Y
te ibas a comprar el pan y algo más, porque no
sólo de pan vive el hombre. Y llegabas y abrías las puertas de tu casa y
colgabas las llaves a la entrada y encendías la luz si atardecía. Todo era
rutinariamente perfecto, todo era aparentemente fácil y mecánico, un movimiento aprendido sin esfuerzo alguno: se
trataba sólo de pulsar con un dedo el interruptor de la luz y la luz te
obedecía y no te planteabas que todo te había sido dado, porque tú eras únicamente
un ignorante en grado máximo. Luego ibas y te ‹lavabas con un gel varias veces
y te secabas con una toalla made in China. Después escribías algo en el
ordenador del que ignorabas todo. Y llamabas a un taxi para ir a una clínica. Rápidamente en la farmacia te daban toda clase de meringotes. Y luego volvías y pulsabas el
ascensor que te obedecía sin rechistar y más tarde comías lo que te habían
preparado. Y con el mando a distancia
marcabas un canal y te obedecía o cambiabas a otro que también se sometía a tu
voluntad. Y oías un programa en la radio y dormías la siesta y te levantabas y
hervías agua en la vitro, de la que no
sabías ni quién ni cómo la había construido y te hacías un té importado de
Ceilán, hoy Sri Lanka, la lágrima de la India. Todo se te había dado. La burguesía
vivía con los pies colgando sobre el abismo de la comodidad ignorante. Creíamos
que eso tenía que ser así, que todo era perfectamente sólido. Lo normal era
esto.
‹‹Todo lo que era
sólido››. Así tituló Antonio Muñoz Molina su ensayo en el año 2013, para aclarar una propuesta que
nos hiciera avanzar desde el ya entonces deterioro económico y social cada vez
más palpable. Un método para cambiar las cosas. Nos recordaba que nada es para
siempre, que cualquier derecho puede desaparecer, que era necesaria una serena
rebelión cívica, una senda distinta de la que recorríamos, para cambiar las
cosas. Nuestra conducta debería ser intachable para exigir de manera
contundente a nuestros gobernantes una inaplazable responsabilidad cívica.
Nadie hizo el menor caso a sus propuestas.
Muñoz Molina, escritor
de mensaje preciso, posiblemente hubiera leído al polaco Zygmunt Bauman, que había acuñado el término de
modernidad líquida aplicado a los tiempos actuales. Bauman afirmaba que lo
“líquido” era una metáfora regente de la época moderna, ya que esta sufre
continuos e irrecuperables cambios. Asimismo, lo líquido no se fija en el
espacio ni se ata al tiempo, se desplaza con facilidad, no es posible detenerlo
fácilmente, como un río aparentemente inmóvil avanzando a ningún sitio.
Hasta
hacía poco nos encontrábamos en un mundo predecible y controlable, un mundo
sólido. La rutina, la visión a corto plazo, las costumbres, las colectividades
eran unas de sus características. Todo este panorama empezó a “derretirse”,
cambiando aquella sociedad que estaba estancada y era demasiado resistente a
los cambios por una líquida y maleable. Sartre afirmaba que no bastaba con nacer burgués, sino que había
que vivir la vida como buen burgués. Y la gente banqueteaba y viajaba y
llenaba los bares y restaurantes y se desplazaba a la montaña o a las playas
para disfrutar el ‘Wohenende’, el finde.
Pero los
tiempos cambiaron las reglas y ‘todo lo que era sólido’ se diluyó, y se
extendió el olvido sobre el tiempo pasado, poco a poco, como la luz difusa de
una mariposa de aceite.
Los dos
ensayistas nos advertían de la inminente visita de la vieja dama que lo prostituiría
todo. Recurrían a la metáfora perfecta del dramaturgo alemán Friedrich
Dürrenmatt: “Una vieja dama, convertida en
multimillonaria, regresa un día al pueblo del que se vio obligada a marcharse hacía
más de cuarenta años. Había vuelto para vengarse de un hombre que, en su
juventud, la abandonó con una hija y la condenó al arroyo. Prostituta, esposa y
luego viuda de un millonario armenio que le dejó una inmensa fortuna, lo único
que reclamaba ahora esta vieja dama era justicia, y para ello no dudaba
en emplear el poder corruptor del dinero”.
Ahora parece
que lo justo es acabar con la burguesía, con el capitalismo insensible que todo
lo transforma en dinero. Ignoraban que el dinero no es comestible y que no todo
vale. Y todo se mantuvo así hasta que el espíritu de la Tierra, santo pero no
tonto, ha regresado como la vieja dama exigiendo justicia y ha comenzado a
defenderse de la humanidad que la acosaba. Los Papas, Benedicto y Francisco,
han declarado en estéreo que Dios perdona todo, pero el espíritu santo de la Tierra no. En defensa
propia nos ataca y nos aniquila con invisibles microorganismos con forma de
esferas punzantes, terrorífica imagen que preside desde hace casi un año los
informativos de los canales de televisión.
La guerra
biológica era un reto que debían resolver nuestros dirigentes políticos. Pero
no ha sido así. A finales del siglo XIX, ya sostenía Ángel Ganivet que la talla
de nuestros dirigentes políticos dejaba más que desear que la de casi toda
nuestra prensa, que nuestra política
consistía sólo en ir tirando, aunque
fuera con evidente desvergüenza. Al final, si las cosas salían mal, se limitaban a gritar como gritaba don Quijote con
arrogancia: No por culpa mía, sino de mi caballo, estoy aquí tendido.
Y mantenía el escritor granadino que el pueblo oye decir
que hay constituciones y leyes que no ha leído y oye también decir que esas
constituciones y leyes le han garantizado todos los derechos inherentes a la
vida de los hombres libres y después ve que en cuanto ocurre algo gordo se
suspenden todas esas garantías, y dice: ¿Conque todo eso no sirve más
que cuando no sirve para nada? Sabe el pueblo que existe un parlamento
y ve que cuando llega el momento crítico se cierra para desembarazar al Poder
Ejecutivo, que no sirve para nada el ejército neutral de los ramplones y
dice: ¿Conque no sirve más que para las cosas menudas?
Y afirmaba el solitario de Brunsparken que continuaba arraigada en el pueblo la convicción de que si llegamos a vernos enfrente de un verdadero peligro, habrá que derribarlo todo como una decoración de teatro y quedarnos en pelo como nos quedamos en 1808.
Y claro está, todo se vino abajo en un inesperado proceso
de demolición por una plaga bíblica como la terrorífica peste del siglo XIV, y
nos hizo danzar a todos alrededor de la muerte. Un oscuro cierre en negro que nos recuerda que el destino del cristal es romperse.
Decretada la prisión domiciliaria, sólo nos ha quedado –
instalada ya la primavera – la sagrada fuerza del espíritu de la tierra que
levanta la verde esperanza en los árboles, una chillería de pájaros y un
inquietante silencio, un forzado silencio que no me suena bien.
ANTE EL DESASTRE, HAGAMOS COMO QUE TODO VA BIEN.
Granada, un día cualquiera del siniestro año 2020
Jacinto S. Martín
Decretada la prisión domiciliaria, sólo nos ha quedado – instalada ya la primavera – la sagrada fuerza del espíritu de la tierra que levanta la verde esperanza en los árboles, una chillería de pájaros y un inquietante silencio, un forzado silencio que no me suena bien.
ResponderEliminarY claro está, todo se vino abajo en un inesperado proceso de demolición por una plaga bíblica como la terrorífica peste del siglo XIV, y nos hizo danzar a todos alrededor de la muerte. Un oscuro cierre en negro.
ResponderEliminarMuy bien Jacinto, cada día me gusta más lo que escribes
ResponderEliminarAl final, si las cosas salían mal, se limitaban a gritar como gritaba don Quijote con arrogancia: No por culpa mía, sino de mi caballo, estoy aquí tendido.
ResponderEliminarLos Papas, Benedicto y Francisco, han declarado en estéreo que Dios perdona todo, pero el espíritu santo de la Tierra no.
ResponderEliminarLa burguesía vivía con los pies colgando sobre el abismo de la comodidad ignorante. Creíamos que eso tenía que ser así, que todo era perfectamente sólido. Lo normal era esto.
ResponderEliminarBauman afirmaba que lo “líquido” era una metáfora regente de la época moderna, ya que esta sufre continuos e irrecuperables cambios. Asimismo, lo líquido no se fija en el espacio ni se ata al tiempo, se desplaza con facilidad, no es posible detenerlo fácilmente, como un río aparentemente inmóvil avanzando a ningún sitio.
ResponderEliminarAnte el desastre, hagamos como que todo va bien.
ResponderEliminarPero los tiempos cambiaron las reglas y ‘todo lo que era sólido’ se diluyó, y se extendió el olvido sobre el tiempo pasado, poco a poco, como la luz difusa de una mariposa de aceite.
ResponderEliminarPues sí, Jacinto, todo ha cambiado para que todo siga igual, solo que a partir de ahora será legal. A principios del siglo XX, (el excelente libro de Martynkewicz, Salón Deutschland, lo explica) ya estaba esa sensación de que no había agarradero, y en muchos países europeos, ese agarradero se inventó en forma de dictador bestia, pero bestia de veras. Sufrimos uno. El riesgo sigue ahí. Un abrazo.
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