sábado, 23 de enero de 2021

De ratones y hombres

 







De ratones y hombres

Desde 1989 Ricki Colman experimenta con monos en la National Primate Research Center de Wisconsin intentando retrasar el envejecimiento. En un reportaje recientemente publicado se nos informa de que la agencia del medicamento estadounidense (FDA) sigue ensayando nuevos fármacos en animales para retrasar el envejecimiento y hasta incluso revertirlo: la ilusión de la inmortalidad. El artículo recuerda que hay cientos de mutaciones genéticas capaces de prolongar la vida –a veces hasta un 40%– en gusanos, moscas de la fruta y ratones. Son genes implicados en el crecimiento, el metabolismo, la nutrición y la reproducción.

 También la investigadora española María Blasco está tratando de obtener el alargamiento de la vida en ratones combinando varios genes, para después experimentar en humanos. Como uno es todo y todo es uno, ratones y hombres se igualan en el buscado manantial de la eterna juventud. Acabo de leer que una vacuna del CSIC contra la covid-19 muestra una eficacia del 100% en ratones. Jardiel Poncela advirtió que morirse era un error y lo previó en ‘Cuatro corazones con freno y marcha atrás’.

Esta evidente igualdad franciscana hermana nuestros 46 cromosomas con los 40 que poseen los sacrificados ratones. Lo que era mera intuición literaria, una democracia igualitaria entre los seres de la Tierra, en ‘De ratones y hombres’ del premio Nobel de Literatura John Steinbeck, se convierte en todo un símbolo.

Basada en las propias experiencias de Steinbeck, debe su título al poema de Robert Burns ‘A un ratón de campo’. Burns es uno de los poetas en lengua escocesa más destacado de todos los tiempos. Pertenecía a una familia de granjeros pobres cuya única referencia literaria era la Biblia. Se le ha definido como el poeta de la nación escocesa y se le recuerda con la celebración de ‘La noche de Burns’ para conmemorar su nacimiento el 25 de enero de 1759.

El comienzo del poema ‘A un ratón de campo, al sacarlo de su madriguera con un arado’ nos dice: «Pequeña, sedosa, temerosa bestia arrinconada / ¡qué gran pánico hay en tu pecho! / No tienes por qué huir tan presuroso, / con tanto alboroto. / No es mi intención correr tras de ti / con azada homicida. / Siento de veras que el dominio del hombre / haya roto el pacto que la Naturaleza establece / y justifique la errada opinión / que te hace mirar atónito / pobre compañero nacido de la tierra e igualmente mortal».

Burns no solo dio título a la novela de John Steinbeck, sino que la otra gran novela de la literatura estadounidense ‘El guardián entre el centeno’, del extraño J. D. Salinger también nace de un poema suyo ‘The catcher in the rye’, cuya traducción en español debió ser ‘El violador en el centeno’. El escocés Burns fue, pues, la fuente de las dos grandes novelas de la literatura estadounidense, igualando a todas las criaturas de este extraño planeta azul: monos, ratones, gusanos, moscas, hombres…

La bioquímica confirma esta intuición literaria del panteísmo budista, de manera que el escritor desde el pensamiento mágico intuye lo que el científico posteriormente confirma. Se igualan así Burns, Steinbeck, Jardiel y Salinger con el profesor Colman y la investigadora María Blasco. Desde hace mucho tiempo ‘Auld Lang Syne’, algunos humanos, aunque saben que la inmortalidad es una maldición que perturba el ciclo natural de la vida, se resisten a entonar la canción de la despedida del poeta escocés. Está cerca la posibilidad científica de la estancia ‘sine die’ en la Tierra. Y sin embargo, esta vieja ilusión se lleva mejor con las gotas de belleza que proporciona el mensaje literario, que no es sino el intento de recuperar a cada instante el placer de la inmortalidad oculto en las azorinianas condensaciones de tiempo.

Granada, 23 de enero del año 2021

Jacinto S. Martín


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