Dios ha creado las noches que se
arman de sueños y las formas del espejo para que el hombre sienta que es
reflejo y vanidad. Por eso nos alarman. (J.L. Borges)
Ha pasado el invierno y la gripe se ocupó de romper sueños y
de quebrar espejos. En las ceremonias religiosas te acercaban- con buena
voluntad (es justo decirlo)- a la nada con colmo de la muerte. El momento más
peligroso lo marcaba el “daos fraternalmente la paz” cuando las viejas
creyentes te daban la paz y los virus revueltos, una forma precipitada de
acercarte a los cielos. "La sombra del ciprés es alargada".
Ahora he vuelto a Arahal. Volver es
siempre un vano intento de reiniciar lo que un día quedó suspendido. Bajo el mismo cielo azul
inmaculado, radiante de sol, el verano es una dura prueba para la vuelta. Uno
llega con nostalgia, la forma dulce de la tristeza. Tenemos un verano fresco, porque en la noche de San Juan las veletas apuntaban a la heladería del "Valenciano" , me cuentan. Asi que ya estás y eres
el mismo y distinto, y vas y te sometes
a la prueba de los espejos. Dios creó los espejos para que nos sintiéramos
reales. Te cruzas con un viejo conocido
que amablemente te dice: “Te veo muy bien, cada vez te pareces más a tu padre”.
Está claro que no me ve muy bien, me ve tan mal como yo lo veo a él: espejo
frente a espejo. Hay identidad en la diferencia. La afirmación del yo te
asegura el paso del tiempo. No ha querido decirte qué viejo estás y habla de tu
padre no cuando tenía treinta años, sino cuando ya jubilado abueleaba.
De todas las fórmulas de reconocimiento del
paso del tiempo, a mí me gusta más el
´Quillo, aunque todavía no se te ve el cartón, ya estás pelitordo´ o la
despedida a escopetazo ´ ¡Bueno, que si no nos vemos más que sea porque faltes tú!´ o la más cruel aún: “Todavía estás por aquí, yo creía que te habías
muerto”. En los pueblos siempre la muerte es más cercana. Decia mi tio Miguel: " Mira, hoy te puede dar a ti un jamacuco y mañana me puede tocar a mí la lotería, así es la vida". Son formas desesperadas de ignorar el ‘no ser’ proyectadas en el espejo de otro, como si la muerte fuera siempre ajena, como si sólo fuéramos un algo que
alguien piensa. En esos momentos necesitamos una infusión de Séneca para sonreír
y aguantar la inconveniencia.
Pregunto
a mi hermano por los amigos con los que jugaba al fútbol: ¿Y Andrés? Andrés
hace tiempo que falta, primer espejo roto; ¿Y Rafael? Rafael ya murió hace
tiempo, y se oye la fractura del cristal y se ven los dolorosos añicos por el
suelo. La que también ha muerto ha sido
Pilar, y de nuevo se raya el cristal de la memoria… Los espejos cuentan
verdades de nuestro progresivo desapego entre cuerpo, alma y espíritu, que
queremos ignorar como en los cuentos infantiles. De nada sirve que la madrastra
naturaleza rompa el espejo; todo lo contrario, multiplica por mil los efectos
del desamparo. Uno llega a cierta edad y vive defendiéndose de sí mismo.
El espejo, suplantador del agua, nos lleva a
meditar sobre la imagen inversa que proyectamos, porque la meditación y el
reflejo son los raíles paralelos del extraño tren de la vida. A veces, por no
poder aferrar la imagen cautivadora del agua a la que nos asomamos, nos
sumergimos y nos ahogamos en nuestra
propia soberbia como el griego Narciso. En la tradición sagrada de los vedas el
espejo simbolizaba la sucesión de formas, la duración limitada y siempre
cambiante de los seres. No somos más que sucesiones de sombras que, a veces,
recordamos a otras sombras y sentimos cierta ilusión de permanencia como la
joven de Matsuyama que al mirarse en el espejo creía ver a su madre a la que se
parecía. La magia del espejo eternizaba a quien tanto quería.
Sin embargo miramos el mundo una sola
vez, en la infancia. El resto permanece
en el espejo de la memoria. A cada paso
la vida te adelanta por la derecha y te hace clic como si tu memoria fuese una
cámara fotográfica y te va revelando los miles de negros negativos, los
frágiles espejos de obsidiana, los miles de espejos rotos a los que recuerdas
como en las viejas y amarillentas fotografías, espejos de un solo momento, y te
apena no encontrar respuestas para tantas preguntas. Cuando parece que
dominamos las respuestas, los tiempos nos cambian todas las preguntas. La
ignorancia dura ya millones de años. No hay quien repare la ignorancia: ni la religión, un extraño sedante para el dolor
de estar vivos, ni la ciencia, lenta y torpe, aunque testarudamente esperanzada.
Mientras se va imponiendo lentamente la razón, hay que jugar con el pensamiento
mágico de la fe. Para evitar el dolor de estar vivo, algunas sectas heréticas
condenaban a quienes tenían hijos por ser un acto esencialmente diabólico. A
veces las personas, depósitos de tiempo vaciándose segundo a segundo, nos
revolvemos contra los dioses que se
ocupan de mandar desventuras a los
hombres para que tengan algo que contar.
Lewis Carrol, Borges, Poe,
Chesterton, Papini, Schwob, Hoffmanm, Lovecraft y otros grandes escritores de
la Literatura Universal se sintieron atraídos por el misterio de la muerte y
los espejos. Algunos de manera recurrente les dedicaron parte de sus mejores
páginas e indagaron “a través del espejo”, como si más allá del reflejo pudiera
encontrarse la espalda de la suerte de un hombre que mira de frente.
Borges, que siempre sintió el horror
de los espejos, declaró su terror “ante el agua especular que imita el otro
azul en su profundo cielo que a veces raya el ilusorio vuelo del ave inversa o
que un temblor agita”. Y el escritor argentino insistía en su valor mágico
cuando afirmaba que todo acontece y nada se recuerda en esos gabinetes
cristalinos donde, como fantásticos rabinos, leemos los libros de derecha a
izquierda.
Así de extrañas, sorprendentes,
absurdas o surrealistas se tornaron las páginas de maestros como Bioy Casares,
Lewis Carrol, Virginia Woolf o Ángela Carter después de mirarse a un espejo o
de escribir reflejados en uno de ellos.
El espejo es quizás el único objeto verdaderamente metafísico, verdaderamente mágico, pues duplica el mundo de manera inderterminada con la máxima exactitud posible. Crea un mundo paralelo como el arte, como nuestra mente, que dispone durante el sueño de un mecanismo liberador, excretor de la realidad. Todas las culturas humanas han sentido la atracción liberadora del espejo. Del espejo surgen religiones, filosofías, leyendas, sentencias morales, teorías mágicas o científicas, todo flotando en la indeterminación.
El espejo es quizás el único objeto verdaderamente metafísico, verdaderamente mágico, pues duplica el mundo de manera inderterminada con la máxima exactitud posible. Crea un mundo paralelo como el arte, como nuestra mente, que dispone durante el sueño de un mecanismo liberador, excretor de la realidad. Todas las culturas humanas han sentido la atracción liberadora del espejo. Del espejo surgen religiones, filosofías, leyendas, sentencias morales, teorías mágicas o científicas, todo flotando en la indeterminación.
Pero también lo indeterminado es un
valor literario importante, la literatura se mueve entre lo exacto y lo
totalmente inexacto, intentando definir lo inexacto con exactitud y revelando
la fabulosa inexactitud de todo lo exacto. El “nonsense”, el sinsentido, tiene
todo el sentido pleno del mundo exterior, es el captador del misterio mágico de
las cosas. Borges, el argentino genial, insiste en el misterio: “¿Por qué persistes,
incesante espejo? / ¿Por qué duplicas, misterioso hermano, /el menor movimiento
de mi mano?/ ¿Por qué en la sombra el súbito reflejo? / Eres el otro
yo de que habla el griego
/y acechas desde siempre. En la tersura/del agua
incierta o del cristal que dura/me buscas y es inútil estar ciego. / El hecho de no
verte y de saberte/ te agrega horror, cosa de magia que osas/multiplicar la
cifra de las cosas/ que somos y que abarcan nuestra suerte. / Cuando esté muerto,
copiarás a otro/y luego a otro, a otro, a otro, a otro…”
Somos solo un frágil espejo de obsidiana, un débil cristal negro - pues lo
marca la muerte - nacido de las entrañas de la tierra, de los volcanes que crean miles de puertas de
entrada al otro mundo, misterioso, extraño. Millones de ignorantes espejos
negros de cristal nacidos de la debilidad de la obsidiana copiando a otro y
luego a otro, a otro, a otro, a otro... que acaso sólo salva momentáneamente el espíritu de la música que late balsámica cada amanecer.
Arahal, 16 de julio de 2018
Jacinto S. Martín
Y el escritor argentino insistía en su valor mágico cuando afirmaba que todo acontece y nada se recuerda en esos gabinetes cristalinos donde, como fantásticos rabinos, leemos los libros de derecha a izquierda.
ResponderEliminar