Horno del oro

 

HORNO DEL ORO

Volvíamos del Carmen de la Victoria de ‘proclamar la Independencia del Nocturno’ cuando Julián nos invitó en su casa. Yo bendije la imagen de esa casa.

Judá Julián Leví, orfebre intelectual, rabino críptico, que espiaba el silencio a través del espejo y observaba en la sombra dudosa de la psique el azote continuo de una fuerza invisible que siempre lo aventajaba, me confesó que había encontrado un viejo pergamino escrito en hebreo, oculto en la madera como un reto.

Mi amigo sabía que, si estamos sentados, la huella no se aleja de la arena del tiempo. Destacaba poderosa frente a nosotros, La Alhambra, fortaleza roja, kipá del Darro.

Imagen, magia, sueño –contrabando del opio del mundo irreal– se asomaban por las rendijas de todas las ventanas. Cada golpe del viejo carillón de la casa marcaba, en raras ocasiones, un latido feliz del corazón. Importaba la duda, este ir más allá, el invisible fuego de la menorá.

Cansados de escapar, bajamos lentos por la mágica noche, escala silenciosa en el Albaicín, el barrio de los halconeros. Y de repente apareció el verano en la inmortalidad oscura del misterio, cifrado en los ojos de los gatos.

HORNO DEL ORO

A mi amigo Julián García Grau, humanista, matemático y músico, que ahora comienza a reconstruir su casa y a  sí mismo.

En el silencio de su arquitectura,

roto sólo por un rumor de fuente,

pensativo el rabino, disidente

de doctrina, de patria y de cultura,

buscó solucionar en la ‘Escritura’

el oscuro misterio del presente,

la sombra vigilante del ausente

y el porqué de romperse la aventura.

Con fuego breve de cerilla usada,

buscó confuso el misterio cifrado,

oculto en la madera como un reto…

Cuando hubo el arcano descifrado,

en horno de oro fraguó el secreto

y en los ojos del gato quedó anclado.

Granada, un día de junio del año 2009

Jacinto S. Martín