martes, 17 de julio de 2018

La muerte y los espejos

                                   LA MUERTE Y LOS ESPEJOS




Dios ha creado las noches que se arman de sueños y las formas del espejo para que el hombre sienta que es reflejo y vanidad. Por eso nos alarman. (J.L. Borges)

Ha pasado el invierno y la gripe se ocupó de romper sueños y de quebrar espejos. En las ceremonias religiosas te acercaban- con buena voluntad (es justo decirlo)- a la nada con colmo de la muerte. El momento más peligroso lo marcaba el “daos fraternalmente la paz” cuando las viejas creyentes te daban la paz y los virus revueltos, una forma precipitada de acercarte a los cielos. "La sombra del ciprés es alargada".

Ahora he vuelto a Arahal. Volver es siempre un vano intento de reiniciar lo que un día quedó  suspendido. Bajo el mismo cielo azul inmaculado, radiante de sol, el verano es una dura prueba para la vuelta. Uno llega con nostalgia, la forma dulce de la tristeza. Tenemos un verano fresco, porque en la noche de San Juan las veletas apuntaban a la heladería del "Valenciano" , me cuentan. Asi que ya estás y eres el  mismo y distinto, y vas y te sometes a la prueba de los espejos. Dios creó los espejos para que nos sintiéramos reales. Te cruzas con un viejo  conocido que amablemente te dice: “Te veo muy bien, cada vez te pareces más a tu padre”. Está claro que no me ve muy bien, me ve tan mal como yo lo veo a él: espejo frente a espejo. Hay identidad en la diferencia. La afirmación del yo te asegura el paso del tiempo. No ha querido decirte qué viejo estás y habla de tu padre no cuando tenía treinta años, sino cuando ya jubilado abueleaba.

      De todas las fórmulas de reconocimiento del paso del tiempo, a mí me gusta más  el ´Quillo, aunque todavía no se te ve el cartón, ya estás pelitordo´ o la despedida a escopetazo ´ ¡Bueno, que si no nos vemos más que sea porque faltes tú!´ o la más cruel aún: “Todavía estás por aquí, yo creía que te habías muerto”. En los pueblos siempre la muerte es más cercana. Decia mi tio Miguel: " Mira, hoy te puede dar  a ti un jamacuco y mañana me puede tocar a mí la  lotería, así es la vida". Son formas desesperadas de ignorar el  ‘no ser’ proyectadas en el espejo de otro, como si la muerte fuera siempre ajena, como si sólo fuéramos un algo que alguien piensa. En esos momentos necesitamos una infusión de Séneca para sonreír y aguantar la inconveniencia.

             Pregunto a mi hermano por los amigos con los que jugaba al fútbol: ¿Y Andrés? Andrés hace tiempo que falta, primer espejo roto; ¿Y Rafael? Rafael ya murió hace tiempo, y se oye la fractura del cristal y se ven los dolorosos añicos por el suelo. La que también  ha muerto ha sido Pilar, y de nuevo se raya el cristal de la memoria… Los espejos cuentan verdades de nuestro progresivo desapego entre cuerpo, alma y espíritu, que queremos ignorar como en los cuentos infantiles. De nada sirve que la madrastra naturaleza rompa el espejo; todo lo contrario, multiplica por mil los efectos del desamparo. Uno llega a cierta edad y vive defendiéndose de sí mismo.

            El espejo, suplantador del agua, nos lleva a meditar sobre la imagen inversa que proyectamos, porque la meditación y el reflejo son los raíles paralelos del extraño tren de la vida. A veces, por no poder aferrar la imagen cautivadora del agua a la que nos asomamos, nos sumergimos y  nos ahogamos en nuestra propia soberbia como el griego Narciso. En la tradición sagrada de los vedas el espejo simbolizaba la sucesión de formas, la duración limitada y siempre cambiante de los seres. No somos más que sucesiones de sombras que, a veces, recordamos a otras sombras y sentimos cierta ilusión de permanencia como la joven de Matsuyama que al mirarse en el espejo creía ver a su madre a la que se parecía. La magia del espejo eternizaba a quien tanto quería.

Sin embargo miramos el mundo una sola vez, en la infancia. El  resto permanece en el espejo de la  memoria. A cada paso la vida te adelanta por la derecha y te hace clic como si tu memoria fuese una cámara fotográfica y te va revelando los miles de negros negativos, los frágiles espejos de obsidiana, los miles de espejos rotos a los que recuerdas como en las viejas y amarillentas fotografías, espejos de un solo momento, y te apena no encontrar respuestas para tantas preguntas. Cuando parece que dominamos las respuestas, los tiempos nos cambian todas las preguntas. La ignorancia dura ya millones de años. No hay quien repare la ignorancia: ni  la religión, un extraño sedante para el dolor de estar vivos, ni la ciencia, lenta y torpe, aunque testarudamente esperanzada. Mientras se va imponiendo lentamente la razón, hay que jugar con el pensamiento mágico de la fe. Para evitar el dolor de estar vivo, algunas sectas heréticas condenaban a quienes tenían hijos por ser un acto esencialmente diabólico. A veces las personas, depósitos de tiempo vaciándose segundo a segundo, nos revolvemos  contra los dioses que se ocupan  de mandar desventuras a los hombres para que tengan algo que contar.

Lewis Carrol, Borges, Poe, Chesterton, Papini, Schwob, Hoffmanm, Lovecraft y otros grandes escritores de la Literatura Universal se sintieron atraídos por el misterio de la muerte y los espejos. Algunos de manera recurrente les dedicaron parte de sus mejores páginas e indagaron “a través del espejo”, como si más allá del reflejo pudiera encontrarse la espalda de la suerte de un hombre que mira de frente.

Borges, que siempre sintió el horror de los espejos, declaró su terror “ante el agua especular que imita el otro azul en su profundo cielo que a veces raya el ilusorio vuelo del ave inversa o que un temblor agita”. Y el escritor argentino insistía en su valor mágico cuando afirmaba que todo acontece y nada se recuerda en esos gabinetes cristalinos donde, como fantásticos rabinos, leemos los libros de derecha a izquierda.

Así de extrañas, sorprendentes, absurdas o surrealistas se tornaron las páginas de maestros como Bioy Casares, Lewis Carrol, Virginia Woolf o Ángela Carter después de mirarse a un espejo o de escribir reflejados en uno de ellos.

     El espejo es quizás el único objeto verdaderamente metafísico, verdaderamente mágico, pues duplica el mundo de manera inderterminada con la máxima exactitud posible. Crea un mundo paralelo como el arte, como nuestra mente, que dispone durante el sueño de un mecanismo liberador, excretor de la realidad. Todas las culturas humanas han sentido la atracción liberadora del espejo. Del espejo surgen religiones, filosofías, leyendas, sentencias morales, teorías mágicas o científicas, todo flotando en la indeterminación.

Pero también lo indeterminado es un valor literario importante, la literatura se mueve entre lo exacto y lo totalmente inexacto, intentando definir lo inexacto con exactitud y revelando la fabulosa inexactitud de todo lo exacto. El “nonsense”, el sinsentido, tiene todo el sentido pleno del mundo exterior, es el captador del misterio mágico de las cosas. Borges, el argentino genial, insiste en el misterio: “¿Por qué persistes, incesante espejo? / ¿Por qué duplicas, misterioso hermano, /el menor movimiento de mi mano?/ ¿Por qué en la sombra el súbito reflejo? / Eres el otro yo de que habla el griego /y acechas desde siempre. En la tersura/del agua incierta o del cristal que dura/me buscas y es inútil estar ciego. / El hecho de no verte y de saberte/ te agrega horror, cosa de magia que osas/multiplicar la cifra de las cosas/ que somos y que abarcan nuestra suerte. / Cuando esté muerto, copiarás a otro/y luego a otro, a otro, a otro, a otro…”

Somos solo un frágil espejo de obsidiana, un débil cristal negro - pues lo marca la muerte - nacido de las entrañas de la tierra, de  los volcanes que crean miles de puertas de entrada al otro mundo, misterioso, extraño. Millones de ignorantes espejos negros de cristal nacidos de la debilidad de la obsidiana copiando a otro y luego a otro, a otro, a otro, a otro... que acaso sólo salva momentáneamente el espíritu de la música que late balsámica cada amanecer.

Arahal,  16 de julio de 2018
Jacinto S. Martín














1 comentario:

  1. Y el escritor argentino insistía en su valor mágico cuando afirmaba que todo acontece y nada se recuerda en esos gabinetes cristalinos donde, como fantásticos rabinos, leemos los libros de derecha a izquierda.

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