miércoles, 12 de enero de 2022

El Sendero del Sabio - Las señas del rey

 



Las señas del rey es el primer libro de una imaginativa, bien estructurada y mágica saga épica titulada El sendero del sabio. Su misión es la de consignar la grandeza de la realidad ideal de las grandes epopeyas, una realidad que permanecerá siempre en el lector universal.

Menéndez y Pelayo define la epopeya en los siguientes términos: «La epopeya es una vastísima creación narrativa de una época heroica que relata de una manera ideal una acción humana interesante para todo un pueblo, en la que todas las fuerzas vivas de este pueblo parecen empeñadas».

 Aunque Ortega y Gasset dijo exactamente que el tema de la épica es el pasado, sin embargo y a pesar de que el tiempo interno de la novela está referido a la Edad Media, en esta obra el futuro se palpa en las alusiones a elementos actuales y al posterior porvenir científico que se espera del siglo XXI, tiempo externo de la obra, como traslaciones a través de puertas mágicas y agujeros negros: «En el centro del habitáculo había un círculo de color negro de bordes temblorosos que devoraba cada mueble de la estancia haciéndolo desaparecer… De repente aquel círculo de materia negra comenzó a engullir la torre…».

La mirada del escritor que ha penetrado en el pasado y que ha anticipado el futuro desde el mundo de la magia aparece bajo el aspecto de eternidad. Tenemos que contar con la posibilidad de que la distancia a que se narra y observa sea tan grande y se aproxime tanto al punto de vista “sub specie aeternitatis”, que la extensión temporal de la acción se haga casi insignificante y como un accidente externo…

La visión bajo el aspecto de eternidad parece ser una característica de la epopeya. (Micó Buchón, 1964, pp 493-494) Esta superación del tiempo hará que el lector encuentre en este libro una lectura imprescindible siempre y una relectura que le apasionará en cualquier momento, demorándose en los múltiples episodios y en los retratos perfectos de los personajes de la narración.

 En Las señas del rey›, primer libro de la saga, el lector no tendrá prisa, se recreará en cada detalle, en cada término militar, en cada elemento mágico, en cada juego adivinatorio, en cada uno de los personajes…

Schiller escribía en una carta a Goethe: «La meta del escritor épico reside ya en cada punto de su movimiento; por eso no nos precipitamos impacientes hacia un fin, sino que “nos demoramos con amor en cada paso”». La primera ley de la novela es, pues, la de demorarse con amor en cada paso. Solo entonces el lector paladea cada uno de los 38 capítulos de esta fantástica narración, de los fragmentos de los mismos, de las palabras que reproducen la realidad en la magnífica obra de Jacinto Martín.

 Afirmaba Julio Cortázar que tanto en el cuento como en la novela hay una inteligente partida de ajedrez entre el escritor y el lector, de manera que en el relato corto el escritor, en el imaginario ring de la literatura, debe derrotar al lector por KO, mientras que en la novela debe agotarlo en la inteligencia de la comprensión hasta vencerlo lentamente, muy lentamente, a los puntos. En esta primera ley de la épica, la lentitud que permite demorarse en cada paso, lleva a un notable ensanchamiento en la unidad, de manera que los fragmentos de la obra cobran categoría propia y cierta independencia.

La independencia de sus partes, escribía Schiller en la antedicha carta a Goethe, constituye la segunda ley de la épica. Este ensanchamiento permite añadir a la acción principal, la guerra contra Oligârquya, todo un amplio mundo de personajes, lugares, tiempos —a veces bajo la forma de flashback— y episodios, aunque todo debe estar en función del primer plano.

 La tercera ley de la integración de contenidos posibilita la inclusión de otras acciones independientes siempre bajo la subordinación a la acción principal. Esta integración-subordinación debe adquirir, según prevalezca la atención a los personajes, a los hechos o a la situación, una de estas tres estructuras:

1. Estructura de personaje como ocurre con Lázaro de Tormes en La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades.

2. Estructura de acontecimiento tal y como sucede en Guerra y paz, de Lev Tolstói.

 3. Estructura de espacio, utilizada por Dante en la Divina comedia.

En Las señas del rey, la primera novela que integra la saga épica titulada El sendero del sabio, aunque aparece la estructura de espacio, predominan las otras dos, la de acontecimiento y la de personaje.

En la narración, los espacios que se describen van desde Hyakinthia, y las islas de Viris y Virilia, hasta Comithia-Taros, pasando por el desierto Blanco, Helos, Mira, Thocros, Cirtea y Zargos, donde se encuentra la gran ciudad de Oligârquya, centro del poder político, dirigida por siete sabios que todo lo limitan, regulan y metodizan por medio de leyes.

El narrador nos describe Oligârquya, la antigua Ónice, en el capítulo primero: … El río Ziros atravesaba la Gran Ciudad dividiéndola en dos enormes centros que a su vez se estructuraban en 14 distritos y cuadras. Ambos estaban rodeados por murallas de granito blanco traído del condado de Cirtea. El puente que unía la ciudad tenía dos niveles transitables, los embarcaderos de ambas orillas tenían acceso al nivel inferior del puente. El paso al centro político, en el que residían los siete sabios y donde también se encontraba la estructura militar de Oligârquya, estaba restringido.

Oligârquya es la civilización frente al modo de vida ideal integrado en la naturaleza que representa Comithia-Taros, patria del gurú Yaka, héroe homérico, a la que el narrador describe así: Comithia-Taros era un reino singular, alejado de la lucha por la riqueza y el poder. La forma de vida de los poblados nada tenía que ver con la Gran Ciudad o con Hyakinthia. El respeto a la naturaleza era uno de sus pilares esenciales… Las casas y chozas de sus ciudades estaban hechas de paja y madera, casi formando parte de los bosques en los que se ubicaban. Era frecuente ver crecer la vegetación autóctona sobre los tejados de las edificaciones. El paisaje era extraordinario. Sostiene Hegel en su Poética: … Así, los héroes homéricos preparan su propia comida, sus armas y su lecho; y estas descripciones producen maravilloso efecto porque se ve en ellos la alegría y la novedad de la invención, y el placer del trabajo fácil y liberal. Tales objetos ya no parecen inanimados, sino creaciones propias y directas de la personalidad humana. (Micó Buchón, 1964, pp 496-497).

Los personajes sobresalientes de esta gran epopeya son, ignoramos si pretendidamente o no, tres mujeres, plateadas de luna, que luchan por su independencia y por su libertad: Rulka, la maga luchadora; Cléode, la amazona enamorada; y Calepsia, la poderosa emperatriz.

 Al igual que Galdós, que solía utilizar el nombre del personaje como un atributo que lo caracteriza, Calepsia hace honor a su nombre la bella malvada, pues concentra en sí toda la maldad sin mezcla de bien alguno. Ha nacido del rencor y de la venganza, es cruel, sanguinaria, fría, ambiciosa, pisotea la ley y la justicia desde la inmoralidad, no está sujeta a ningún tipo de norma que no sea la de su ambición de poder. Es en cierto sentido un personaje puro, pues solo sabe hacer el mal.

No debemos olvidar al protagonista Mynthos de Oligârquya, defensor del orden y de la ley frente a la tiranía y a la sangrienta dictadura impuesta por los antagonistas Dragan y Calepsia. Además de los protagonistas principales aparecen también los personajes colectivos de los ejércitos en lucha: los indómitos, los ofidas, los hyakinthios y los comithianos.

 En la espléndida narración, también son personajes principales cuatro de los siete sabios: Ganthos, Ramel, Zírgaris y Azael. En cambio, Xilos, Turel y Abaddón desempeñan un papel secundario. Atendiendo a su caracterización, son personajes secundarios el general Gálago, fiel servidor de Calepsia, y Arquinthos, primo de Mynthos e inseparable ayudante. Calepsia y Gálago, al igual que Mynthos y Arquinthos, responden al tópico literario de personaje y ayudante fiel, tal y como aparecen en don Quijote y Sancho, en Sherlock Holmes y Watson, en Phileas Fogg y Passepartout, en Batman y Robin, en el Zorro y Bernardo… 

Jacinto Martín, sin embargo, en su obra y siguiendo los pasos del escritor Víctor Mora que amplía la nómina de ayudantes del capitán Trueno a dos, Goliath y Crispín, lo hace con Calepsia y Gálago, mandos incuestionables de los ofidas, asociados a Dragan, rey de los hyakinthios; mientras que Mynthos y Arquinthos se unen al gurú Yaka, el personaje masculino más emblemático y mejor caracterizado de la novela.  Son inmutables, pues así los exige el relato épico, los viejos ideales de justicia y defensa de los oprimidos y la presencia ideal de la dama, la amazona Cléode, luchadora, libre y enamorada de Mynthos, el héroe.

 También pueden caracterizarse como personajes secundarios Rulka, Kare y Cilon que, aunque integrados en la acción principal, podrían constituir, según la segunda regla de la Épica, capítulos con característica propia y cierta independencia. Personajes fugaces (o comparsas) serían los padres del héroe, Arthos y Thyra, y su hermana Nara. Así también debe considerarse el personaje llamado Luna, de breve presencia en la novela, retratada directamente desde el punto de vista físico.

Las señas del rey no es, sin embargo, una novela de caracteres pura, escasa en la literatura universal como podría ser considerada La feria de las vanidades, de William M. Thackeray, según afirma Edward Muir en su obra La estructura de la novela.

Este primer libro de la saga presenta una estructura singular: narra y describe tal y como obliga el género narrativo, pero, sobre todo, presenta la acción de forma dialogada. En este sentido, y sin responder a las novelas propias del siglo XIX, Jacinto Martín crea una obra en la que predomina el diálogo, con el que el autor marca la acción y caracteriza a los personajes con una inteligente técnica de retrato indirecto en la que prevalece la etopeya sobre la prosopografía. La importancia del diálogo es tanta, que podría ser perfectamente dramatizada y constituir una serie televisiva o una novela gráfica, pues el guion de un solo autor contiene una historia única donde se fusionarían el dibujo y la narrativa. El autor se inclina por describir las cualidades morales de los personajes (etopeyas) y resuelve con menos medios narrativos, generalmente con enumeraciones azorinianas, los rasgos físicos de los mismos (prosopografías).

 Así describe el autor a Calepsia, en un pasaje de la obra, desde el punto de vista moral:  En la lejanía, a un par de dunas de donde se encontraban, una pequeña caravana de mercaderes había hecho un alto en el camino acampando junto a un pequeño oasis. Apenas cincuenta personas formaban el grupo. Gálago miró a Calepsia esperando un gesto de aprobación.

     ¡Que no queden testigos! —ordenó la emperatriz.

La aparición en escena de Cléode viene acompañada de su descripción física: «Cuando Mynthos se giró, vio a una guerrera amazona de ojos verdes, trenza morena y piel tostada que se había separado de su grupo».

 A Yaka, uno de los grandes personajes de la novela, el autor lo retrata de este modo: «Un pequeño hombre, con larga barba y aspecto de anciano, vestido con toga oscura y que portaba un báculo, los observaba con mirada profunda y gesto amable».

En esta novela, por estar preferentemente cimentada en el diálogo, se presta a la prosa la agilidad, soltura y rapidez que se puede apreciar en las novelas de Baroja y en la excelente obra El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger. El ritmo rápido en la prosa lo agradece el lector, que se contagia de la acción dinámica que la lectura exige.

Sin embargo, las dificultades propias del texto dialogado se aprecian cuando sintácticamente se utiliza el estilo directo antepuesto que exige el uso de múltiples verbos de lengua: decir, afirmar, exclamar, reflexionar, replicar, preguntar, responder, sugerir, opinar, proponer, sostener…, para conseguir así la variatio imprescindible que agilice y evite continuas repeticiones:

 —¡Nada! ¡Después de revisar cada palmo del fortín no hemos encontrado nada! —exclamó Ganthos.

—¿Qué ejército puede ser tan poderoso para conquistar la Atalaya del Cóndor, y tan arrogante para despreciar tal botín? — reflexionó Ramel en voz alta.

 —Han saqueado víveres y armas —dijo Ganthos mientras miraba a través de la ventana.

 —Debieron hacerles salir —afirmó Ramel. —Ningún condestable estaría tan loco para dar la orden de abandonar la Atalaya a todo su ejército. No ha habido tiempo desde la última valija para que se haya producido un asedio que dejara sin víveres al fortín —replicó Ganthos.

No se había escrito una obra de estas características, tan llena de aventuras en diferentes espacios, tan dinámica en su acción, tan rica en los retratos de los personajes, desde que en 1956 el guionista Víctor Mora Pujadas y el dibujante Miguel Ambrosio Zaragoza (Ambrós) publicaron El Capitán Trueno, la serie más exitosa de la historia del cómic español durante el siglo XX. Estas reflexiones sobre una novela épica magnífica  de mi hijo Jacinto Martín Ruiz nos recuerdan las grandes epopeyas de todos los tiempos que hacen que esta narración ejemplar y novedosa sea, sin duda, una obra muy atractiva para cualquier lector. 




J. S. MARTÍN

De la Academia de Buenas Letras  de Granada

Granada, 12 de enero del año 2022

 

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