sábado, 26 de enero de 2019

Miss Tower bajo el cielo protector de los paraguas





Una tarde de invierno, perfumada de ozono, Miss Tower recordó que un día ya lejano asediada por las agujas verticales de la lluvia, prisionera bajo una marquesina esperando el autobús, un joven se ofreció a acompañarla bajo la protección de su paraguas.  Volveré, dijo. Luego, a pesar de la promesa, el joven -desdibujado en la memoria- no volvió. El destino cerró lo que pudo haber sido una historia de amor limpia como la lluvia.  El gozo, la tristeza dulce de la bella dama, volvía los días grises y lluviosos. Miss Tower retomaba el recuerdo y añoraba el cielo protector de aquel paraguas. En ese tiempo y en aquel lugar la lluvia limpiaría como lo hace hoy en Granada los restos doloridos de los recuerdos. La lluvia siempre se precipita en el pasado.

Aún hoy, Miss Tower, cuando en invierno siente el bálsamo perfumado de la lluvia, recorre la ciudad calle por calle, avenida por avenida, plaza por plaza, compás por compás, plazuela por plazuela, observando los rostros de los jóvenes bajo los espacios protectores de los paraguas de intimidad callada. Ignora que el tiempo, trabajador incansable, ya esculpió otro rostro, otro estuche protector del mismo espíritu. A veces se detiene en los semáforos y observa coche a coche y llora sobre ellos hasta que sus lágrimas se convierten en lluvia que sólo borra el concierto monótono del sí-no, no-sí, de los parabrisas. Llora su desconsuelo, detenida en medio de la avenida, empapada de indiferencia, como un mendigo que ofreciera pañuelos de sombra y hambre a los que ajenos a su mirada sólo pretenden arrancar de nuevo, indiferentes, en el destino incierto del atardecer. Pretende adivinar, sin conseguirlo, quién era el joven fingidor desfigurado en su memoria. La amarga nuez del cerebro mantiene aún las huellas imborrables del daño.

En las noches de invierno, el repiqueteo sonoro de la lluvia  en la conciencia le impide coger el autobús del deseo bajo la impalpable marquesina del insomnio y no comprende - ¡sí lo comprende!- por qué la noche no se acaba nunca... 

'Tú no eliges la lluvia que te va a calar hasta los huesos', así pensaba hasta que una tarde de invierno perfumada de ozono, vi al ser más hermoso de la creación: una joven rubia, espigada, de mirada atractiva. Hay miradas que no se olvidan nunca, te taladran el alma. Se refugiaba de la lluvia bajo la marquesina de una parada de autobús. Me ofrecí a acompañarla bajo mi paraguas y llevarla al fin del mundo si me lo hubiera pedido. Momentos inolvidables, pero momentos. Le dije que volvería… Cuando volví ya no estaba allí. Desde entonces la busco los días grises de lluvia calle por calle, plaza por plaza, avenida por avenida, compás por compás, plazuela por plazuela.

         Yo sabía que amasaríamos juntos el pan del futuro, pero la lluvia siempre se precipita en el pasado y ya ha desfigurado la acuarela arrugada de su rostro. La busco al atardecer bajo las marquesinas de los autobuses. La vida no fue conmigo ni noble, ni buena, ni justa. No hice nada de lo que los demás esperaban que hiciera y ahora vendo pañuelos y limpio los cristales delanteros de los coches como un extraño parabrisas humano en el escaso tiempo que marcan los semáforos hasta la estampida que ordena el verde esperanza del árbol sin hojas.

       A veces me estorba en mi trabajo una mujer ya cargada de años que con una linterna mira dentro de los coches, chapas indiferentes, que arrancan con rapidez y cruzan los pasos de peatones sin contemplación alguna. Hay en sus ojos un asomo de búsqueda imposible como el mío.

    Vuelvo a casa desilusionado, acompañado del repiqueteo sonoro de la lluvia y empapado de grises paso la noche interrogando nadas bajo la marquesina del insomnio a la espera de la llegada imposible del autobús del deseo. La amarga nuez del cerebro mantiene aún las huellas imborrables del daño.  Los momentos se apresan o huyen para siempre. Todas las lluvias, como todos los sentimientos, se refugian en el Guadalete de la memoria, el río de la indiferencia y del olvido. Por eso no comprendo, sí comprendo, por qué esta noche no se acaba nunca.

Granada, 26 de enero del año 2019
Jacinto S. Martín


  






























13 comentarios:

  1. Hay miradas que no se olvidan nunca, te taladran el alma.

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  2. Resulta imposible subir al autobús del deseo. Pasa sólo una vez en la vida. no vuelve jamás.

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  3. Hay miradas que no se olvidan nunca, te taladran el alma.

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  4. Empapado de grises paso la noche interrogando nadas.

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  5. Por eso no comprendo , sí comprendo, por qué está noche no se acaba nunca.
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  6. La amarga nuez del cerebro mantiene aún las huellas imborrables del daño.

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  7. Llora su desconsuelo como un mendigo que ofreciera pañuelos de sombra y hambre

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  8. El Guadalete, el río de la indiferencia y del olvido.

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  9. La lluvia siempre se precipita en el pasado.

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  10. Paso la noche interrogando nadas bajo la marquesina del insomnio a la espera de la llegada imposible del autobús del deseo.

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  11. Los momentos se apresan o huyen para siempre.

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  12. Hay en sus ojos un asomo de búsqueda imposible como el mío.

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  13. 'Tú no eliges la lluvia que te va a calar hasta los huesos'.

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