con poca convicción: ¡Viva!
Al salir oímos la voz de trueno del capitán Álvarez, que se inyectaba patriotismo en sus venas con la marcha "Los voluntarios".
ResponderEliminarEstuve trabajando en el Hospital de Sangre de la Misericordia en Arahal y luego entré como auxiliar en la Farmacia Municipal.
ResponderEliminar¿Y usted, Martín?
ResponderEliminar- Estuve trabajando en el Hospital de Sangre de la Misericordia en Arahal y luego entré como auxiliar en la Farmacia Municipal.
- Bien, dentro de un mes no tendrá que ir al cuartel; trabajará en la farmacia militar de Tetuán, y ya se buscará la vida como pueda.
Esta vida, Brenes, es un saco de caracoles y cada uno saca los cuernos por donde puede, dijo el pobre y agobiado Quirós.
ResponderEliminarEsta vida es un saco de caracoles y cada uno saca los cuernos por donde puede, dijo el pobre Quirós.
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