De ratones y hombres
Desde 1989 Ricki Colman
experimenta con monos en la National Primate Research Center de Wisconsin
intentando retrasar el envejecimiento. En un reportaje recientemente publicado
se nos informa de que la agencia del medicamento estadounidense (FDA) sigue
ensayando nuevos fármacos en animales para retrasar el envejecimiento y hasta
incluso revertirlo: la ilusión de la inmortalidad. El artículo recuerda que hay
cientos de mutaciones genéticas capaces de prolongar la vida –a veces hasta un
40%– en gusanos, moscas de la fruta y ratones. Son genes implicados en el
crecimiento, el metabolismo, la nutrición y la reproducción.
También la investigadora española María Blasco
está tratando de obtener el alargamiento de la vida en ratones combinando
varios genes, para después experimentar en humanos. Como uno es todo y todo es
uno, ratones y hombres se igualan en el buscado manantial de la eterna
juventud. Acabo de leer que una vacuna del CSIC contra la covid-19 muestra una
eficacia del 100% en ratones. Jardiel Poncela advirtió que morirse era un error
y lo previó en ‘Cuatro corazones con freno y marcha atrás’.
Esta evidente igualdad
franciscana hermana nuestros 46 cromosomas con los 40 que poseen los
sacrificados ratones. Lo que era mera intuición literaria, una democracia
igualitaria entre los seres de la Tierra, en ‘De ratones y hombres’ del premio
Nobel de Literatura John Steinbeck, se convierte en todo un símbolo.
Basada en las propias
experiencias de Steinbeck, debe su título al poema de Robert Burns ‘A un ratón
de campo’. Burns es uno de los poetas en lengua escocesa más destacado de todos
los tiempos. Pertenecía a una familia de granjeros pobres cuya única referencia
literaria era la Biblia. Se le ha definido como el poeta de la nación escocesa
y se le recuerda con la celebración de ‘La noche de Burns’ para conmemorar su
nacimiento el 25 de enero de 1759.
El comienzo del poema ‘A un ratón
de campo, al sacarlo de su madriguera con un arado’ nos dice: «Pequeña, sedosa,
temerosa bestia arrinconada / ¡qué gran pánico hay en tu pecho! / No tienes por
qué huir tan presuroso, / con tanto alboroto. / No es mi intención correr tras
de ti / con azada homicida. / Siento de veras que el dominio del hombre / haya
roto el pacto que la Naturaleza establece / y justifique la errada opinión / que
te hace mirar atónito / pobre compañero nacido de la tierra e igualmente
mortal».
Burns no solo dio título a la
novela de John Steinbeck, sino que la otra gran novela de la literatura
estadounidense ‘El guardián entre el centeno’, del extraño J. D. Salinger
también nace de un poema suyo ‘The catcher in the rye’, cuya traducción en
español debió ser ‘El violador en el centeno’. El escocés Burns fue, pues, la
fuente de las dos grandes novelas de la literatura estadounidense, igualando a
todas las criaturas de este extraño planeta azul: monos, ratones, gusanos,
moscas, hombres…
La bioquímica confirma esta
intuición literaria del panteísmo budista, de manera que el escritor desde el
pensamiento mágico intuye lo que el científico posteriormente confirma. Se igualan
así Burns, Steinbeck, Jardiel y Salinger con el profesor Colman y la
investigadora María Blasco. Desde hace mucho tiempo ‘Auld Lang Syne’, algunos
humanos, aunque saben que la inmortalidad es una maldición que perturba el
ciclo natural de la vida, se resisten a entonar la canción de la despedida del
poeta escocés. Está cerca la posibilidad científica de la estancia ‘sine die’
en la Tierra. Y sin embargo, esta vieja ilusión se lleva mejor con las gotas de
belleza que proporciona el mensaje literario, que no es sino el intento de
recuperar a cada instante el placer de la inmortalidad oculto en las
azorinianas condensaciones de tiempo.
Granada, 23 de enero del año 2021
Jacinto S. Martín
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