BAJO
EL VOLCÁN
Montañas
y colinas y aguas azuladas y Júpiter - parpadeando fulgurante - dominaban el
cielo de septiembre. Un trueno y el estallido de un relámpago en la noche, y
Cumbre Vieja abrió la primera boca de un volcán amenazante para lanzar
al aire una columna de humo negro de casi cinco kilómetros de altura, una
lluvia permanente de ceniza que empapaba de negro las almas y un fuego –
amarillo, rojo bermellón, rojo cadmio, naranja – expulsado desde las mismas
entrañas de un infierno dantesco anunció la rebeldía de la Naturaleza,
presuntamente domesticada.
Y ocurrió la tragedia.
El magma de 45.000 metros cúbicos hervía y la lava se derretía en coladas que
lo arrasaban todo: miles de fincas, rústicas y urbanas, dulces plataneras verdeantes en racimos de más de ocho kilos, mangos, aguacates, viñas,
todo perdido en este sur infierno de la isla de La Palma.
Luego, durante un mes, un enjambre de más de 25.000 terremotos aterrorizaba a los palmeros que temblaban en la desesperanza. Todos sentían que en el pánico se enclaustraba el espíritu. No hay llanto en las fuentes del miedo. Todo se ha convertido en un ‘malpaís’ de más de cinco metros de altura y la isla lleva un brazalete de luto que rodea el río rojo destructor de la lava. Arrasado Todoque y amenazado gravemente Tazacorte, el Paso, La Laguna y parte de Los Llanos de Aridane, la pobre gente, inerme ante la hecatombe, pensaba que el punto rojo del océano Atlántico que originó las islas hace siglos iba a respetar la calma canaria en toda su extensión.
Sólo el
Teneguía mostró su rebeldía en 1971 y el volcán de San Juan que estalló en 1949. Ahora, sin
embargo, todos vivían en paz. Niñas, niños, mujeres y hombres confiaban en una calma productiva y
pacífica. Todo pasará en poco tiempo se
decían y volveremos al trabajo y a la vida corriente de quien sólo espera un
poco de pan, un poco de calma y un poco de paz.
Sin embargo, el alma
solidificó su angustia en inmensos piroclastos que impedían el llanto y la
queja. Hay situaciones que sólo pueden verse entre tinieblas, y así bajo una
lluvia incesante de ceniza, observaron con claridad que ellos eran sólo la
noticia diaria durante un mes para los pobres enviados alcachoferos que
comentaban las imágenes de los drones que monitorizan el terror de los
implacables ríos de lava. Indiferentes vieron cómo el presidente hacía
demagogia comiéndose un plátano, acompañado de los imprescindibles conocidos de siempre mientras la granizada de lapilis repiqueteaba, amenazante de
cristales diminutos, perdigoneando en los tejados de las casas destinadas a
desaparecer. Siempre se enfrentan barbarie y civilización. La Naturaleza ciegamente cumple su ciclo. Los presuntamente civilizados son los bárbaros...
Con la lentitud
inexorable de la justicia, las coladas de lava consumían, poco a poco, hogares,
plantaciones, recuerdos, todo un pasado hecho trizas en este infierno inimaginable incluso para el
mismo Dante. Sólo queda a salvo el corazón aferrado a 'la esperanza, que no es más que la vida misma defendiéndose'.
Para los informativos,
la noticia era el volcán: el cono
derruido, las diferentes bocas que arrasaban todo hasta convertir en nada todo
lo que era sólido, las nuevas lenguas rojas, terror brillante en la noche, las toneladas
de ceniza, los lapillis, los inmensos piroclastos, los erosionados barrancos,
la extensión de las fajanas que se adentraban en el Atlántico formando un delta
de negritud y destrucción, los gases de SO2, un dióxido de azufre que impedía
respirar y que impulsado por los vientos alisios – como en su momento le
ocurrió a Colón – llegó incluso a Cuba y a Puerto Rico y que nos hizo recordar
el “año que no tuvo verano”, 1816, ‘un
invierno volcánico’ cuando el monte Tambora estalló el 10 de abril de 1815
en las Indias Orientales Neerlandesas,
la mayor explosión volcánica de la historia, la peor hambruna del siglo XIX,
cuando Mary Shelley dio a la literatura su Frankenstein.
Truenos, relámpagos –
naranjas, rojos, alimonados, fresas – aterraban a las pobres gentes que sólo
desean paz y pan. Pero la noticia es el volcán, la tierra rencorosa que arrasa
y aniquila todo lo que encuentra a su paso.
Pocos enviados
especiales se ocupan del dolor, del alma en carne viva de los miles de habitantes
de la ‘isla bonita’, y continúan informando del comportamiento explosivo del
volcán, de las fajanas-deltas penetrando en el mar, de las nuevas lenguas
arrasadoras, de las fumarolas, atemorizantes géiseres de humo blanquecino, de
algunos milagros de casas aisladas que siguen en pie cercadas por la negra
muerte de la lava incandescente, de la lava-vidrio bajo el agua e insisten en
que con la obsidiana, amorfa, enfriada, el Doctor Dee construyó el espejo
a la reina de Inglaterra, de la tefrita
(compuesto de feldespatos, plagioclasa y titanoaugita). Cierran los
informativos aludiendo a la verde esperanza del olivino, resto brillante de la inmensa destrucción.
Sin embargo, a las
personas las olvidan y sólo unas pocas imágenes reflejan su huida acarreando muebles y algunos recuerdos. Ignoran, indiferentes, que todos los misterios, todas las esperanzas y todos los desengaños son humanos. Malcolm Lowry, poeta, novelista y cuentista inglés del siglo XX, buscó el
alcohol para la sequedad del alma, para
aliviar de la lluvia de la ceniza que todo lo aplasta, para el llanto sin
lágrimas de su protagonista, en México junto al Popocatépell y al Citlattepetl. En La Palma, el adelgazado, fantasmal y terrible grito de Munch se hace real bajo un volcán de grietas en el alma y un tsunami de inconsolables lágrimas en
el espíritu.
Granada, 17 de octubre del año 2021
Jacinto s. Martín
Que pena Jacinto ,que miedo ,que terrorífica situación , que maldición divina le ha caído encima a los palmeros y como tu muy bien escribes los medios hablando del volcán y olvidándose de ellos ,que Dios nos ampare.
ResponderEliminarSiempre se enfrentan barbarie y civilización. La Naturaleza ciegamente cumple su ciclo. Los presuntamente civilizados son los bárbaros.
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