Relato corto
Llueve. Dios aparece en los renglones verticales de la lluvia. Llueve sobre los justos y sobre los injustos y una mano húmeda extiende su misericordia desde el cielo blanquecino.
Una
mujer en silla de ruedas ha detenido su motorizado vehículo en la avenida, se
ha acercado a mi hermana y le ha dado una orden: ´Leo te está esperando, se
cambió de sitio´. Luego ha acelerado su carricoche y ha dejado en la calle una
nube oscura con sabor a gasoil.
Cuando
mi hermana ha vuelto a su casa con el mensaje “jamesbondiano” repitiéndose en
su cabeza, ha sonado el interfono del piso: ´Amparo, que dice Leo que te está esperando, que se ha cambiado
de sitio´. Se oía la voz aguardientosa del mendigo-ayudante.
Amparo
respondió que había estado con su hijo en Madrid, una ciudad acogedora, madre de
más de cinco millones de habitantes según las últimas estadísticas. Él ya lo
sabe, respondió el telefonillo. Que vayas, insistió.
Mi
hermana, de genética caritativa, se ha acercado a ver dónde está Manuel, Manolo
-bueno, Leo- y a llevarle algo. Parece ser que Leo se separó de su mujer que
era también su esposa y que resbaló por el mapa desde Bilbao hasta que antes de
caer al mar se agarró a Jerez, una ciudad difícil para un alcohólico. Lo
acompaña su perro Egunón que abre la boca sin decir ni guau y lo mira indolente
desde el viejo saco de dormir en donde está aparcado.
Manolo
madruga a la fuerza. A las seis y media llegan las limpiadoras del banco y debe
abandonar el cajero en donde duerme con otros dos colegas. A quien madruga,
Dios le ayuda, no siempre.
Amparo
encontró a Leo, lavándose los pies en la fuente cercana al jardincillo donde
sobrevive. Pero chiquillo, ¿qué haces?, ¿no ves que te vas a resfriar y te vas
a ir con Dios? ¡Sal de ahí, balazo!
- Amparo, necesito un guisito de los
que tú haces, estoy harto de comer papas y pan.
- Yo no cocino bien, Manolo…
- Quien diga eso es un hijoputa. ¡Si tienes
unas manos que lo bordas! El caldito del otro día con fideos, alta cocina.
- Mira, desde las seis y media- que se
dice pronto- estoy dando vueltas deseando que se haga de noche para embutirme
en el cajero. En otro tiempo dirigí un
banco, de ahí la querencia… Mira, Amparo, no hay nada más aburrido que vivir entre personas ocupadas en negocios de dinero.
El invisible cuchillo del silencio cortó
un momento la conversación. Luego:
- Tú sabes, Amparo, que tengo dos colchones: uno
calentito de invierno, que fue el cartón con el que se embaló un horno, y otro
cartón de verano, más fresquito, que era del embalaje de un frigorífico ´no
frost´. Ahora, en el cartón de invierno,
estoy bien hasta que llega la brigadilla de la limpieza, cuando estoy en lo
mejor del sueño… ¡Esto no es vida, Amparo!
- ¡Y yo que tengo que trabajar! ¡Tú no das
un palo al agua, tío! Mira, Leo, desde la tahona azul nos mandan cada mañana
una hogaza de pan y tú tienes que saber cómo rellenar el bocadillo. A eso la
gente lo llama libertad.
-
La libertad encauzada del trabajo
impuesto te da seguridad. Fabricártela es una tarea más difícil y yo no quiero
engorros. Sé de las injusticias y de la filosofía de vivir.
-
Bueno, deja ya de filosofar y vamos a
otra cosa:
-
¿Te has lavado ya los dientes?
-
Sí, pedí un vaso en el bar de aquí al
lado y luego me los enjuagué. La gente me riñó. Uno no sabe ya qué hacer. Total,
porque escupí en la puerta de la farmacia el enjuague. No me lo iba a tragar,
¿no?
-
¡Menudo ficho! Eso no se hace.
-
Toma, Manuel, te he traído un decimito
del Niño.
-
¡Quita, quita, quita! ¡Anda que si me
toca! ¡Menuda preocupación! ¡Una más, no! ¿Qué hago con el dinero?, ¿qué compro?, ¿y si me lo
roban?, ¿y si me secuestran?, ¿y si al poco tiempo me arruino? ¡Quita, quita,
quita! En un mundo injusto la caridad es necesaria, así que aquí estoy yo… Yo
soy el desatascador de las conciencias del barrio. Cuando me dais algo, os hago
un favor.
-
¡No te entiendo, Manuel!
-
¡Ni falta que hace! En un mundo injusto la caridad es necesaria.
¡Quédate con eso! Yo soy la voz del precariado, el ejemplo necesario para
denunciar la desigualdad creciente en un mundo individualista.
-
¡Jesús, Jesús, las cosas que hay que
oír!
-
Mira, Amparo, te propongo un trato: tú
me traes un cafelito y un mollete con aceite todos los días. Procura que sea
tempranito. Yo cada vez que me traigas el desayuno te doy pastillas de Ibuprofeno y dos cucharillas de
café.
-
No, eso no, yo no voy a estar pendiente
todas las mañanas de tu desayuno. Mira, fenómeno, tengo ibuprofenos, nolotiles,
espidifenes y meringotes de todo tipo. Así que ya lo sabes, yo te traeré el
desayuno cuando pueda. Yo soy libre como el viento, Manolo. Además, ¿tú de
dónde sacas las cucharillas?
-
Tengo muchas. Las tomo prestadas de los
bares. Intento vengarme de la humanidad. Os voy a dejar a todos sin
cucharillas, para que tengáis que mover el café con el dedo.
-
A ti, Manuel lo que te hace falta es una
buena mujer que te atienda y que devuelva las cucharillas.
-
¿Quién me va a querer a mí? ¡Será por el
porvenir que tengo! Amparo, yo no tengo porvenir, tengo ´porllegar´.
Amparo, buena como el pan, apoyo, refugio
y cobijo del desamparado Leo, se despidió de él mascullando en voz baja:
´También es verdad´.
- ´Amparo, usted es la fuerza, la alegría y el pensamiento positivo´,
dijo para despedirse el hombre que estudió Filosofía y Derecho en Deusto, que resbaló
por el mapa desde el norte y que se agarró a Jerez antes de caer al mar.
Al día siguiente, Amparo se despertó de
buen humor. Estaba más contenta que una japonesa en Viena palmeando la marcha
Radetzky. Desayunó en la cama un café solo , sin cucharilla, y un mollete con
aceite. Luego se levantó y limpió el piso. A eso de las once y media, llamaron
al móvil.
´Amparo,
soy Manolo, dijo Leo, el mendigo al que le venían bien todos los nombres, que
ya son las once y media y yo desayuno a las ocho, ¿ya está bien, no ?´
¡Para qué le daría yo el número del móvil
a este hombre! ¡Que ya iré mañana! ¡Jesús qué cruz! Y siguió limpiando su casa.
Volvió a llover. En la terraza, Tano, el perro bueno y fiel, miraba sorprendido
cómo perfumaban la mañana las agujas casi invisibles de la lluvia.
Jacinto
S. Martín
Yo soy el destascador de las conciencias del barrio, dijo Leo.
ResponderEliminarBrillante, tronco.
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