Una tarde de invierno,
perfumada de ozono, Miss Tower recordó que un día ya lejano asediada por las
agujas verticales de la lluvia, prisionera bajo una marquesina esperando el
autobús, un joven se ofreció a acompañarla bajo la protección de su paraguas. Volveré, dijo. Luego, a pesar de la promesa,
el joven -desdibujado en la memoria- no volvió. El destino cerró lo que pudo
haber sido una historia de amor limpia como la lluvia. El gozo, la tristeza dulce de la bella dama,
volvía los días grises y lluviosos. Miss Tower retomaba el recuerdo y añoraba
el cielo protector de aquel paraguas. En ese tiempo y en aquel lugar la lluvia
limpiaría como lo hace hoy en Granada los restos doloridos de los recuerdos. La
lluvia siempre se precipita en el pasado.
Aún
hoy, Miss Tower, cuando en invierno siente el bálsamo perfumado de la lluvia,
recorre la ciudad calle por calle, avenida por avenida, plaza por plaza, compás
por compás, plazuela por plazuela, observando los rostros de los jóvenes bajo
los espacios protectores de los paraguas de intimidad callada. Ignora que el
tiempo, trabajador incansable, ya esculpió otro rostro, otro estuche protector
del mismo espíritu. A veces se detiene en los semáforos y observa coche a coche
y llora sobre ellos hasta que sus lágrimas se convierten en lluvia que sólo
borra el concierto monótono del sí-no, no-sí, de los parabrisas. Llora su
desconsuelo, detenida en medio de la avenida, empapada de indiferencia, como un
mendigo que ofreciera pañuelos de sombra y hambre a los que ajenos a su mirada
sólo pretenden arrancar de nuevo, indiferentes, en el destino incierto del
atardecer. Pretende adivinar, sin conseguirlo, quién era el joven fingidor
desfigurado en su memoria. La amarga nuez del cerebro mantiene aún las huellas
imborrables del daño.
En
las noches de invierno, el repiqueteo sonoro de la lluvia en la conciencia le impide coger el autobús
del deseo bajo la impalpable marquesina del insomnio y no comprende - ¡sí lo
comprende!- por qué la noche no se acaba nunca...
'Tú no eliges la lluvia que te va a calar hasta los huesos', así pensaba hasta que una tarde de invierno
perfumada de ozono, vi al ser más hermoso de la creación: una joven rubia,
espigada, de mirada atractiva. Hay miradas que no se olvidan nunca, te taladran el alma. Se refugiaba de la lluvia bajo la marquesina de
una parada de autobús. Me ofrecí a acompañarla bajo mi paraguas y llevarla al
fin del mundo si me lo hubiera pedido. Momentos inolvidables, pero momentos. Le
dije que volvería… Cuando volví ya no estaba allí. Desde entonces la busco los
días grises de lluvia calle por calle, plaza por plaza, avenida por avenida,
compás por compás, plazuela por plazuela.
A veces me estorba en
mi trabajo una mujer ya cargada de años que con una linterna mira dentro de los
coches, chapas indiferentes, que arrancan con rapidez y cruzan los pasos de
peatones sin contemplación alguna. Hay en sus ojos un asomo de búsqueda
imposible como el mío.
Vuelvo a casa
desilusionado, acompañado del repiqueteo sonoro de la lluvia y empapado de
grises paso la noche interrogando nadas bajo la marquesina del insomnio a la
espera de la llegada imposible del autobús del deseo. La amarga nuez del
cerebro mantiene aún las huellas imborrables del daño. Los momentos se apresan o huyen para siempre. Todas las lluvias, como todos los sentimientos, se refugian en el Guadalete de la memoria, el río de la indiferencia y del olvido. Por eso no comprendo, sí comprendo, por qué esta noche no se acaba nunca.
Granada,
26 de enero del año 2019
Jacinto
S. Martín
Hay miradas que no se olvidan nunca, te taladran el alma.
ResponderEliminarResulta imposible subir al autobús del deseo. Pasa sólo una vez en la vida. no vuelve jamás.
ResponderEliminarHay miradas que no se olvidan nunca, te taladran el alma.
ResponderEliminarEmpapado de grises paso la noche interrogando nadas.
ResponderEliminarPor eso no comprendo , sí comprendo, por qué está noche no se acaba nunca.
ResponderEliminar,
La amarga nuez del cerebro mantiene aún las huellas imborrables del daño.
ResponderEliminarLlora su desconsuelo como un mendigo que ofreciera pañuelos de sombra y hambre
ResponderEliminarEl Guadalete, el río de la indiferencia y del olvido.
ResponderEliminarLa lluvia siempre se precipita en el pasado.
ResponderEliminarPaso la noche interrogando nadas bajo la marquesina del insomnio a la espera de la llegada imposible del autobús del deseo.
ResponderEliminarLos momentos se apresan o huyen para siempre.
ResponderEliminarHay en sus ojos un asomo de búsqueda imposible como el mío.
ResponderEliminar'Tú no eliges la lluvia que te va a calar hasta los huesos'.
ResponderEliminar