HEBILLAS
DE PLATA
Don Rafael Ramos Martín,
tercer hijo de José y de Ana, agricultores arahalenses, fue el sacerdote
encargado de la iglesia de la Vera Cruz y capellán en la iglesia del Santo
Cristo durante toda su vida de sacerdote.
‘El padre’ solía vestir
un airoso manteo sobre la sotana; en sus zapatos negros brillaban unas hebillas
de plata. Don Rafael Ramos era el símbolo de la aristocracia, del saber estar,
del viejo estilo de una clase poderosa que acabó perdiéndose, porque cuando ya
sabían todas las respuestas, los tiempos cambiaron todas las preguntas.
Fue don Rafael quien
encargó al imaginero Castillo Lastrucci la nueva imagen del Cristo. Decía que
su corazón no podía soportar el vacío del camarín después de la destrucción de
la vieja imagen el 19 de julio de 1936. Pensaba que las 4.000 pesetas que
anticipó podrían ser recogidas en una colecta popular, para la que preparó unas
cruces pequeñas con la madera que había quedado de la antigua imagen y del
capitel de la columna.
El cura Ramos no llegó
a recoger las aportaciones voluntarias pues murió poco después de la entrada
del Cristo en la capilla el mes de mayo de 1937. Sólo tuvo fuerzas para apoyar
su mano en la cabeza de la nueva imagen.
Don Rafael murió una
noche silbante de lechuzas cuando ya marceaban los campos y el naranjo llevaba
promesa de bodas. Fue una niña, atenta al menor gesto, a la dura ilusión de las
palabras, quien grabó en su cabeza todo el pasaje oscuro: Don Rafael pidió al
Cristo un poco más de vida, para de nuevo ver la luz de la mañana.
Al trasladar sus
restos, cuando de nuevo florecía el limonero, la niña testigo de toda la historia,
vio cómo la luz de la primavera hizo brillar de nuevo las hebillas de plata,
semilla vana en tierra tantos años.
La niña que lustraba las hebillas cada día, la que acompañó al sacerdote a la entrada del Cristo en la iglesia, la que vio cómo colocaba la mano en la cabeza de la imagen, la que recordaba las pequeñas cruces de madera, la que oyó cómo don Rafael pedía ver de nuevo la luz de la mañana una noche silbante de lechuzas, la que recogió los restos del ‘padre’, la que relataba continuamente la historia, la fiel testigo de todo era mi madre.
HEBILLAS
DE PLATA
¡Un poco más de
vida ilusionada!
¡Déjame
ser, Señor, en ti confío,
flor
de cuneta o planta de baldío!
¡No adelantes, Señor, mi madrugada!
¡Un
poco más de mañana alumbrada!
Puede
esperar el mar… Mi humilde río
lleva
un pobre caudal, lento y sombrío,
espejo apenas para una mirada.
…Y
floreció de nuevo el limonero
cuando
la plata quebrantó el lindero
que separa la vida de la nada,
después
de tanta historia ya borrada,
tanta
tierra, tanto marzo perdido,
tanta desesperanza y tanto olvido.
Jacinto S. Martín
Granada, primavera del año 2021
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