Hostal Brasil (II)
Cuando uno extraña un
lugar lo que realmente extraña es la época que corresponde a ese lugar. No se
extrañan los sitios, sino los tiempos. (J.L. Borges)
Cuando
llegaron Rafael y Javier también aterrizaron en el hostal, procedentes de
Londres, Hilary Taylor y Bárbara Brown. Bárbara era rubia, pequeña, bella y
amable; Hilary era rubia, pequeña y amable. Bárbara era tímida, Hilary tampoco.
Las inglesas tenían, por lo visto, media ración de cerebro y tres de corazón. Su
presencia se hizo notar pronto, porque la misma tarde de su llegada, en el
cristal de su habitación que daba al pasillo del primer piso aparecieron
carteles recortados en cartón con mensajes en inglés:’ knickers, free entrance
day and night for boys, we receive guys, we are open 24 hours’. Muchos bigardos de entre los
residentes buscaron los diccionarios de inglés-español para saber qué ofrecían
las dos chicas.
En
la habitación de Campito, un estudiante de larga duración, un proyecto lejano de perito agrícola que estudiaba
poco aunque afirmaba que tenía mucho campo por delante, se tradujo el múltiple
mensaje: ‘bragas, entrada libre día y noche para chicos, recibimos tíos,
estamos abiertas 24 horas’. La habitación de las inglesas, una vez traducidos
los mensajes, se convirtió en un concierto de instrumentos desafinados, en una
noche en celo de gatos en enero, en una casa de locos, en una capilla laica en
permanente jubileo.
Sonaba con frecuencia Bridge over troubled water (la vida solo es un arriesgado paso sobre un puente de aguas turbulentas). También se oía machaconamente The Boxer de Simon & Garfunkel (no somos más que unos terribles boxeadores boxeando con nuestros recuerdos y nuestros mil deseos) y ‘Let it be’ de los Beatles que imponían su
filosofía de dejarlo estar, mientras corría a rienda suelta el caballo de las despreocupaciones.
Las entradas y salidas eran continuas. Tantas entradas y salidas hubo, que
Bárbara quedó en estado de buena ‘desesperanza’, pues no entraba en sus
cálculos tener un hijo… La noticia corrió por el hostal con la velocidad del
Ciempiés.
Aquella misma noche de la certeza del embarazo, el patio pequeño junto a la fuentecilla se llenó de curiosos que veían cómo Bárbara lloraba y llamaba por teléfono a su familia desde la cabina telefónica situada a la izquierda del patio, junto a la sala de la tele. Colgaba y lloraba, lloraba y llamaba. ¡Pobre Bárbara, tan en soledad, tan sin ella! Después de cada blablablá salía de nuevo llorando, mientras Hilary, apenada, defendía su inocencia y llevaba el índice y el pulgar colocado en su boca, como un triángulo de silencio. Así hasta que sus padres dieron la orden de que las dos volvieran a Londres. A los dos días, la pareja inglesa se marchó al amanecer. La escoba del tiempo las barrió durante unos meses, al cabo de los cuales sólo volvió Bárbara - ¡tan en soledad, tan sin ella! - más delgada y triste, acompañada de un zangolotino inglés. Hilary se perdió para siempre. Las dos sólo han quedado en el olvidadizo rincón del recuerdo.
Aquella misma noche de la certeza del embarazo, el patio pequeño junto a la fuentecilla se llenó de curiosos que veían cómo Bárbara lloraba y llamaba por teléfono a su familia desde la cabina telefónica situada a la izquierda del patio, junto a la sala de la tele. Colgaba y lloraba, lloraba y llamaba. ¡Pobre Bárbara, tan en soledad, tan sin ella! Después de cada blablablá salía de nuevo llorando, mientras Hilary, apenada, defendía su inocencia y llevaba el índice y el pulgar colocado en su boca, como un triángulo de silencio. Así hasta que sus padres dieron la orden de que las dos volvieran a Londres. A los dos días, la pareja inglesa se marchó al amanecer. La escoba del tiempo las barrió durante unos meses, al cabo de los cuales sólo volvió Bárbara - ¡tan en soledad, tan sin ella! - más delgada y triste, acompañada de un zangolotino inglés. Hilary se perdió para siempre. Las dos sólo han quedado en el olvidadizo rincón del recuerdo.
Sólo
cuando los “suspendientes” estudiantes veían la tele y aparecía la ciudad de
Londres aplaudían su memoria. Esto ocurría, a veces, en los informativos antes
de los partidos de fútbol y los combates de boxeo de Pedro Carrasco que
enardecían al personal. La pequeña sala de la tele, un ring muy pequeño, se
encogía de tal manera, que los apretados hinchas tenían que salir por la
ventana baja lateral que daba al patio, dejando de paso las marcas en la pared
cuando huían de la bulla que hacía imposible salir por la puerta como “il
faut”.
También
las recordaban cuando volvía a la memoria el concurso de “Míster Piernas
Bonitas” que se celebró una noche de febrero del año 1971. La ordenada anarquía
del hostal se encontró con unos anónimos organizadores que colocaron una sábana
blanca entre dos columnas del comedor. La sábana extendida a modo de pancarta
de “manifa” ocultaba al participante desde la cintura hasta la cabeza, de
manera que sólo quedaban visibles para el jurado - situado enfrente - los
calzoncillos y las piernas. La participación fue numerosa. Se acercaban
anunciados por un improvisado speaker y se situaban en el centro de la sábana
mirando al jurado de frente, cuatro o cinco movimientos a lo Elvis Presley y
conclusión con un paseíllo final. Hasta las piernas más famosas del dislocado
hostal, las de Paco House, se vieron regordetas y blancas abusando de los
movimientos a lo Elvis ‘el Pelvis’. El talante del hostal no respondía a su
nombre pues el lema de la bandera brasileña “Ordem e progresso” brillaba por su
ausencia.
El
jurado compuesto por Hilary, Bárbara, Cándida y Paloma, estas dos últimas
novias de Nandi y de Robles, visto lo visto, una calamidad estética y social,
decidieron, después de una deliberación de más de media hora, conceder el
premio “Piernas Bonitas” a un canario estudiante de Medicina que recibió
contento una botella de whisky DYC. En la celebración del premio todos
intentaron beber del ‘agua de fuego’. La trifulca fue tanta que el premio - botella, cayó al suelo y se hizo
añicos. El personal se alejó del escenario con un cierto malestar y se refugió
en sus habitaciones para estudiar un poco, algo había que hacer.
Aquella
noche, sin embargo, se estudió poco no tanto por el fracaso del concurso sino
por las prácticas con balas de fogueo que desde el último piso disparaban los
alojados falangistas de la FEA (Falange Española Auténtica) seguidores de
Hedilla y enemigos declarados de Franco. Para que el concierto fuera en
estéreo, el Trotski, un miembro de la LCR (Liga Comunista Revolucionaria)
también hacía pruebas de tiro en su habitación del piso tercero sobre una diana
ya bastante agujereada. Tanto los de la FEA como el Trotski estaban
recomendados por la policía para así saber en todo momento donde localizarlos
si hacía falta. Los dos “feos” y el de
la Liga estaban pendientes de juicio por sembrar las facultades y las calles de
Granada de octavillas criticando al régimen.
Mientras
sonaban los “fuegos artificiales”, algunos desocupados optaron por llenar con
agua enormes bolsas de plástico. Se trataba de bombardear a quienes volvían del
cine Gran Vía, el Petit Palais, por la estrecha calleja de “Cardenal Mendoza”.
Cuando el desavisado peatón estaba en la posición correcta uno o dos plásticos
caían como bombas desde la azotea y lo duchaban de arriba abajo. La sorpresa
era tanta que salían corriendo sin apenas articular palabra. Cuando ya se
alejaban del territorio comanche se volvían empapados de agua y de ira y
dejaban en el silencio de la noche un “joputas”, cabrones, prolongado por el
eco.
Ya
en mi habitación yo seguía el final de los acontecimientos guiado por las penúltimas
voces y los últimos disparos. Mientras, leía a Azorín en los librillos de la
colección ‘Austral’ y oía en el pequeño transistor rojo en forma de librillo los
comentarios de la actualidad política de Martín Ferrand en “Hora 25”, un
programa de la Cadena Ser. La radio alivia soledades.
El
patio al que daba mi habitación tenía todas las ventanas iluminadas. Los más
responsables estudiaban toda la madrugada. Granada era flexo y frío, libro y
noche.
Arahal,
30 de agosto de 2018
Jacinto
S. Martín
Hostal Brasil (II) es la continuación de Hostal Brasil (I) cuando Granada era flexo y frío, libro y noche.
ResponderEliminarLa radio alivia soledades.
ResponderEliminarSonaba con frecuencia The Boxer de Simon & Garfunkel (no somos más que unos terribles boxeadores boxeando con nuestros recuerdos y nuestros mil deseos) y ‘Let it be’ de los Beatles que imponían su filosofía de dejarlo estar.
ResponderEliminarLa vida sólo consiste en cruzar un puente sobre aguas turbulentas.
ResponderEliminarLa radio alivia soledades.
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