sábado, 7 de julio de 2018

La visita de Víctor


LA VISITA DE VÍCTOR




LA VISITA DE VÍCTOR

Almuñécar, un instante de mayo. Ha venido a vernos Víctor, con su clara inteligencia y su movimiento perpetuo. Ha llegado al atardecer cuando aún la última luz del sol alumbraba el barrio blanco de los marineros. Yo quiero mucho a Víctor y me cubrí con una camisa de alegría al verlo. Víctor vence tristezas, es un perfume de Dios. Las palmeras de abanico levantaban sus hojas, violentadas por el viento frío de poniente, que ha enrollado en sus mástiles las banderas del edificio de enfrente El poniente es el estornudo del diablo que zangolotea los árboles del paseo marítimo hasta inclinarlos permanentemente hacia el este.

Mi niño venía en brazos de su madre con un esbozo de puchero al vernos. Luego, rápidamente, nos echó los brazos. Las nubes de algodón en la cúpula azul que nos envuelve jugaban a imitar animales, peces y seres monstruosos en un cambiante espectáculo. Se apagaban los verdes campos de aguacates y chirimoyos, y huían las tórtolas turcas después de cantar por última vez sobre el flexo gigante de las farolas. Cruzaban algunas palomas. Las blancas gaviotas- girasoles volantes, perseguidores de la luz- se mecían en el viento anunciando su llegada con un grito largo. En el cielo alto los vencejos chillaban, como los niños del colegio de enfrente al salir al recreo,  en un incomprensible y discontinuo eco. Las golondrinas, tan vivarachas como mi niño, volvían descoyuntadas una y otra vez a los nidos de los ficus cercanos. Se apresuraban los tordos en un vuelo inquieto y nervioso, temerosos ante la inminente llegada de la noche. Los cernícalos del pino del cerro de pizarra cercano también volvían al refugio cálido del nido, ya verde desvaído, después de abrir en cruz las alas al último soplo de brisa de la tarde. Yo era feliz con Víctor mientras la vida quedaba a la espera, en el paréntesis oscuro de la noche, para renacer en vuelo y viento al amanecer cuando la bomba de hidrógeno del sol se aupara de nuevo sobre los cerros cercanos.

Amanece con un rojo violento que molesta. Mi chico trae dos gatillos de un puzle y repite – mi niño siempre repite dos veces – gatillo, gatillo. Me los enseña con un repetido abu, abu. Luego juega con una maletita. La maletita de Víctor es de ilusión y cartón. Tiene cocodrilos verdes y elefantes narigudos y un tigre y una jirafa y una estrellita de mar y una ballena gigante y un olvidado cangrejo y la ilusión de llegar cuanto más pronto más lejos. ¡Qué arte para llegar deprisa a ninguna parte!

Recorremos el paseo marítimo y apreciamos olas pequeñas, rizadas- ondas blancas en la piel azul del mar-  atravesando en diagonal el gran oleaje que se desploma ruidoso en la orilla. Vamos al parque subtropical en donde han florecido los acantos cercanos al ombú, nostálgico de Pampa, anclado en tierra como una poderosa roca. También está en flor el árbol de las trompetas, que embalsama el aire con un perfume rosa y blanco. Aún no está abierto el quiosco del parque. Volvemos. Unos turistas nos preguntan por la playa “budista” del Muerto; nudista, le corrijo. “Pagdon, nudista quiego decig”. Llevan poca ropa, así que no les costará mucho desnudarse y quedarse en tatuajes tal como su madre no los trajo al mundo. Descansamos un rato en el bar-churrería del paseo. Tomamos café,  refrescos y churros. Un churro con coca-cola es raro, pero no está del todo mal, está tuani.

Comemos en casa arroz del puchero. Hemos quedado en visitar esta tarde el parque ornitológico. Loro-Sexi no es lo que pudiera parecer: no hay cotorras en tanga. Para eso hay que esperar a la noche de San Juan. Sexi hace referencia a la sexta colonia romana, Almuñécar. Cotorras, loros, cacatúas, pavos reales y guacamayos chillan, silban y se quejan con alaridos de película de Hitchcock. Mi niño es feliz y chilla al mismo tiempo que los pájaros en una imitación perfecta, alegre y risueña. ¡El tío está contento! Subimos y bajamos una pequeña ladera en el recorrido. Desistimos de ir a ver los cactus que pinchan el azul raído del cielo de mayo bajo un sol de justicia. Nos acercamos a las jaulas de los perrillos de las praderas y a las de los lémures que sacan sus manecillas pidiendo comida. En un pequeño lago – junto a los patos y a los gansos - las tortugas dan tiempo al tiempo y lo enlentecen nadando. Mi niño abre los ojos con la alegría de descubrir un mundo nuevo haciéndose para él. Al salir entre silbidos, chillidos y cantos de los pájaros, a Víctor lo acomodan en la sillita y comienza a imitar perfectamente la sirena de las ambulancias. La tarde sonríe.

Al día siguiente me apena que se tengan que ir, pero la vida impone reglas de ausencia. No sé si condición de vida o condición debida. En ambos casos, lamentable. Al subir al coche se acomoda en su sillita al lado de su madre y  de espaldas a su padre que conduce. Como Víctor es sabio, una vez sentado saluda con un aire de nobleza ejemplar cerrando y abriendo sus manitas para decir adiós. De pronto se ha entristecido la tarde…La vida ha quedado a la espera. Llévate, Víctor, contigo mi oración de la mañana con la que yo te bendigo cada día al despertar y guarda en tu maletita, repleta de fantasía, mi repetida pregunta llena por ti de cariño: ¿Y mi niño? ¿Qué estará haciendo mi niño?










 Almuñécar, 26 de mayo de 2018.

Jacinto S. Martín


4 comentarios:

  1. Yo quiero mucho a Víctor. Siempre lo llevo detrás de la memoria.

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  2. El viento de poniente zangolotea los árboles del paseo marítimo y acaba inclinándolos inclina hacia el este.

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  3. El viento de poniente zangolotea los árboles del paseo marítimo y acaba con el tiempo inclinándolos permanentemente hacia el este.

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  4. De pronto se ha entristecido la tarde…La vida ha quedado a la espera. Llévate, Víctor, contigo mi oración de la mañana con la que yo te bendigo cada día al despertar y guarda en tu maletita, repleta de fantasía, mi repetida pregunta llena por ti de cariño: ¿Y mi niño? ¿Qué estará haciendo mi niño?

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