Las señas del rey es el primer
libro de una imaginativa, bien estructurada y mágica saga épica titulada El
sendero del sabio. Su misión es la de consignar la grandeza de la realidad
ideal de las grandes epopeyas, una realidad que permanecerá siempre en el lector
universal.
Menéndez y Pelayo define la
epopeya en los siguientes términos: «La epopeya es una vastísima creación
narrativa de una época heroica que relata de una manera ideal una acción humana
interesante para todo un pueblo, en la que todas las fuerzas vivas de este
pueblo parecen empeñadas».
Aunque Ortega y Gasset dijo exactamente que el
tema de la épica es el pasado, sin embargo y a pesar de que el tiempo interno
de la novela está referido a la Edad Media, en esta obra el futuro se palpa en
las alusiones a elementos actuales y al posterior porvenir científico que se
espera del siglo XXI, tiempo externo de la obra, como traslaciones a través de
puertas mágicas y agujeros negros: «En el centro del habitáculo había un
círculo de color negro de bordes temblorosos que devoraba cada mueble de la
estancia haciéndolo desaparecer… De repente aquel círculo de materia negra
comenzó a engullir la torre…».
La mirada del escritor que ha
penetrado en el pasado y que ha anticipado el futuro desde el mundo de la magia
aparece bajo el aspecto de eternidad. Tenemos que contar con la posibilidad de
que la distancia a que se narra y observa sea tan grande y se aproxime tanto al
punto de vista “sub specie aeternitatis”, que la extensión temporal de la
acción se haga casi insignificante y como un accidente externo…
La visión bajo el aspecto de
eternidad parece ser una característica de la epopeya. (Micó Buchón, 1964, pp
493-494) Esta superación del tiempo hará que el lector encuentre en este libro
una lectura imprescindible siempre y una relectura que le apasionará en
cualquier momento, demorándose en los múltiples episodios y en los retratos
perfectos de los personajes de la narración.
En Las señas del rey›, primer libro de la
saga, el lector no tendrá prisa, se recreará en cada detalle, en cada término
militar, en cada elemento mágico, en cada juego adivinatorio, en cada uno de
los personajes…
Schiller escribía en una carta a
Goethe: «La meta del escritor épico reside ya en cada punto de su movimiento;
por eso no nos precipitamos impacientes hacia un fin, sino que “nos demoramos
con amor en cada paso”». La primera ley de la novela es, pues, la de demorarse
con amor en cada paso. Solo entonces el lector paladea cada uno de los 38
capítulos de esta fantástica narración, de los fragmentos de los mismos, de las
palabras que reproducen la realidad en la magnífica obra de Jacinto Martín.
Afirmaba Julio Cortázar que tanto en el cuento
como en la novela hay una inteligente partida de ajedrez entre el escritor y el
lector, de manera que en el relato corto el escritor, en el imaginario ring de
la literatura, debe derrotar al lector por KO, mientras que en la novela debe
agotarlo en la inteligencia de la comprensión hasta vencerlo lentamente, muy
lentamente, a los puntos. En esta primera ley de la épica, la lentitud que
permite demorarse en cada paso, lleva a un notable ensanchamiento en la unidad,
de manera que los fragmentos de la obra cobran categoría propia y cierta
independencia.
La independencia de sus partes,
escribía Schiller en la antedicha carta a Goethe, constituye la segunda ley de
la épica. Este ensanchamiento permite añadir a la acción principal, la guerra
contra Oligârquya, todo un amplio mundo de personajes, lugares, tiempos —a
veces bajo la forma de flashback— y episodios, aunque todo debe estar en
función del primer plano.
La tercera ley de la integración de contenidos
posibilita la inclusión de otras acciones independientes siempre bajo la
subordinación a la acción principal. Esta integración-subordinación debe adquirir,
según prevalezca la atención a los personajes, a los hechos o a la situación,
una de estas tres estructuras:
1. Estructura de personaje como
ocurre con Lázaro de Tormes en La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas
y adversidades.
2. Estructura de acontecimiento
tal y como sucede en Guerra y paz, de Lev Tolstói.
3. Estructura de espacio, utilizada por Dante
en la Divina comedia.
En Las señas del rey, la primera
novela que integra la saga épica titulada El sendero del sabio, aunque aparece
la estructura de espacio, predominan las otras dos, la de acontecimiento y la
de personaje.
En la narración, los espacios que
se describen van desde Hyakinthia, y las islas de Viris y Virilia, hasta
Comithia-Taros, pasando por el desierto Blanco, Helos, Mira, Thocros, Cirtea y
Zargos, donde se encuentra la gran ciudad de Oligârquya, centro del poder
político, dirigida por siete sabios que todo lo limitan, regulan y metodizan
por medio de leyes.
El narrador nos describe
Oligârquya, la antigua Ónice, en el capítulo primero: … El río Ziros atravesaba
la Gran Ciudad dividiéndola en dos enormes centros que a su vez se
estructuraban en 14 distritos y cuadras. Ambos estaban rodeados por murallas de
granito blanco traído del condado de Cirtea. El puente que unía la ciudad tenía
dos niveles transitables, los embarcaderos de ambas orillas tenían acceso al
nivel inferior del puente. El paso al centro político, en el que residían los
siete sabios y donde también se encontraba la estructura militar de Oligârquya,
estaba restringido.
Oligârquya es la civilización
frente al modo de vida ideal integrado en la naturaleza que representa
Comithia-Taros, patria del gurú Yaka, héroe homérico, a la que el narrador
describe así: Comithia-Taros era un reino singular, alejado de la lucha por la
riqueza y el poder. La forma de vida de los poblados nada tenía que ver con la
Gran Ciudad o con Hyakinthia. El respeto a la naturaleza era uno de sus pilares
esenciales… Las casas y chozas de sus ciudades estaban hechas de paja y madera,
casi formando parte de los bosques en los que se ubicaban. Era frecuente ver
crecer la vegetación autóctona sobre los tejados de las edificaciones. El
paisaje era extraordinario. Sostiene Hegel en su Poética: … Así, los héroes
homéricos preparan su propia comida, sus armas y su lecho; y estas
descripciones producen maravilloso efecto porque se ve en ellos la alegría y la
novedad de la invención, y el placer del trabajo fácil y liberal. Tales objetos
ya no parecen inanimados, sino creaciones propias y directas de la personalidad
humana. (Micó Buchón, 1964, pp 496-497).
Los personajes sobresalientes de
esta gran epopeya son, ignoramos si pretendidamente o no, tres mujeres,
plateadas de luna, que luchan por su independencia y por su libertad: Rulka, la
maga luchadora; Cléode, la amazona enamorada; y Calepsia, la poderosa
emperatriz.
Al igual que Galdós, que solía utilizar el
nombre del personaje como un atributo que lo caracteriza, Calepsia hace honor a
su nombre la bella malvada, pues concentra en sí toda la maldad sin mezcla de
bien alguno. Ha nacido del rencor y de la venganza, es cruel, sanguinaria,
fría, ambiciosa, pisotea la ley y la justicia desde la inmoralidad, no está
sujeta a ningún tipo de norma que no sea la de su ambición de poder. Es en
cierto sentido un personaje puro, pues solo sabe hacer el mal.
No debemos olvidar al
protagonista Mynthos de Oligârquya, defensor del orden y de la ley frente a la
tiranía y a la sangrienta dictadura impuesta por los antagonistas Dragan y
Calepsia. Además de los protagonistas principales aparecen también los
personajes colectivos de los ejércitos en lucha: los indómitos, los ofidas, los
hyakinthios y los comithianos.
En la espléndida narración, también son
personajes principales cuatro de los siete sabios: Ganthos, Ramel, Zírgaris y
Azael. En cambio, Xilos, Turel y Abaddón desempeñan un papel secundario.
Atendiendo a su caracterización, son personajes secundarios el general Gálago,
fiel servidor de Calepsia, y Arquinthos, primo de Mynthos e inseparable
ayudante. Calepsia y Gálago, al igual que Mynthos y Arquinthos, responden al
tópico literario de personaje y ayudante fiel, tal y como aparecen en don
Quijote y Sancho, en Sherlock Holmes y Watson, en Phileas Fogg y Passepartout,
en Batman y Robin, en el Zorro y Bernardo…
Jacinto Martín, sin embargo, en
su obra y siguiendo los pasos del escritor Víctor Mora que amplía la nómina de
ayudantes del capitán Trueno a dos, Goliath y Crispín, lo hace con Calepsia y
Gálago, mandos incuestionables de los ofidas, asociados a Dragan, rey de los
hyakinthios; mientras que Mynthos y Arquinthos se unen al gurú Yaka, el
personaje masculino más emblemático y mejor caracterizado de la novela. Son inmutables, pues así los exige el relato
épico, los viejos ideales de justicia y defensa de los oprimidos y la presencia
ideal de la dama, la amazona Cléode, luchadora, libre y enamorada de Mynthos,
el héroe.
También pueden caracterizarse como personajes
secundarios Rulka, Kare y Cilon que, aunque integrados en la acción principal,
podrían constituir, según la segunda regla de la Épica, capítulos con
característica propia y cierta independencia. Personajes fugaces (o comparsas)
serían los padres del héroe, Arthos y Thyra, y su hermana Nara. Así también
debe considerarse el personaje llamado Luna, de breve presencia en la novela,
retratada directamente desde el punto de vista físico.
Las señas del rey no es, sin
embargo, una novela de caracteres pura, escasa en la literatura universal como
podría ser considerada La feria de las vanidades, de William M. Thackeray,
según afirma Edward Muir en su obra La estructura de la novela.
Este primer libro de la saga
presenta una estructura singular: narra y describe tal y como obliga el género
narrativo, pero, sobre todo, presenta la acción de forma dialogada. En este
sentido, y sin responder a las novelas propias del siglo XIX, Jacinto Martín
crea una obra en la que predomina el diálogo, con el que el autor marca la
acción y caracteriza a los personajes con una inteligente técnica de retrato
indirecto en la que prevalece la etopeya sobre la prosopografía. La importancia
del diálogo es tanta, que podría ser perfectamente dramatizada y constituir una
serie televisiva o una novela gráfica, pues el guion de un solo autor contiene
una historia única donde se fusionarían el dibujo y la narrativa. El autor se
inclina por describir las cualidades morales de los personajes (etopeyas) y
resuelve con menos medios narrativos, generalmente con enumeraciones
azorinianas, los rasgos físicos de los mismos (prosopografías).
Así describe el autor a Calepsia, en un pasaje
de la obra, desde el punto de vista moral:
En la lejanía, a un par de dunas de donde se encontraban, una pequeña
caravana de mercaderes había hecho un alto en el camino acampando junto a un
pequeño oasis. Apenas cincuenta personas formaban el grupo. Gálago miró a
Calepsia esperando un gesto de aprobación.
— ¡Que
no queden testigos! —ordenó la emperatriz.
La aparición en escena de Cléode
viene acompañada de su descripción física: «Cuando Mynthos se giró, vio a una
guerrera amazona de ojos verdes, trenza morena y piel tostada que se había
separado de su grupo».
A Yaka, uno de los grandes personajes de la
novela, el autor lo retrata de este modo: «Un pequeño hombre, con larga barba y
aspecto de anciano, vestido con toga oscura y que portaba un báculo, los
observaba con mirada profunda y gesto amable».
En esta novela, por estar
preferentemente cimentada en el diálogo, se presta a la prosa la agilidad,
soltura y rapidez que se puede apreciar en las novelas de Baroja y en la
excelente obra El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger. El ritmo rápido
en la prosa lo agradece el lector, que se contagia de la acción dinámica que la
lectura exige.
Sin embargo, las dificultades
propias del texto dialogado se aprecian cuando sintácticamente se utiliza el
estilo directo antepuesto que exige el uso de múltiples verbos de lengua:
decir, afirmar, exclamar, reflexionar, replicar, preguntar, responder, sugerir,
opinar, proponer, sostener…, para conseguir así la variatio imprescindible que
agilice y evite continuas repeticiones:
—¡Nada! ¡Después de revisar cada palmo del
fortín no hemos encontrado nada! —exclamó Ganthos.
—¿Qué ejército puede ser tan
poderoso para conquistar la Atalaya del Cóndor, y tan arrogante para despreciar
tal botín? — reflexionó Ramel en voz alta.
—Han saqueado víveres y armas —dijo Ganthos
mientras miraba a través de la ventana.
—Debieron hacerles salir —afirmó Ramel.
—Ningún condestable estaría tan loco para dar la orden de abandonar la Atalaya
a todo su ejército. No ha habido tiempo desde la última valija para que se haya
producido un asedio que dejara sin víveres al fortín —replicó Ganthos.
No se había escrito una obra de estas características, tan llena de aventuras en diferentes espacios, tan dinámica en su acción, tan rica en los retratos de los personajes, desde que en 1956 el guionista Víctor Mora Pujadas y el dibujante Miguel Ambrosio Zaragoza (Ambrós) publicaron El Capitán Trueno, la serie más exitosa de la historia del cómic español durante el siglo XX. Estas reflexiones sobre una novela épica magnífica de mi hijo Jacinto Martín Ruiz nos recuerdan las grandes epopeyas de todos los tiempos que hacen que esta narración ejemplar y novedosa sea, sin duda, una obra muy atractiva para cualquier lector.
J. S. MARTÍN
De la Academia de Buenas Letras de Granada
Granada, 12 de enero del año 2022
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