martes, 16 de septiembre de 2025

DOS ÁNGELES EN UNA MOTOCICLETA ELÉCTRICA



Dos ángeles en una motocicleta eléctrica


Aún verano. En  una conocida avenida sevillana, dos niños de unos seis o siete años rompen el centro de la calzada iluminando peligrosamente con la luz especial que tienen los niños la chapa acelerada , ruidosa con olor a gasoil y sucia, de los coches que manejan con indiferencia los desclasados personajes de la clase media.

El mayor conduce con habilidad una pequeña moto eléctrica entre los peligrosos coches que pueden acabar con la vida recién estrenada. Van sin cascos. El que va detrás sólo cubre su cuerpecillo con un desteñido bañador, con el que se tapó (única prenda  de su paupérrimo fondo de armario) durante el rojo latigazo del verano de Sevilla. Lleva también unas invisibles alas que nadie distingue.

Desde un coche dos mujeres graban la insólita aventura, y preguntan:

    ¿A dónde vais por ahí?

A mi casa, responde el habilidoso conductor, con voz quebradiza y aguda  de ángel desahuciado de cualquier  paraíso.

Las mujeres aconsejan: − Id por la acera.

Con habilidad, el  ángel conductor logra circular por la acera.

Se avisa a la policía, que no logra encontrarlos. En estos crueles tiempos que marca el siglo XXI, es difícil encontrar ángeles a medio vestir en medio de una avenida. Sólo aparecen, ya muertos, en las guerras que los informativos de las indiferentes cadenas de televisión te muestran con saña. Miles de ángeles muertos que las televisoras crueles aliñan con la publicidad que te acosa con un “Comprad, comprad, malditos”.

¿A dónde huyen estas criaturas?

Imagino su barrio de paredes a medio derruir, coronado de esqueléticas antenas de televisores – que emiten cochambrosos programas – miles de cigüeñas de alambres para quien quiera ser mentido una y otra vez.

Los ángeles-niños prefieren el juego  en la calle hasta que la noche cae y comprenden que deben comer algo, si hay, y dormir con sueños de triunfo en carreras de motos de gran cilindrada. Así hasta el amanecer, cuando comprenden que todo es una utopía que cualquier día puede romper un malnacido que ignora que los niños – ¡pobrecitos míos! – son los únicos seres puros de este maldito infierno publicitado.

No le he dicho a nadie que tengo ganas de llorar, aunque las lágrimas se pierdan en la permanente lluvia de la sinrazón y de la falta de misericordia.

Nunca más sabré de ellos, ¡pobrecitos míos!, arropados en un barrio sin alma. Al desaparecer, se me han muerto para siempre y un llanto repetido, dolorosamente íntimo, me inunda como una catarata desilusionada y amarga…

Y sin embargo una bocanada de aire limpio, puro, llena mi espíritu y me aúpa a la moto eléctrica con los angelitos de alas quebradizas, perdidos, ¡ay!,  para siempre por las amplias y peligrosas avenidas de la vida futura, un porvenir que casi nunca llega.

Pienso que sólo les queda resistir...




 

Granada, 14 de septiembre de 2025.

Jacinto Martín.

 

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