LA CONSULTA
A mi hermana Amparo y a mi sobrino Ignacio.
Cuando Elpidio Ariza llegó a la consulta del internista, vio que la Sala de Espera era amplia, ventilada, solitaria. Esperó unos minutos hasta que una voz desde el interior de un despacho ordenó:
- El siguiente.
Entonces Elpidio, con la inseguridad de sentirse por debajo del dueño de la voz mandona, pidió permiso para entrar al despacho.
¿Se puede?
- Pase, pase.
-
A
ver, ¿ qué le pasa a usted?
-
Mire,
usted, don Antonio, es que tengo rojeces en las piernas y no se me quitan, y además tengo toneladas de pereza, una infinita pereza. He
ido al dermatólogo y me ha dicho que no es asunto de Dermatología.
- A ver, bájese el calcetín de la pierna izquierda. ¡Más ligeros los he visto yo!
- Ahora, bájese el de la pierna derecha. ¡Más ligeros los he visto yo! ¡Qué pachorra, Dios mío!
-
¿Qué
cree, usted, don Antonio que puede ser lo mío?
- Lo suyo es vejez combinada con anhedonia y la consiguiente oblomovitis, afirmó con toda seguridad.
¿Pero "vejez de la frontera"?
Elpidio, ¿usted está sordo como una tapia o se lo hace?
Es la segunda vez que me lo dicen…
- Si
un hombre te dice que eres un camello, no le hagas caso. Si te lo dicen dos,
mírate en un espejo.
-
Por
cierto, ¿se ha vacunado, usted?
-
No,
tengo miedo a que se me formen trombos y
entregue la cuchara antes de tiempo, dijo Elpidio Ariza del Olmo.
-
Se
le pueden formar trombos o no, dijo enfáticamente el doctor.
- Las vacunas que se están poniendo, Elpidio, son seguras, estables y eficaces, están fabricadas con ARN mensajero que entra en las células y contiene la información genética necesaria para la síntesis de antígenos, y ya nuestro sistema inmune reacciona produciendo los anticuerpos correspondientes y quedamos así protegidos del virus, afirmó don Antonio Mata con toda seguridad. Es la misma opinión que sostiene el gobierno de la nación y usted debe saber, Elpidio, que el gobierno y nuestros políticos son personas informadas y nunca mienten... ¿Se ha enterado usted de lo que le acabo de explicar?
- Me
he enterado de todo, don Antonio, pero el miedo y yo somos libres, don Antonio.
Este con el don y la bata blanca me está ganando la partida, pensé…
- Usted,
¿por quién me ha tomado? No permito que el camello se suba encima del beduino, ¿enterado?
-
Por
un gran “linternista”, dije algo confuso.
-
¡Sí,
linternista para alumbrar su ignorancia,
animal de bellota! - le oí decir sotto voce.
-
Perdone,
usted, don Antonio, ¿pero me va a mandar
algo para lo mío?
-
Vaya
usted a que le hagan pruebas de todo: audiometrías, ecografías, electrocardiogramas, análisis de sangre, análisis
de orina, tacto rectal, radiografías, análisis y ubicación de otolitos, revisión
del cóndilo, embarazo… lo que haga falta.
-
Mire,
usted, doctor, yo lo que tengo es la tensión muy alta. Usted me dirá qué tengo
que hacer.
- Mira, Elpidio, se toma usted la tensión tres veces todas las tardes, dejando entre toma y toma 15 minutos. Después de la tercera, se queda con la más baja. ¿Está claro?
¿Y? - Pues eso.
-
Don
Antonio, el embarazo va a ser difícil.
-
Nunca
se sabe, están los tiempos muy raros, dijo el fantasma de blanco.
- Elpidio,
vivimos pendientes de un hilo y hay que asegurarse de todo y de todos,
empezando por mí.
- Claro,
ahora yo puedo salir, caerme por las escaleras y partirme las dos piernas a la
altura de las corvas.
-
Me
miró por encimas de las gafas y me dijo:
- O yo.
Me costó hacerme las pruebas, porque tardé en encontrar el sanatorio. Era Navidad, un tiempo de consumo y de aparente alegría. Cuando llegué a la zona de Cardiología, vi que los pasillos estaban adornados con cadenetas y sonaba a toda pastilla "El corazón partío" de Alejandro Sanz. Me vio un cardiólogo cordial y me dijo que todo iba bien.
Luego, me perdí por los pasillos del hospital para hacerme el resto de las pruebas. Se lo dije al médico de guardia y va el tío y me dice que lo mío es asomatognosia, desconocimiento de dónde se encuentra mi propio cuerpo.
Después de una semana de pruebas médicas, me pasaron a la segunda planta y quedé internado con el número 222. Ya no recuerdo nada más. Desperté al cabo de seis días, me dijeron, y comprobé que tenía una herida en el vientre grapada a modo de cremallera de pantalón vaquero. A la media hora una enfermera amable, sonriente y con la mirada perdida, me trajo a Elpidín.
¡Ha tenido suerte!- dijo la joven- ¡Es más bueno!...
Granada, 9 de enero del año 2022
Jacinto S. Martín
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