LOS
MEJORES AÑOS DE MI VIDA (1)
DESTINO TETUÁN
DESTINO TETUÁN
…Sí, me llevaron a
Osuna y me presenté en la Caja de Reclutas. Allí nos sortearon con cierto
desprecio: ‘Tráete la romana que vamos a pesar a este’, me dijeron y luego ‘Niño, te ha tocado Tetuán’ y que tenía que embarcar en el puerto de
Algeciras nueve días después, y que ya me entregarían en Sevilla el petate con
ropas y uniformes, antes de subir al tren que me llevaría a la bahía y que si
patatín y que si patatán.
Antes
de irme fui a ver a Mariquita, la mujer del capitán Carlos Álvarez que estaba en
la ciudad marroquí, entonces Protectorado español. Mi padre insistió en que le
llevara una garrafa de aceite y una orza de aceitunas prietas que al capitán,
por lo visto, le gustaban. Obedecí como acostumbraba (aunque no quise llevarme
el queso manchego, grande y redondo como luna llena, que también iba en el
regalo) y subí a un lento tren que tardó doce horas en llegar desde Sevilla a
Algeciras.
Cuando parábamos en las estaciones, los reclutas, con sombras de
sudor en los sobacos, sacaban las cabezas por las ventanillas para piropear a
las muchachas en flor que se paseaban por el andén al grito de ¡Madera! Y
decenas de cabezas quedaban guillotinadas por el marco de las ventanillas
gritando inconveniencias.
Al
atardecer, ya en Ronda, las mujeres se amalvaron por el crepúsculo. En el tren
me encontré con dos paisanos a los que encargué que cuidaran del aceite y las
aceitunas. Di las órdenes oportunas. Para no marearlos mucho, a Quirós le
encargué el cuidado del aceite bajo la promesa de que se iba a tirar una mili
de lujo y a Brenes lo dejé con las aceitunas con idéntica promesa.
Llegamos
a Algeciras entre dos luces. Nos esperaban para llevarnos a pasar la noche a la
plaza de toros. Yo dejé en la plaza a Quirós y a Brenes, como buenos
novilleros, y me salí de allí gracias a una carta de la mujer del capitán
Carlos que presenté a quienes custodiaban el coso taurino, a pesar de que un
sargento me retuviera un poco y dudara de la carta de recomendación. Las
palabras del sargento me sonaban como la lluvia en los cristales.
Cuando
por fin, con cierto desprecio, me dijo que podía irme le di las gracias y en
voz baja: ‘Usted perdone, me creí que era un pájaro’. Me fui a una pensión
cercana y dormí profundamente, seguramente algo mejor que sobre el cemento del
coso taurino, con la seguridad de que los paisanos cuidaban el aceite y las
prietas con el máximo interés. El recluta Martín López tenía la aristocracia
del mando. Eso es así, afirmaba.
Al
mediodía me presenté ante el jefe de la
expedición con la carta-salvoconducto y ya con los demás subí al barco. Todos
los reclutas se situaron en la proa de un barco militar afilado y estrecho que apenas si se alzaba metro y medio sobre el nivel del mar, de forma que cuando puso rumbo a Ceuta el
agua entraba por estribor y babor. En aquel carrusel pagado, las vomiteras de
los de proa eran generales. Yo me situé solo bajo el puente de mando y me
agarré con todas mis fuerzas a la escalerilla que subía desde la cubierta hasta
el puente, en donde un cura castrense arengaba cínicamente a la
desgraciada tropa con un “Resistid, hijos míos, Dios y la Patria están con
vosotros.”
Con
frecuencia las olas barrían la cubierta y me mojaban entero de cintura para
abajo. Los pantalones estuvieron salados
y mojados más de una semana, tiesos como un horcón. Quirós y Brenes vomitaban
en estéreo ocupados de proteger la garrafa y la orza. ¡Jesús, Jesús, Jesús!
¡Menudo crucero!
Al
cabo de seis horas de navegación llegamos a Ceuta. Un sargento quiso retenerme
para estar con los demás.
–
Mi capitán, este recluta trae una carta de recomendación para el capitán Carlos
Álvarez, su amigo de Tetuán.
- Dile que entre.
-
¿Conque tú eres el enchufado de mi amigo Carlos? ¿Sabes, recluta, que en España
todos somos iguales?
-
Sí, mi capitán, lo sé. Unos más iguales que otros.
-
¡A ver la carta! La leyó. ¡Hay que acabar de una vez con los enchufes, recluta!
Y luego: “¿Sabes, recluta, que a mí
también me gustan las aceitunas y el aceite?”
-
Sí, mi capitán. Lo tendré en cuenta para la próxima vez.
-
Puedes marcharte.
-
¡Bien, bien!
Me devolvió la carta y pude salir para pasar
la noche en una pensión cercana no sin advertirle antes a los paisanos que se
jugaban una mili de lujo si no protegían las prietas y el aceite que debían
llegar hasta el capitán en perfectas condiciones.
El
recluta Martín tenía la aristocracia del mando. Era más alto de lo normal para
aquella época y tenía una seguridad pasmosa en sí mismo. Martín López tenía la
ventaja de no atarse al pasado. En sus ojos sólo brillaba un futuro alegre y
confiado. El presente era un paso para una vida plena de aventuras. El presente
para Martín era sólo un anticipo del futuro. Eso es así en algunas personas.
Al
amanecer del día siguiente nos subieron en camiones militares de los de la
guerra ‘incivil’ y nos trasladaron a Tetuán. Yo me llevé en el bolsillo Aita
Tettauen ‘La guerra de Tetuán’, uno de los Episodios Nacionales de Pérez
Galdós, editado en Madrid en 1925 tres años después de mi nacimiento en
Sevilla. El libro era uno de los 24.000 ejemplares de la edición. La portada
llevaba en vertical la bandera española, rojo-gualda-rojo.
El recluta Martín López tenía la aristocracia del mando.Eso es así, afirmaba.
ResponderEliminarEl presente para Martín era sólo un anticipo del futuro.
ResponderEliminarYo me llevé en el bolsillo "Aita Tettauen", "La guerra de Tetuán".
ResponderEliminarAl amanecer del día siguiente nos subieron en camiones militares de los de la guerra ‘incivil’ y nos trasladaron a Tetuán.
ResponderEliminarYo me llevé en el bolsillo Aita Tettauen ‘La guerra de Tetuán’, uno de los Episodios Nacionales de Pérez Galdós, editado en Madrid en 1925 tres años después de mi nacimiento en Sevilla.
ResponderEliminarEl libro era uno de los 24.000 ejemplares de la edición. La portada llevaba en vertical la bandera española, rojo-gualda-rojo.
ResponderEliminarQuirós y Brenes vomitaban en estéreo ocupados de proteger la garrafa y la orza. ¡Jesús, Jesús, Jesús! ¡Menudo crucero!
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