miércoles, 11 de mayo de 2022

Ascuas rojas al amanecer

 




ASCUAS ROJAS AL AMANECER

A mi amigo Pepe-José que recuerda desde la Rioja los viejos tiempos perdidos.

 

Aún no se distinguía el hilo blanco del hilo negro cuando Rosario preparó el café y una tostada con aceite. Después se afanó en dejar perfecta, sólida, resistente, el asa de alambre en el prisma de latón - antes envase de chorizos en manteca – que venía de Benaoján, pueblo serrano de Málaga localizado en el parque natural de Grazalema. Luego en el viejo brasero de la casa, ya reliquia, preparó el fuego con unos carozos que se amontonaban en el viejo sobrado de la casa.

Aunque no se encontraba bien, Rosario no sabía ‘empalabrar’ el sentimiento, pues las palabras, casi siempre, se suicidan ante las heridas del alma, y las tristezas se desmadejan en la ignorancia oscura. Pronto prendieron las ascuas y comenzaron a incendiar el despertar del sueño. La casa de Rosario olía a carencias y a un llanto impreciso sin lágrimas.

En decenas de casas del pueblo blanco, aún con los zaguanes entorpecidos de sombra, se repetían las mismas operaciones antes de que el sol, funcionario preciso, alumbrara con coste cero las calles, las plazas, las avenidas y las placitas. Los relojes se aceleraban. En la fábrica no se admitían ni dilaciones, ni excusas…

Las coladas de un antiguo volcán de pobreza recorrían, a veces emparejadas, la calle Morón, la puerta de Osuna, la calle Óleo, la calle San Antonio, la calle Madre de Dios - perfumada por las decenas de jamones colgados del techo – enfrentados al viejo cine de verano ya cerrado, la calle Pozo Dulce, la calle Mogrollos, la calle Juan Leonardo con sabor a México, la calle Marchena… Todos los nombres, todas las calles de Arahal recorridas con un solo afán: el de trabajar en la fábrica de aceitunas.

Un forzado peregrinar rojo hasta una fábrica de salitre, humedad y frío… La romería, espejo humilde de las altas estrellas que titilan lejanas en un cielo que quiere quebrar oscuridades, alumbraba la noche que estaba inexorablemente a punto de desaparecer cuando las mujeres agitaban con un compás medido, preciso, la lata brasero,  abierta en horizontal, contenedor de ascuas encendidas que sustituían a los antiguos chorizos en manteca del pueblo malagueño. Chorizos rosarios ya consumidos en la permanente letanía del hambre.

Cada mañana durante cinco años yo me las cruzaba y las saludaba con un ‘buenos días’. Iban con una chispa de rojo en las pupilas y una resignación forzada. Yo cogía la ‘empresa’ - léase autobús – para llegar hasta la venta Cuchipanda, cruzar la carretera y entrar en el instituto de Alcalá  para hablar de literatura, de denuncias de injusticias, de amores, de esperanzas, de libertades con las que no me había cruzado.

En la fábrica, las mujeres deshuesaban las gordales y  las manzanillas y las rellenaban con el rojo del pimiento morrón. Las ascuas rojas bajo los pies, el rojo de los pimientos en las mesas y la verde esperanza de las aceitunas conformaban un bodegón de color rojo y verde.

Al final - después de una larga jornada de trabajo – el salitre y la desesperanza se habían instalado para siempre en el espíritu achicado de la pobreza.

 

Granada, 11 de mayo del año 2022

Jacinto S. Martín





2 comentarios:

  1. Aunque no se encontraba bien, Rosario no sabía ‘empalabrar’ el sentimiento, pues las palabras, casi siempre, se suicidan ante las heridas del alma, y las tristezas se desmadejan en la ignorancia oscura.

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  2. Ese bodegón en rojo y verde...

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