LA
VISITA DE VÍCTOR
LA VISITA DE VÍCTOR
Almuñécar, un instante de mayo. Ha venido
a vernos Víctor, con su clara inteligencia y su movimiento perpetuo. Ha llegado
al atardecer cuando aún la última luz del sol alumbraba el barrio blanco de los
marineros. Yo quiero mucho a Víctor y me cubrí con una camisa de alegría al
verlo. Víctor vence tristezas, es un perfume de Dios. Las palmeras de abanico
levantaban sus hojas, violentadas por el viento frío de poniente, que ha
enrollado en sus mástiles las banderas del edificio de enfrente El poniente es
el estornudo del diablo que zangolotea los árboles del paseo marítimo hasta inclinarlos permanentemente hacia el este.
Mi niño venía en brazos de su madre con un
esbozo de puchero al vernos. Luego, rápidamente, nos echó los brazos. Las nubes
de algodón en la cúpula azul que nos envuelve jugaban a imitar animales, peces
y seres monstruosos en un cambiante espectáculo. Se apagaban los verdes campos
de aguacates y chirimoyos, y huían las tórtolas turcas después de cantar por
última vez sobre el flexo gigante de las farolas. Cruzaban algunas palomas. Las
blancas gaviotas- girasoles volantes, perseguidores de la luz- se mecían en el
viento anunciando su llegada con un grito largo. En el cielo alto los vencejos
chillaban, como los niños del colegio de enfrente al salir al
recreo, en un incomprensible y discontinuo eco. Las golondrinas, tan
vivarachas como mi niño, volvían descoyuntadas una y otra vez a los nidos de
los ficus cercanos. Se apresuraban los tordos en un vuelo inquieto y nervioso,
temerosos ante la inminente llegada de la noche. Los cernícalos del pino del
cerro de pizarra cercano también volvían al refugio cálido del nido, ya verde
desvaído, después de abrir en cruz las alas al último soplo de brisa de la
tarde. Yo era feliz con Víctor mientras la vida quedaba a la espera, en el
paréntesis oscuro de la noche, para renacer en vuelo y viento al amanecer
cuando la bomba de hidrógeno del sol se aupara de nuevo sobre los cerros
cercanos.
Amanece con un rojo violento que molesta.
Mi chico trae dos gatillos de un puzle y repite – mi niño siempre repite dos
veces – gatillo, gatillo. Me los enseña con un repetido abu, abu. Luego juega
con una maletita. La maletita de Víctor es de ilusión y cartón. Tiene
cocodrilos verdes y elefantes narigudos y un tigre y una jirafa y una
estrellita de mar y una ballena gigante y un olvidado cangrejo y la ilusión de
llegar cuanto más pronto más lejos. ¡Qué arte para llegar deprisa a ninguna
parte!
Recorremos el paseo marítimo y apreciamos
olas pequeñas, rizadas- ondas blancas en la piel azul del
mar- atravesando en diagonal el gran oleaje que se desploma ruidoso
en la orilla. Vamos al parque subtropical en donde han florecido los acantos
cercanos al ombú, nostálgico de Pampa, anclado en tierra como una poderosa
roca. También está en flor el árbol de las trompetas, que embalsama el aire con
un perfume rosa y blanco. Aún no está abierto el quiosco del parque. Volvemos.
Unos turistas nos preguntan por la playa “budista” del Muerto; nudista, le
corrijo. “Pagdon, nudista quiego decig”. Llevan poca ropa, así que no les
costará mucho desnudarse y quedarse en tatuajes tal como su madre no los trajo
al mundo. Descansamos un rato en el bar-churrería del paseo. Tomamos
café, refrescos y churros. Un churro con coca-cola es raro, pero no
está del todo mal, está tuani.
Comemos en casa arroz del puchero. Hemos
quedado en visitar esta tarde el parque ornitológico. Loro-Sexi no es lo que
pudiera parecer: no hay cotorras en tanga. Para eso hay que esperar a la noche
de San Juan. Sexi hace referencia a la sexta colonia romana, Almuñécar.
Cotorras, loros, cacatúas, pavos reales y guacamayos chillan, silban y se
quejan con alaridos de película de Hitchcock. Mi niño es feliz y chilla al
mismo tiempo que los pájaros en una imitación perfecta, alegre y risueña. ¡El
tío está contento! Subimos y bajamos una pequeña ladera en el recorrido.
Desistimos de ir a ver los cactus que pinchan el azul raído del cielo de mayo
bajo un sol de justicia. Nos acercamos a las jaulas de los perrillos de las
praderas y a las de los lémures que sacan sus manecillas pidiendo comida. En un
pequeño lago – junto a los patos y a los gansos - las tortugas dan tiempo al
tiempo y lo enlentecen nadando. Mi niño abre los ojos con la alegría de
descubrir un mundo nuevo haciéndose para él. Al salir entre silbidos, chillidos
y cantos de los pájaros, a Víctor lo acomodan en la sillita y comienza a imitar
perfectamente la sirena de las ambulancias. La tarde sonríe.
Al día siguiente me apena que se tengan
que ir, pero la vida impone reglas de ausencia. No sé si condición de vida o
condición debida. En ambos casos, lamentable. Al subir al coche se acomoda en
su sillita al lado de su madre y de espaldas a su padre que conduce.
Como Víctor es sabio, una vez sentado saluda con un aire de nobleza ejemplar
cerrando y abriendo sus manitas para decir adiós. De pronto se ha entristecido
la tarde…La vida ha quedado a la espera. Llévate, Víctor, contigo mi oración de
la mañana con la que yo te bendigo cada día al despertar y guarda en tu
maletita, repleta de fantasía, mi repetida pregunta llena por ti de cariño: ¿Y
mi niño? ¿Qué estará haciendo mi niño?
Almuñécar, 26 de mayo de 2018.
Jacinto S. Martín
Yo quiero mucho a Víctor. Siempre lo llevo detrás de la memoria.
ResponderEliminarEl viento de poniente zangolotea los árboles del paseo marítimo y acaba inclinándolos inclina hacia el este.
ResponderEliminarEl viento de poniente zangolotea los árboles del paseo marítimo y acaba con el tiempo inclinándolos permanentemente hacia el este.
ResponderEliminarDe pronto se ha entristecido la tarde…La vida ha quedado a la espera. Llévate, Víctor, contigo mi oración de la mañana con la que yo te bendigo cada día al despertar y guarda en tu maletita, repleta de fantasía, mi repetida pregunta llena por ti de cariño: ¿Y mi niño? ¿Qué estará haciendo mi niño?
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