domingo, 17 de enero de 2021

Literatura de azucarillo

 



Una parte considerable del saber occidental está basada en dichos, modos breves o resumidos que definen lo que hay de positivo o negativo en un pensamiento o en una conducta. Los dichos no formulan leyes, sino que señalan lo que parece indudable según la común opinión.

 El refrán es una autoridad sin autor (“Vox populi, vox Dei”) y constituye el primer estrato de opinión sin integrarse en un contexto literario. Para evitar su descontextualización, los refranes fueron utilizados por los autores cultos incluyéndolos en sus obras. Los incorporaron a la narración o al diálogo, y así es posible descubrirlos en “El Libro de Buen Amor”, en “La Celestina”, en “El Lazarillo”, en “El Quijote” o en “La Dorotea”.

 El nivel superior al refrán es el “dictum” académico. Hace referencia a un autor y siempre es un texto incluido en un contexto literario. La mención de la fuente, texto y autor, da prestigio a la verdad o a la belleza de su contenido. Así ha ocurrido siempre entre la clase dirigente británica en relación con Shakespeare. En España se repiten las citas de Antonio Machado. En todo el mundo occidental es la Biblia la autoridad indiscutible. 

Este segundo estrato de opinión procede de los “dicta aurea”, recogidos por vez primera por Paulo Manucio en Venecia en 1585. Continuaron estas colecciones de dichos de oro los jesuitas en el siglo XVII y fueron la base de los diccionarios estilísticos y lexicográficos en el siglo XVIII. 

Hoy es posible coleccionar algunos, impresos en el sobrecillo de azúcar que acompaña al café. De manera que al desayunar pagamos café, tostada y literatura. Es una literatura mínima, que lees detenidamente y que te ayuda a meditar un minuto. Menos da una piedra. Aparecen en algunas marcas comerciales envasadoras de azúcar blanco. Esta “literatura de azucarillo” es el ínfimo género narrativo, un paréntesis espiritual en la prisa de las ciudades. Cuando voy a pagar el desayuno, veo que mis bolsillos apenas contienen unas monedas para pagarlo y recuerdo a Groucho Marx: "El dinero no me hace feliz, me hace falta.

 Cervantes se permite aconsejarnos: “Y advertid que más vale buena esperanza que ruin posesión”. Satisfecho del consejo dejo el bar y me sorprende el paso de una joven en  'shorts', y de nuevo Don Miguel aparece ante la belleza en “bragalón”: “No todas las hermosuras enamoran, que algunas alegran la vista pero no rinden la voluntad”.

 Voy al trabajo y Jim Rohn me dice: “Para tener éxito no tienes que hacer cosas extraordinarias. Haz cosas ordinarias extraordinariamente bien”. Hoy será un día difícil, pienso, pero Séneca me habla desde el sobrecillo impreso: “Las cosas difíciles llevan mucho tiempo, lo imposible puede tardar un poco más”. Y de nuevo, ayudado por la literatura mínima, saco el dulce sobre y releo a Picasso que me da ánimos: “Cuando era pequeño mi madre me decía: si te haces soldado, llegarás a general; si te haces cura, llegarás a Papa. Yo quería ser pintor y he llegado a Picasso”. Del pintor malagueño afirmó Dalí: “Picasso es comunista; yo tampoco”.

 Cruzo la Gran Vía y antes de entrar en la oficina me adelanta una extraña pareja: ella es joven, hermosa, alta; él no es ni joven, ni hermoso ni alto. Recurro al dulce vademécum y saco del bolsillo del pantalón las palabras de Antonio Machado: “Yo vi en un charco beber, caprichos tiene la sed”. Luego, Shakespeare es quien me ayuda a comprender al “nini” cuando ella le ofrece algo y él: “Conservar algo que me ayude a recordarte sería admitir que te puedo olvidar”. Preso en la kafkiana burocracia, leo la prensa domesticada y G. Orwell me recuerda: “En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario".

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